La gran desmemoria. Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar
Pilar Urbano
25 abril, 2014 02:00Pilar Urbano. Foto: Alberto Di Lolli
En los momentos en que España entera acaba de rendir homenaje al principal impulsor de la Transición, aparece un libro que se presenta como desvelador de un secreto inconfesable, de lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar, un secreto del que la autora sería depositaria, por confesiones de allegados al difunto, que éstos nunca se atrevieron a hacer en público. Como se ve, es el planteamiento de una novela de misterio, quizá de ambiente siciliano, y de hecho el libro tiene partes noveladas, pero no se trata de una obra de ficción, sino de un ataque a la imagen del Rey, basada en una combinación de hechos reales, de hechos no probados y de insinuaciones entre líneas, los elementos típicos de un libelo prudente. En palabras de Adolfo Suárez Illana, la autora ha empleado la mano de su padre recién fallecido para dar una bofetada al Rey. Como gesto, no es muy elegante, pero el oportunismo no basta para descalificar un libro.El lector capaz de devorar las ochocientas páginas del libro, no creo que haya muchos, y que conozca el tema, se encontrará con mucho material conocido, con algunas novedades que suenan fantasiosas, y con otras que tienen apariencia de realidad. Tomemos un ejemplo fantasioso: una larga escena en que discuten vivamente el Rey y Suárez, sin más testigos que el perro de aquél, quien al final, inquieto por la actitud amenazadora del presidente del gobierno salta sobre él y ha de ser sujetado por el propio monarca (p. 559). A pesar de este protagonismo canino, que haría suponer que hubiera sido el perro el informante de la autora, ésta nos indica en la nota pertinente que fue Suárez quien se lo contó a dos amigos, que a su vez se lo contaron a ella. Pero resulta que uno de esos amigos era Aurelio Delgado, uno de los firmantes de una declaración en la que indican que cuanto se les atribuye en el libro es total o parcialmente falso o está torticeramente manipulado. Y esta escena con el perro indignado, fechada un mes antes del golpe de Tejero, no es una anécdota, sino una de las claves del libro, pero de lo que la autora no nos informa es de quien le contó no ya lo que el Rey dijo, sino lo que pensó. Según ella, Suárez anunció al Rey que estaba dispuesto a disolver las Cortes, pero éste, excediéndose de sus atribuciones constitucionales, se opuso: "Suárez no debía dimitir no disolver las Cortes… todavía". Había que derrocarle mediante una moción de censura. ¿Por qué?
Como en casi todas las novelas de intriga (se dice que Andreotti les arrancaba las últimas páginas para que una solución banal no les quitara todo su encanto), al final los porqués no quedan nada claros: si tratamos de juntar todas las piezas nos resulta una imagen grotesca. Más o menos la de que existía una conspiración para derribar a Suárez y sustituirle por un gobierno de concentración, puesto para el que gentilmente se ofrecía el general Armada, y que en esa conspiración estaban implicados el Rey, los militares, los banqueros, el PSOE en pleno, buena parte de UCD, Fraga y los suyos, los comunistas… y el perro real, suponemos. Ahora bien, si los conspiradores contaban con mayoría parlamentaria, no se entiende muy bien por qué tenían que conspirar y meter al intrigante de Armada de por medio. No se entiende que al dimitir Suárez, el Rey tragó con Leopoldo Calvo Sotelo, fiel al dimitido presidente, y no propuso a otro candidato, como la Constitución le autorizaba. Ni por qué, en ese momento le dijo a Armada, según afirma la propia autora, que su "operación" había terminado (p. 625).
A pesar de su inconsistencia, el impacto de este libro en la opinión pública menos informada es de prever: ya nos explicó Jordi Évole que en el 23-F había gato encerrado y ahora Pilar Urbano ha dicho que el "elefante blanco" era el Rey. Los historiadores sesudos dirán otra cosa, pero seguro que están comprados y además… ¡son tan aburridos!