Ensayo

En defensa del Imperio. Los ejércitos de Felipe IV y la guerra por la hegemonía europea (1635-1659)

Davide Maffi

4 abril, 2014 02:00

Actas. Madrid, 2014. 584 pp. 34 e.

Desde hace varias décadas viene dedicándose especial atención al estudio del ejército de los Austrias españoles. Fruto de la misma son numerosas publicaciones que nos dan una idea cada vez más detallada del que fue el principal instrumento del que se valieron durante casi dos siglos para la hegemonía internacional de España. Como en otros aspectos, han tendido a estudiarse primero los periodos más brillantes, con cierto olvido de los menos destacados. No es de extrañar, por ello, que muchos hechos y etapas del siglo XVII hayan quedado hasta hace un tiempo postergados, y más aún a medida que avanza dicha centuria adentrándonos en las fauces de la "decadencia". Dos libros nuevos, escritos ambos por hispanistas extranjeros y publicados en el espacio de escasos meses por la editorial Actas, han contribuido a alumbrar poderosamente este tramo final del ejército de los Austrias, poniendo en cuestión el controvertido concepto de "decadencia". El primero, La resistencia de la Monarquía Hispánica (1665-1700), traducía al español una reciente e importante revisión del reinado de Carlos II, más allá de los aspectos estrictamente militares; el segundo, el que hoy comentamos de Davide Maffi, que ha tenido el valor de enfrentarse al periodo clave en el que se consumó la derrota: el reinado de Felipe IV.

Maffi es un profesor de la Universidad de Pavía, especializado en la historia militar a la que ha dedicado otros importantes trabajos, y asiduo habitual de los archivos españoles, especialmente el de Simancas. Su investigación detallada y exhaustiva, junto con sus muchas lecturas, le han permitido realizar un magnífico análisis de conjunto, que contradice los numerosos mitos y falsedades que se habían venido creyendo sobre el ejército de Felipe IV. No se trató de una estructura anticuada ni en su conformación, ni en su armamento, tácticas, organización o cuadros de mando. Al contrario, continuó siendo un modelo prácticamente hasta el final, mantuvo en todo momento la mejor infantería de Europa y supo adaptarse a los cambios y evolucionar, como lo prueba la adaptación de su más débil caballería en Flandes bajo el mando del archiduque Leopoldo Guillermo. Durante mucho tiempo obtuvo notables victorias, muchas de las cuales han sido injustamente olvidadas. Otras veces, la propaganda de sus enemigos tuvo tanto éxito que logró convertir en decisivas acciones de armas que no lo fueron tanto. El caso más singular es el de la batalla de Rocroy (1643), tenida siempre como la derrota final de los tercios y que el autor considera un mito creado de forma eficaz -y duradera- por los franceses.

La conclusión es que los ejércitos de Felipe IV no fueron en absoluto inferiores a los de sus enemigos. Por el contrario, fueron más numerosos y demostraron una gran capacidad de lucha y resistencia. Tanto los suecos como los holandeses o los franceses tuvieron defectos similares, cuando no mayores. Si Felipe IV acabó perdiendo fue porque -a diferencia de ellos- tuvo que enfrentarse simultáneamente a varios enemigos y atender a un mismo tiempo a frentes diversos, muy alejados unos de otros. La entrada en la guerra de la Inglaterra de Cromwell acabó por desequilibrar la balanza e influyó también el progresivo agotamiento humano y financiero de la Monarquía, que llegó exhausta a los años finales de la década de los cincuenta. Pero no fue la única. También la Francia que firmó la paz de los Pirineos (1659) era un país agotado y al límite. Vale la pena leer el magnífico y pormenorizado libro de Maffi -recordémoslo, un extranjero, igual que Storrs- para que comencemos a prescindir de tantos mitos como pueblan nuestra historia, más negativos que los efectos de las armas en campos de batalla como Rocroy.