Image: Radicales libres. La anarquía secreta de la Ciencia

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Ensayo

Radicales libres. La anarquía secreta de la Ciencia

Michael Brooks

24 febrero, 2012 01:00

Michael Brooks. Foto: Camera Press, Francesco Guindinci

Traducción de Joandomènec Ros. Ariel. Barcelona, 2012. 318 pp. 19'90 e. Ebook: 13'99 e.


Que un hacker autista, autor de notables tropelías informáticas, llevara el libro Radicales Libres en la mano a la salida del juzgado donde se le hizo justicia, catapultó su difusión hasta situarlo en un puesto destacado de la lista de ventas de Amazon. Su autor, Michael Brooks, tras completar un doctorado en Física cuántica, ha seguido una carrera periodística en torno a la divulgación científica y es asesor de "New Scientist". El subtítulo, La anarquía secreta de la Ciencia ya anuncia las tesis de Brooks sobre los científicos. Según él, muchos investigadores tienen más de libertinos y anarquistas que de ratas de biblioteca, a lo que añade la idea de que los fraudes, los plagios, los resultados encubiertos, la falta de ética y las imprudencias son a veces males necesarios para atraer la atención del público sobre algunos de los más brillantes hallazgos de la ciencia. Es más, nos dice Brooks, reconocidos premios Nobel han sacado sus ideas de las drogas y los sueños.

Me imagino a muchos, entre quienes hayan leído hasta aquí, interrumpiendo la lectura y apresurándose a comprar un libro que promete tanta salsa o absteniéndose de seguir leyendo, presa del temor a que se derrumbe su imagen de una de las profesiones mejor valoradas. Para que nadie se precipite, adelantaré que Brooks no presenta la anarquía como algo que necesaraimente desacredite a los científicos sino que más bien muestra respeto por los investigadores que han obtenido resultados notables mediante métodos heterodoxos o no respetables. Además de los delitos comunes, los científicos pueden cometer delitos relacionados con el mismo proceso de investigación y con el de difusión de sus resultados. En la actualidad está relativamente bien definido lo que se considera como ‘buena práctica' en la investigación científica y lo que se considera delictivo. Esto último incluye la falsificación, la invención de resultados, el plagio y toda una serie de prácticas que se desvían de las comunmente aceptadas en la comunidad científica. Existen dificultades para tratar este tipo de delitos, ya que el mundo académico no entiende bien los procesos legales y la justicia ordinaria no entiende cómo funciona el proceso investigador. Hay que decir que la aplicación con efecto retroactivo de las pautas actuales de buena práctica pondría en entredicho los procedimientos seguidos por las grandes figuras del pasado, tales como van Leeuwenhoek, Darwin, Pasteur o Mendel, sin que se vieran afectadas sus contribuciones.

Si entramos en algunos detalles del libro de Brooks podremos palpar las realidades en que basa sus atrevidas generalizaciones. En el capítulo primero, tras un preámbulo sobre el alunizaje, nos topamos con Einstein, cuyas teorías tienen un origen místico según Brooks, para luego pasar al caso de Kari Mullis, "otro californiano consumidor de drogas" (sic), investigador con el que, a juzgar por las abundantes páginas que se le dedican a lo largo de todo el texto, el autor se basta para sustentar su idea de que los premios Nobel son el resultado de "drogas, sueños y alucinaciones".

Mullis, un oscuro investigador en una empresa privada, tuvo una idea brillante para replicar masivamente el ADN en el tubo de ensayo, lo que se tradujo en infinidad de aplicaciones prácticas y amplias consecuencias económicas. Se pavoneó por escrito en el Scientific American de que su hallazgo se debió a las drogas y, en particular, al LSD, del que era notorio consumidor. Aunque he conocido un buen número de investigadores que en algún momento hayan consumido drogas, no conozco a ninguno que haya atribuido sus hallazgos a dicho consumo. Entre las varias decenas de premios Nobel que he tenido el privilegio de tratar, todos resultaron ser personas bastante normales, y a ninguno, como a Mullis, hubo que traerlo de Toledo y rescatarlo de su particular viaje. Aparte de la indudable importancia de la técnica por él desarrollada, el prestigio de

Mullis está en entredicho por su defensa sin fundamento de que no es un virus el causante del SIDA. En contraste, son muy abundantes los científicos que consideran su acceso a las ideas que les dieron fama como una suerte de experiencia mística. El matemático A.S. Ramanujan y la genética Barbara McClintock constituyen los ejemplos más sobresalientes de esta vena mística.

Más que en los científicos delincuentes, a los que dedica un capítulo, sin llegar a considerar algunos casos célebres, Brooks está interesado en el comportamiento anárquico, en la heterodoxia. A este respecto, el caso del descubrimiento de la doble hélice por Watson y Crick responde por completo a la idea motriz del libro porque, en muchos de los aspectos que puedan pensarse, la investigación discurrió por cauces peculiares en los que las pruebas no lo fueron todo, se corrieron riesgos y se infringieron tabúes y reglas deontológicas. Nadie hubiera apostado nada a que estos investigadores, con su estrategia de tratar de "adivinar" la estructura del ADN, llegaran a puerto antes que los que siguieron caminos aparentemente más apropiados y, por otra parte, su alegría con los datos ajenos, adquiridos irregularmente, hubiera podido terminar súbitamente con su investigación. Watson describió con gran candor, en su magnífico libro La doble hélice los pecados de esta aventura y, por esto, parece inaceptable el afán de Brooks por insinuar en el epílogo, sin prueba alguna, que Crick hizo su descubrimiento bajo los efectos del LSD.

Hay que repetir que el colectivo de los científicos no es más virtuoso que cualquier otro, sea el de los jueces o el de los guardias, pero tampoco menos. La del científico es una disciplina muy competitiva que vocacionalmente se vive con gran intensidad y en la que las compensaciones y premios tienden a concentrarse en exceso en el que llega primero, pero en esto no se diferencia de otras actividades como la literaria o la deportiva. Estamos, en fin, ante un libro ameno, curioso, divertido y realmente recomendable, si no nos lo tomamos demasiado al pie de la letra y no aceptamos todas sus generalizaciones.

Michael Brooks: "Investigar es un juego peligroso"

Por Javier López Rejas



-¿Se ha propuesto desmitificar a los científicos en este libro?
-He intentado que la gente se interese por la ciencia como lo hace por el arte, es decir, a través de las personas que la practican. Disfrutamos de la pintura gracias a la humanidad de personajes como Van Gogh o Picasso. Del mismo modo ocurre cuando conocemos de cerca la intimidad de Einstein o Francis Crick. -¿Diría que detrás de cada logro científico se esconde una historia de anarquía y rivalidad?
-El único patrón de comportamiento es la entrega tenaz al trabajo. Por supuesto, no todos los científicos toman drogas ni engañan para alcanzar sus objetivos. Sin embargo, una tercera parte de ellos sí admite haber hecho trampa de alguna manera y una quinta parte reconoce que el consumo de drogas le ha ayudado en su trabajo. No está mal...

-¿Son justificables los atajos cuando se investiga?
-Le diré que se trata de un juego peligroso pero, en cierto modo, el fin justifica los medios. Quiero decir que los avances nos obligan a ir rápido y a infringir determinadas normas. Esto se debe a que los científicos están llamados a ser los primeros. No hay segundos premios en los descubrimientos.

-¿Qué papel juega la comunidad científica?
-La comunidad científica se encarga de revisar los trabajos. Cualquier trampa o maquillaje son considerados como fraude, lo que supone el fin de la carrera del científico. Al final, es la propia naturaleza la que ejerce de árbitro. Y no hay manera de engañarla, se lo aseguro.