Ensayo

La crisis rompe las reglas. Cómo afrontar las nuevas amenazas de la economía mundial

Max Otte/ Th. Helfrich

25 marzo, 2011 01:00

Max Otte. Por Robert Haas

Traducción de Sergio Pawlowsky. Ariel. 265 pp., 19 euros


Este es un libro bien escrito, bien traducido, y muy satisfactorio. Satisfará a los liberales, porque echa la culpa de la crisis a los bancos centrales y subraya el origen monetario de las recientes convulsiones. Condena los cambios en las normas contables, las presiones políticas sobre el sector financiero, los monopolios, la burocracia europea, la renta básica, las ONGs, el keynesianismo y el intervencionismo de las políticas económicas equivocadas. Asegura que no se han liquidado los suficientes bancos y que no hay que rescatar a los países sino dejarlos quebrar.

Llega a coquetear con la idea austriaca del coeficiente de reserva bancaria del ciento por ciento, apoya el capitalismo y el mercado, defiende el libre comercio, pide cuidar de las herencias para los hijos y afirma que las bombillas de bajo consumo no son progresistas porque, al tener mercurio, resultan muy contaminantes, aspecto que no ha sido comentado en nuestro país.

Pero también el economista Max Otte (Plettenberg, Alemania, 1964) en su diálogo con el periodista Thomas Helfrich satisfará a los socialistas de todos los partidos. Denuncia que estamos en manos de los bancos, que los políticos son marionetas de las presiones del sector financiero, que es bueno el socialismo y no el capitalismo porque conduce al monopolio, y que todo lo malo que padecemos es culpa del neoliberalismo. Somos esclavos de las grandes empresas y la codicia, y hay que fomentar la reducción de la jornada laboral y los planes Renove. Afirma que las crisis tienen origen real y no monetario. Está en contra de los monetaristas, los alimentos transgénicos, las multinacionales, las agencias de calificación, los reguladores, las auditoras, Thatcher, Hayek, Popper y Friedman. La gran solución son más impuestos: sobre las transacciones, los ricos, la gasolina y las herencias para los hijos. Aplaude la igualdad de oportunidades y censura el mercado sin moral. Está en contra del libre comercio y a favor de List y de Sombart (no menciona sus simpatías nazis, de hecho para él el nazismo es apenas un "episodio"). Está a favor del capitalismo alemán y no del anglosajón, porque la política debe imponerse a los mercados. Cree que el Estado puede administrar empresas perfectamente, y que por desgracia estamos colonizados por los norteamericanos. Quiere un Estado fuerte pero bondadoso y que no oprima a los ciudadanos. Defiende la economía productiva y un gobierno mundial.

El volumen es particularmente admirable en sus diagnósticos sobre el liberalismo. Proclama que la economía actual es liberal, incluso en su forma más pura de liberalismo: estamos según don Max en una economía de mercado, que llega a denominar hipercapitalista. También proclama, con la misma certeza, y todo en el mismo libro, y ocasionalmente hasta en la misma página, que no estamos en una economía de mercado sino en una economía feudal, intervenida, e incluso en un sistema monopolista de Estado. Un libro, pues, como hemos dicho, plenamente satisfactorio. Dirá usted: hombre, mejor sería que tuviera una teoría sólida y no fuera contradictorio. Pero nadie es perfecto.