Image: Estados Unidos bipolar. Rule and ruin / The Tea Party and the remaking of republican conservatism

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Ensayo

Estados Unidos bipolar. Rule and ruin / The Tea Party and the remaking of republican conservatism

Georffrey Kabaservice / T. Skocpol y V. Williamson

13 enero, 2012 01:00

Los precandidatos republicanos que luchan por enfrentarse a Obama en la elecciones presidenciales, ante del debate.

Oxford Universitity Press, 2011 482 páginas, 29'95 dólares / Oxford University Press, 2011. 245 páginas, 24'95 dólares

Hace medio siglo, los republicanos eran una fuerza respetable aunque algo aburrida en la escena política USA. Recelaban del gobierno excesivo, pero se resignaron a la ampliación que llevó a cabo Franklin D. Roosevelt, y su principal preocupación era mantenerlo pequeño y solvente. Su modelo ideal era Eisenhower, quien en 1952 se convirtió en el primer republicano que fue elegido presidente en 24 años. Su principal adversario para la candidatura republicana, el senador Robert Taft, se había opuesto al New Deal y era un aislacionista acérrimo contrario a la idea de apoyar a Gran Bretaña en los primeros años de la II Guerra Mundial. Eisenhower representaba una variedad de conservadurismo más pragmático, internacionalista y dispuesto a aceptar un papel mayor del Gobierno en el plano nacional. Él lo llamaba "republicanismo moderno". Tras ser reelegido por aplastante mayoría en 1956, su evangelio parecía el futuro, al menos para los republicanos.

Naturalmente, no lo fue. La crónica habitual es que William F. Buckley hijo lo pulverizó, a partir de 1955, cuando fundó National Review; que después de 1960, la vitalidad del presidente Kennedy hizo que perdiera relevancia; y que se vino abajo del todo en 1964 cuando el ala ultraderechista de los republicanos consiguió que Barry Goldwater obtuviera la candidatura. ¿Pero eran las cosas así de sencillas? En Rule and Ruin [Gobierno y ruina: el fracaso de la moderación y la destrucción del Partido Republicano desde Eisenhower hasta el Tea Party], su nueva historia del republicanismo moderado, maravillosamente pormenorizada, Geoffrey Kabaservice sostiene que el republicanismo moderno era más resistente de lo que recordamos. Kabaservice reconoce su subsiguiente derrota, pero alega convincentemente que los moderados republicanos siguieron siendo una fuerza poderosa, incluso dominante, hasta bien entrada la década de los 70.

La historia comienza al final de la era de Eisenhower. El joven activista Tom Hayden escribía, en 1961, sobre el retorno de la "acción y el diálogo político al campus universitario" y citaba tres ejemplos. El primero era la agrupación izquierdista Estudiantes por una Sociedad Democrática (que Hay- den ayudó a fundar), y que hoy se recuerda como el vehículo más importante para las protestas universitarias contra la Guerra de Vietnam. El segundo era el grupo de derechas Jóvenes Estadounidenses por la Libertad (que Buckley ayudó a fundar), y que hoy se recuerda por haber promovido las carreras políticas de Goldwater y Reagan. El tercero era Advance, una revista publicada por dos alumnos de Harvard, Bruce Chapman y George Gilder. Por aquel entonces eran republicanos afines a Rockefeller que desempeñaron un importante papel a la hora de recabar el apoyo republicano en el Congreso para el movimiento de los derechos civiles. Cuando se aprobó la Ley de Derechos Civiles en 1964, señala Kabaservice, contaba con mayor respaldo entre los republicanos que entre los demócratas (que tenían que lidiar con la oposición de los segregacionistas sureños). Pero Goldwater, el "presunto candidato presidencial" del partido, votó en contra de la ley. Las fuerzas de Goldwater aplastaron a los moderados aquel año con un fervor que a sus herederos del Tea Party les costaría igualar. Durante la convención republicana los moderados consiguieron a duras penas eliminar del programa la resolución de "enviar a los negros de vuelta a África".
Kabaservice sostiene que la estrepitosa derrota de Goldwater frente a Lyndon Johnson (que contribuyó también a reducir el número de republicanos en la Cámara a su nivel más bajo en 30 años), reforzó la influencia de los moderados republicanos. En los años siguientes, los republicanos liberales pasaron a primer plano, entre ellos John Lindsay, elegido alcalde de Nueva York; Edward Brooke (de Massachusetts), que se convirtió en el primer senador afroamericano; Georges H.W. Bush, que consiguió un escaño en la Cámara en su estado de adopción, Texas; y el gobernador de Michigan George Romney (padre de Mitt), que planteó una seria amenaza para las ambiciones presidenciales de Richard Nixon hasta que lo echó todo a perder al atribuir su punto de vista favorable a la Guerra de Viernam al "lavado de cerebro" que le habían hecho los generales y los diplomáticos. "Analizándolo retrospectivamente", señala Kabaservice, "Romney fue la mejor y la última oportunidad de los moderados republicanos para elegir a uno de los suyos para la presidencia". La presidencia de Nixon pareció en un principio una bendición para los modernos, puesto que había sido vicepresidente de Eisenhower. Sus nombramientos para el Gobierno incluían a moderados como William Rogers. A su asesor de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, también se le consideraba moderado. Y gran parte del programa nacional de Nixon flirteaba con el liberalismo, en especial el programa de pobreza diseñado por Daniel Patrick Moynihan, de filiación demócrata. Pero Nixon no era en el fondo un republicano afín a Eisenhower, sino más bien un profesional de la realpolitik calculador, que fue afinando progresivamente su mensaje para atraer a los demócratas conservadores del sur (ayudado por su vicepresidente ex moderado Spiro Agnew) hasta acabar distanciándose de los republicanos moderados, aunque a menudo persiguiera políticas liberales. Luego vino el Watergate, que alejó a los donantes moderados en los 1970. Con la elección de Reagan en 1980 el partido se deslizó aún más a la derecha, y los republicanos modernos empezaron a escasear.

Actualmente, casi todos los centristas políticos son demócratas. Y con el avance del Tea Party, los republicanos están experimentando otro momento como el de 1964. En The Tea Party and the Remaking of Republican Conservatism [El Tea Party y la nueva versión del conservadurismo republicano], un libro excepcionalmente revelador, The-da Skocpol y Vanessa Williamson afirman que más de unos cuantos miembros del Tea Party "asocian su primera experiencia política a la campaña de Goldwater". Pero hay importantes contrastes entre los dos movimientos. Para empezar, el Tea Party, a diferencia de la insurrección de Goldwater, se las ha ingeniado para ganar elecciones y ha obtenido algo de poder en los planos nacional y estatal. En segundo lugar, la ideología anti-Gobierno del Tea Party se ve atenuada por un silencioso apoyo a la seguridad social y Medicare. Eso se debe a que los activistas tienden a ser de mediana edad y más mayores. Según Skocpol y Williamson, el Tea Party no se opone a las prestaciones sociales en sí, sino más bien a las prestaciones sociales "no merecidas", que en la práctica significa cualquier prestación para afroamericanos, latinos, inmigrantes (sobre todo los sin papeles) y jóvenes. Un sondeo llevado a cabo entre los partidarios del Tea Party en Dakota del Sur halló que el 83% se oponía a cualquier recorte de la seguridad social; el 78% se oponía a cualquier recorte en la cobertura de Medicare para las recetas de medicamentos; y el 79% se oponía a los recortes en los reembolsos de Medicare a médicos y hospitales. El Gobierno pequeño que defiende el Tea Party es uno en que el yo me llevo lo que me corresponde y casi todos los demás no se llevan casi nada.

Esto supone un problema especial para un republicano conservador como Paul Ryan, que está a favor de privatizar Medicare y de trasladar una mayor parte de la carga financiera a los receptores. Pero también es un problema para cualquiera que aspire a reducir el déficit público, porque son las prestaciones "merecidas" como la seguridad social y Medicare las principales responsables del descontrol del gasto público. Por otra parte, aunque los miembros del Tea Party, que tienden a ser de clase media acomodada pero no ricos, odian pagar impuestos, no tienen inconveniente en que otros los paguen.

Por tanto, en cierto sentido, el Tea Party es un producto del estatismo del bienestar que la derecha dura pretendía aplastar en 1964 y que tantos miembros del Tea Party afirman odiar hoy en día. "Los contribuyentes estadounidenses subvencionan su renta y su seguridad social, y por consiguiente les proporcionan el tiempo y la capacidad para organizar protestas y grupos del Tea Party", señalan irónicamente Theda Skocpol y Williamson. El Gobierno aporta el tiempo libre que hace posible la oposición furibunda y airada al Gobierno. Los demócratas construyeron esta complicada estructura a lo Rube Goldberg, pero no podrían haberlo hecho sin la ayuda de los "republicanos modernos". Al menos en ese sentido estricto, su legado perdura.