Image: Crónicas del estallido. Viaje a los movimientos sociales de América Latina

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Ensayo

Crónicas del estallido. Viaje a los movimientos sociales de América Latina

Martín Cúneo y Emma Gascó

17 enero, 2014 01:00

Nestotr Kirchner, Evo Morales, Lula Da Silva y Hugo Chávez. Foto: Antonio Scorzo

Icaria. Barclona, 2013. 406 páginas, 19 euros.

En Argentina se inventó la palabra setentista para aludir al pensamiento político, básicamente kirchnerista, reclamado heredero de las luchas políticas, en especial guerrilleras, ocurridas en la década de 1970. No se trata sólo de un mirada nostálgica de un pasado que no fue, sino también de la reivindicación ex post de las posiciones políticas e ideológicas de quienes años atrás apostaron por la lucha armada como el mejor camino al socialismo a través de una revolución violenta.

Varias décadas después de la caída del Muro de Berlín y de la derrota de quienes mayoritariamente se reclamaban herederos de la Revolución Cubana asistimos al reverdecer de posiciones maximalistas que a fines del siglo XX parecían desterradas de América Latina. Tras el "giro a la izquierda" en la región, iniciado con la presidencia de Hugo Chávez en Venezuela, y pese al carácter variopinto de los partidos y movimientos que lo provocaron, hemos visto a algunos ex guerrilleros encabezando los gobiernos de sus países, como ocurrió en Brasil o Uruguay.

Crónicas del estallido si bien pretende ser un relato que narre algunos de los más exitosos y recientes movimientos sociales latinoamericanos, es también un claro ejemplo del espíritu setentista aludido. Bajo el estilo de una crónica de viaje, un recorrido terrestre a lo largo del continente, desde Argentina hasta México, se intenta construir un relato de aquellos movimientos que han sido capaces de movilizar a importantes sectores sociales y obtener algunas victorias políticas relevantes. Pero, en vez de presentarnos esos movimientos como consecuencia de los sistemas democráticos existentes se los vincula directamente con los movimientos guerrilleros de antaño y su lucha como una herencia directa de un pasado glorioso que se quiere repetir. De este modo, en cada parada hay una constante mirada hacia atrás para conectar las movilizaciones presentes, sea en contra de la minería a gran escala y a cielo abierto o en defensa de los derechos humanos o del indigenismo más radical, con la acción de cuadros y militantes de la izquierda armada.

De hecho, buena parte de los testimonios recabados para construir una crónica muy bien narrada, tienen que ver claramente con ese pasado, como ocurre con el ex dirigente guerrillero peruano Hugo Blanco. En las paradas de Bolivia, Colombia, Nicaragua y México, por ejemplo, no podían faltar las constantes alusiones al Ejército Guerrillero Tupaj Katari, a las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), al FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional) o al EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional). Pero, en ningún momento se intenta una crítica profunda del fracaso o derrota de la experiencia guerrillera latinoamericana, ni del significado del sacrificio de miles de jóvenes en aras de una utopía imposible de concretar. El hilo conductor del "relato" lleva a los autores a incurrir en una serie de contradicciones con los actuales gobiernos populistas y, muy especialmente con sus principales referentes, sean Kirchner, Morales, Correa u Ortega. Son especialmente llamativas las ausencias en los países visitados. No se incluyen ni Chile, ni Uruguay ni Brasil, los tres países que han tenido o tienen gobiernos catalogables como "socialdemócratas", ni Venezuela, la cuna de la autoproclamada "revolución bolivariana". Cúneo y Gascó han evitado posicionarse sobre la experiencia de Chávez tanto al frente del gobierno venezolano, como de líder de alcance continental. Tampoco lo han hecho sobre la experiencia democrática de Ricardo Lagos, Michelle Bachelet, Tabaré Vázquez, José Mujica, Lulade Silva o Dilma Rousseff.

Este viaje iniciático por los movimientos sociales de América Latina deja un sabor ambiguo, en buena parte provocado por el discurso maniqueo, antidemocrático, antipolítico y antiimperialista que acompaña a toda la obra. Por el otro, por la entrega abnegada de muchos luchadores sociales que se opusieron exitosamente a la injusticia. La sensación que uno tiene, al finalizar el libro es que no hace falta legitimar la violencia ni la vulneración de las leyes para alcanzar las metas anheladas vinculadas a la justicia social y a una mejor distribución de la renta.