Ensayo

Un fantasma en los cables. Mis aventuras como el pirata informático más buscado del mundo

Kevin Mitnick y William L. Simon

21 octubre, 2011 02:00

Foto: Alberto Cuéllar

Little, Brown & Company. 25'99 $. Ebook: 12'99 $.

Teniendo en cuenta que Windows 95 ni siquiera se había lanzado cuando los agentes federales dieron finalmente con Kevin Mitnick, el pirata informático más famoso del mundo, podríamos suponer que su autobiografía estaría repleta de tecnología y de técnicas viejas y anticuadas que en 2011 tal vez no interesarían a nadie. Pero como Mitnick deja claro aquí, no hay que sacar conclusiones precipitadas.

Aunque destacaba en la infiltración de sistemas informáticos desde un teclado y tenía una memoria aguda para los números, Ghost in the Wires [Un fantasma en los cables], escrita con William L. Simon, muestra en realidad otra de las habilidades de Mitnick: la ingeniería social, o lo que él describe como "la manipulación fortuita o calculada de las personas para influir en ellas y obligarlas a hacer cosas que normalmente no harían". Al realizar su investigación y hacerse pasar por una autoridad a través del teléfono o el correo electrónico, Mitnick descubrió que podía convencer a casi todo el mundo -programadores, técnicos, e incluso a la simpática mujer de la Administración de la Seguridad Social- de que le dieran lo que quería, como contraseñas, chips informáticos e información personal sobre los informadores del FBI que le seguían la pista. "La gente, como aprendí a desde muy pequeño, es demasiado confiada", escribe.

Este es el elemento de su historia que hace que Ghost in the Wires parezca un thriller contemporáneo para fanáticos. La mayoría de los virus informáticos y de las estafas informáticas para robar la identidad, e incluso los recientes escándalos de pirateo telefónico de algunos periódicos, dependen de la ingeniería social mezclada con el mal uso de la tecnología para engañar a los confiados. A este respecto, la autobiografía de Mitnick también sirve como llamada de atención para todos los que estén tratando de que su información personal sea privada (Mitnick, que salió de la cárcel en 2000, trabaja ahora como asesor de seguridad).

Kevin Mitnick se crió como hijo único de padres divorciados que se mudaban con frecuencia en la zona de Los Ángeles. Era un tanto solitario y y al principio se interesó por los trucos de magia y la radio para aficionados. Cuando tenía 12 años, descubrir que podía usar la red local de autobuses de forma gratuita con una perforadora de 15 dólares y con talonarios de billetes de trasbordo en blanco medio usados que sacó de un contenedor de detrás de las cocheras de los autobuses, le dio una idea de lo que podía hacer (de forma legal o no) si se lo proponía. Incluso aunque no estemos familiarizados con la biografía de Mitnick, resulta bastante evidente hacia dónde apunta, y es mucho más allá de las rutas de autobús del condado de San Bernardino. En el instituto, Mitnick desarrolló una obsesión por el funcionamiento interno de los interruptores y de los circuitos de la compañía de teléfonos, un pasatiempo conocido como phone phreaking (o fanatismo por la telefonía), que compartía con los futuros fundadores de Apple, Steve Jobs y Steve Wozniak, en sus años de formación.

En el año 1981, cuando tenía 17 años, Mitnick empleaba alegremente su tiempo en cosas como convencer a un empleado de Pacific Telephone de que le diera el número de teléfono del domicilio de Lucille Ball y en analizar minuciosamente los sistemas informáticos de varias empresas. También a los 17 años tuvo su primer altercado con las autoridades por sus actividades. De este modo, empezó un juego del gato y el ratón con las fuerzas de seguridad que duró casi 20 años y que compone una buena parte de este libro.

Movido por la curiosidad y la compulsión ("Siempre hay algo que supone un mayor desafío y que es más divertido piratear"), Mitnick se pasó la mayor parte de sus primeros años después de cumplir la mayoría de edad robando los códigos de propiedad de empresas como Sun Microsystems y Novell, en parte para poder buscar virus y lagunas en la seguridad de los que pudiera aprovecharse, y en parte por la emoción de la búsqueda. También pasó mucho tiempo realizando llamadas gratuitas en su teléfono móvil pirateado y yendo al gimnasio. A medida que las autoridades empezaron a cercarle en 1992, creó varias identidades falsas y se dio a la fuga hasta que finalmente le detuvieron en febrero de 1995.

Cuando no cuenta sus ingeniosas hazañas, Mitnick dedica buenos tramos de su libro a rebatir de forma desafiante los mitos que se le asociaron, por ejemplo, a haber pirateado los sistemas informáticos del Gobierno. (Sin embargo, sí que reconoce que ha escuchado las llamadas de teléfono de la Agencia Nacional de Seguridad).

Ghost in the Wires es bastante entretenido gracias al ritmo de las travesuras y la persecución, aunque la prosa puede caer en el melodrama barato: "Tenía que mudarme ya. Tenía que conseguir una nueva identidad ya. ¡Tenía que largarme de mi apartamento ya!". Al igual que muchos autores, Mitnick disfruta claramente con la oportunidad de dar su opinión después de todos estos años. Se burla de algunas de las acusaciones más inverosímiles que las autoridades han lanzado contra él: que ha desconectado repetidamente el servicio telefónico de la actriz Kristy McNichol, y que podría "silbar en un teléfono y lanzar un misil nuclear desde el Norad" (Mitnick supone que el fiscal federal que realizó esa afirmación le confundió con el joven entusiasta de los ordenadores que interpretaba Matthew Broderick en Juegos de guerra, el thriller de la Guerra Fría de 1983).

El sentido del humor de Mitnick resulta evidente cuando narra sus aventuras. Cuando su ingeniosa combinación de radio escáner y de programa informático le avisó de que había teléfonos móviles de agentes del FBI en la zona, tuvo la cara de dejarles una caja de donuts para que la encontraran cuando asaltaran su apartamento. Para aquellos a los que les interese la historia de la informática, Ghost in the Wires es un viaje nostálgico a los pintorescos viejos tiempos de antes de que el pirateo (y los piratas informáticos) se volvieran tan malévolos y les motivase tanto el dinero. A diferencia de los delincuentes informáticos de hoy en día, Mitnick hacía caso omiso de los números de las tarjetas de crédito con los que se tropezaba cuando buscaba un código. "Todo aquel al que le gusta jugar al ajedrez sabe que con derrotar al adversario es suficiente. No tiene que saquear su reino o apoderarse de sus bienes para que merezca la pena hacerlo", escribe. Y resumió sus motivos personales al ex agente de Bolsa de Wall Street Ivan Boesky, cuando ambos estaban en la cárcel: "No lo hacía por dinero, lo hacía por diversión".