El triunfo de la compasión
Jesús Mosterín
11 julio, 2014 02:00Jesús Mosterín. Foto: Jaime Villanueva.
Jesús Mosterín (Bilbao, 1941) vuelve a la carga por los derechos de los animales. Al catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Barcelona la pasión por este tema se remonta a su colaboración con Félix Rodríguez de la Fuente como director de la enciclopedia Fauna; y puede que de allí proceda también la vocación divulgadora que anima su nueva obra.En este volumen eminentemente persuasivo Mosterín resume los grandes ejes de la ética que promueve, una ética que tiene a la compasión como valor central y al dolor causado adrede como mal moral. Ante la compasión los demás valores deben ceder -salvo que esté en juego la propia supervivencia. El resultado es una moral que se despliega en círculos concéntricos: de restringirse a uno mismo se amplía a parientes y amigos; luego a los connacionales, y por fin a los demás humanos (o humanes, como dice el autor para esquivar el sexismo implícito en el adjetivo "humanos"). El progreso ético consistiría en la ampliación de los círculos compasivos. El reto pasa ahora por la inclusión en ellos de todos los seres capaces de sentir dolor: los vertebrados.
Mas ocurre que las cosas no son tan sencillas como pretende ese esquema. Existen culturas capaces de venerar a las vacas y a la vez defender la división social más inicua (la hindú); de unir la devoción por perros y caballos al desprecio a las mujeres (la occidental); o conjugar el genocidio de pueblos enteros con normas respetuosas del bienestar de los mariscos (el nazismo). En breve: el amor a los animales de por sí no conlleva ni presupone superioridad moral. Eso no quita que los tiempos actuales, por una combinación de razones no necesariamente compasivas, sean propicios para acabar o moderar el sufrimiento causado a unas cuantas especies, sobre todo mamíferas.
Llevada al extremo, la ética de la compasión desemboca en el vegetarianismo, el abandono de las pieles y el cuero, y el fin de la experimentación con animales. Mosterín, que se precia de realista, admite que no existe una moral satisfactoria para todos los casos y acepta soluciones de compromiso. Tolera que sigamos comiendo carne -al menos hasta que se invente el filete sintético- y reconoce que algunos ensayos con animales son necesarios para el bien humán, pero no cede un milímetro en su rechazo a las tradiciones crueles (producción de foie-gras incluida) y el maltrato a nuestros primos los primates (es presidente de honor del Proyecto Gran Simio en España).
En defensa de estas convicciones se arroja al ruedo más típicamente español: el coso taurino. En la huella de Ferrater Mora, otro filósofo enemigo de las corridas, la emprende con su colega Fernando Savater, enrolado en la causa de la tauromaquia. Declarándose "a favor de los toros y en contra del toreo", Mosterín desmonta lo que tacha de sofismas, como la defensa de las corridas en nombre de la tradición o su justificación por la existencia de otras crueldades con animales, o la negación a los no humanes del derecho a la compasión. También arremete contra los nacionalistas catalanes, que prohíben el toreo pero amparan los correbous apelando a principios ancestrales.
Contra lo que puede parecer, no son estos los planteamientos de un ecologista vehemente. Pese a sus afinidades puntuales con el ambientalismo, Mosterín se rige por criterios propios, algunos de ellos enfrentados al ideario verde como su defensa de la clonación humana y los cultivos transgénicos; e incluso al del animalismo, que no acepta sus concesiones a la dieta carnívora. Quien busque en este libro alguna aportación novedosa sobre esta temática se verá defraudado, pues en sus páginas se retoman y sintetizan los postulados desgranados por el autor a lo largo de las últimas décadas; en cambio, quien desconozca los argumentos a favor de los derechos de los animales -y también sus aporías éticas- tiene aquí una buena oportunidad para enterarse.