Economía de los no economistas
Carlos Rodríguez Braun
13 mayo, 2011 02:00Carlos Rodríguez Braun
Como señala Pedro Schwartz en el prólogo del libro, esta idea no sólo es defendida por ideologías de izquierda o progresistas, sino también la inmensa mayoría de democristianos, conservadores e incluso numerosos proclamados liberales, o sea, aquellos denominados por Hayek "socialistas de todos los partidos". Contra dicha opinión mayoritaria alza el autor su crítica, afirmando que la intervención de los políticos en el mercado, incluyendo el de bienes y servicios culturales, no sólo suele ser ineficaz o disuasoria, sino que muchas veces está guiada por el interés de los propios políticos, o por el de grupos de presión, antes que por la defensa de los más pobres y débiles. Esta es la base principal del ensayo titulado "Retórica antiliberal: dos casos".
De los restantes capítulos, uno está dirigido a enjuiciar la prolija e intervencionista Constitución europea, otro a sopesar la debatida cuestión de la libertad de horarios comerciales y un tercero a comentar la encíclica Centesimus Annus, con que Juan Pablo II conmemoró, en 1991, el centenario de la Rerum Novarum de León XIII, origen de la moderna Doctrina Social de la Iglesia, desarrollada a lo largo del siglo XX, cuyo objeto principal fue prevenir a los católicos de los errores del capitalismo y del colectivismo. Rodríguez Braun, aunque reprocha a la Iglesia su ratificada crítica moral al capitalismo decimonónico, elogia en la Centesimus Annus una visión mucho más positiva del mercado y de la libertad económica.
Un capítulo muy original es el dedicado a analizar las opiniones sociales de John Ford, subyacentes en seis películas del Oeste, famosísimas todas, como La diligencia, Fort Apache o El hombre que mató a Liberty Valance. Rodríguez Braun destaca la mirada que nos trasmitió el cineasta, un tanto ambigua, de admiración por el aborigen y también por los pioneros y militares que abrieron, con sacrificio y dureza, el camino de la moderna civilización norteamericana. Es este progreso inexorable, incluso deseable, pero menos simpático a Ford que las historias de sus precursores, sobre los que compuso una apología de la libertad.
En el capítulo segundo se refiere Rodríguez Braun a la famosa imputación de Carlyle a la economía -ciencia lúgubre la llamó, al parecer tras leer las previsiones catastróficas de Malthus-, y revisa la posición de dicho escritor británico, y de otros decimonónicos como Dickens, sobre la esclavitud. Como es sabido, muchos de ellos fueron acerbos críticos del sistema industrial de su tiempo y de las condiciones de vida de la clase trabajadora inglesa; paradójicamente admitían la esclavitud y la justificaban por las supuestas carencias de los propios esclavos, incapaces según ellos de vivir de manera autónoma. Ingeniosamente, el autor traza en este punto un paralelo entre aquellos conmiserativos británicos y los numerosos occidentales que hoy condescienden con las prácticas políticas totalitarias de los regímenes socialistas en los países en vías de desarrollo, precisamente por las condiciones de su atraso material y cultural.
En el último capítulo del libro, lleva a cabo un análisis del drama de Shakespeare El mercader de Venecia, con el propósito de decantar los móviles de los sujetos económicos, y particularmente de los comerciantes, distinguiendo lo justo y lo moral, el respeto a los contratos y el orden de los principios éticos. Brillante epílogo para un libro polémico e inteligente, como todos los de su autor.