Ensayo

La defensa de Madrid / Crónicas de la Guerra

Manuel Chaves Nogales

20 enero, 2012 01:00

Ediciones de Isabel Cintas. Prólogos de Antonio Muñoz Molina y Santos Juliá. Renacimiento. Sevilla, 2012. 216 páginas, 15, 50 euros

Dice Muñoz Molina, en el prólogo que antepone a La defensa de Madrid, del periodista y narrador sevillano Manuel Chaves Nogales (1897-1944), que este libro "quema entre las manos". Y quema, quizá, porque, a su innegable calidad literaria, y a su carácter de testimonio casi inmediato a los acontecimientos -y decimos "casi" porque Chaves no estaba en Madrid cuando suceden los hechos que narra en este reportaje novelado-, une algo que todavía impresiona al lector español medio: el hecho de conjugar el apasionamiento y la necesaria distancia crítica. No es virtud frecuente entre nosotros. En lo concerniente a la última Guerra Civil, la circunstancia democrática en que nos encontramos ha reducido a su mínima expresión las parcialidades a favor del bando sublevado contra la legalidad republicana; pero eso no ha llevado a efectuar el ejercicio crítico complementario: el de tratar con el mismo rasero los tremendos errores políticos en que incurrió la República y las arbitrariedades y violencias ocurridas en el territorio controlado por ésta durante la guerra.

Y eso, a pesar de que han menudeado en estos años las publicaciones de testimonios que invitan a una consideración ecuánime de esos hechos, tales como los diarios del diplomático chileno Carlos Morla Lynch, los libros del propio Chaves Nogales o, muy recientemente, los diarios de guerra del poeta José Moreno Villa.

La defensa de Madrid podría inscribirse en esta corriente. En este largo reportaje seriado, publicado originariamente en la prensa mexicana, el periodista sevillano expone los hechos y circunstancias que, contra todo pronóstico, hicieron posible que el avance fulminante de los militares sublevados en julio de 1936 fuera detenido a las puertas de Madrid. Ello se producía cuando el propio gobierno republicano había abandonado la capital y contribuido, con ello, a la desmoralización de los encargados de su defensa. Recayó la responsabilidad de ésta en el general Miaja, a quien Chaves considera el hombre providencial que la situación requería.

Hay algo trágico en esta figura, tal como Chaves la pinta: Miaja es, en principio, un hombre atrapado por las circunstancias. Como todos los militares de carrera que permanecieron en el campo republicano, suscita la desconfianza de las milicias teóricamente puestas bajo su mando, e incluso se siente amenazado por éstas. Pero el caso es que, ante la presión de los hechos, este hombre gris, trasunto de la fría eficiencia y el sentido de la responsabilidad que el "burgués" Chaves Nogales quería para el ciudadano medio de una república parlamentaria, se impone al caos y consigue lo que los discursos revolucionarios y el arrojo desorganizado de las milicias no habían logrado: detener la ofensiva rebelde a las puertas de Madrid.

Contrasta el tono dramático de este espléndido reportaje con los distanciados análisis que Chaves iba haciendo de la guerra en los artículos que publicó en la prensa extranjera entre agosto de 1936 y septiembre de 1939. En ellos, el sevillano intenta explicar y explicarse qué fuerzas destructoras se habían desatado en España y cuáles eran sus propósitos. Sus teorías y predicciones, quizá, han quedado desautorizadas por la historiografía posterior -y a ello apunta el gélido prólogo que el historiador Santos Juliá antepone a la recopilación de estas Crónicas de la Guerra Civil, publicada al mismo tiempo que el otro libro aquí comentado-, pero el lector actual no puede permanecer indiferente a este esfuerzo de un hombre inteligente por racionalizar lo inconcebible.

Tempranamente abogó el sevillano por algo que resultaba inasumible para los fanáticos de uno y otro lado: una solución pactada, que dejara fuera de juego a los extremistas de ambos lados. Por ello, se esfuerza en constatar una verdad de la que ahora nadie duda: que la complejidad social y política de ambos bandos no se correspondía con la agresiva simplicidad de las consignas en cuyo nombre se enfrentaban en el campo de batalla.

Leer a Chaves equivale, hoy, a participar en la gozosa aventura intelectual de situarse en esa posición de distancia y ecuanimidad, desde el aborrecimiento de los totalitarismos de cualquier signo. No estaría de más que esta visión de las cosas se generalizara; aportaría un elemento de esperanza a la siempre compleja situación española, sobre la que los discursos simplificados de siempre siguen operando su nefasta influencia.