Los diez mitos del nacionalismo catalán
Joaquín Leguina
17 octubre, 2014 02:00Joaquín Leguina
Especial: Leer Cataluña
El Leguina ensayista no pretende ser sutil ni académicamente brillante. Le interesa ir al grano y lo hace por la vía más expeditiva, sin justificaciones ni circunloquios. Su frescura expositiva quizás no termine de satisfacer al lector exigente pero lo acerca y mucho a un público amplio, que no desea matizaciones ni alardes eruditos sino opiniones claras y bien fundamentadas. Quien haya leído sus últimos libros sabrá perfectamente lo que queremos decir. Frente a la acusación que suele hacer buena parte de la opinión pública a casi todos los políticos, puede decirse sin miedo a exagerar que a Leguina se le entiende absolutamente todo. A él no le importa que pueda ser tachado de "verso suelto" -en su propio partido-, centralista o incluso nacionalista español.
Con el imprescindible bagaje histórico, su experiencia política y, en último término, grandes dosis de sentido común, Leguina se enfrenta a cara descubierta al nacionalismo catalán o, más concretamente, a lo que denomina e identifica como diez grandes mitos de su ideario doctrinal. Son estos el compromiso de Caspe, el episodio de los segadores, la derrota de 1714, la interpretación sesgada de la guerra civil, la delimitación de los "países catalanes", el asunto de la lengua, el famoso "España nos roba", la apelación al "derecho a decidir", la relación con Europa y la consideración de la independencia como arribo a la tierra prometida. Su exposición es siempre amena y está teñida de fuertes dosis de ironía. Es particularmente hábil en desentrañar las contradicciones y paradojas de un nacionalismo de ricos, insolidario y artero, caracterizado en su última trayectoria por un oportunismo mezquino y una gran deslealtad institucional. Recuerda Leguina algunas verdades que, de tan obvias, resulta casi descorazonador consignar: diálogo no puede ser simple "trágala", el "derecho a decidir" es de todos los españoles, el federalismo supone igualdad de los federados o, en fin, frente a tanto griterío inane, que no hay democracia sin respeto a la ley.