Image: Endurance, la prisión blanca

Image: Endurance, la prisión blanca

Ensayo

Endurance, la prisión blanca

Alfred Lansing

30 enero, 2015 01:00

La lenta agonía del Endurance entre las placas de hielo es de una belleza terrible

Traducción de Elena Grau. Prólogo de R. Larramendi. Capitán Swing. Madris, 2015. 336 páginas, 19E

En 1907 Sir Ernest Shackleton (1874-1922) -quien ya había participado como tercer oficial en la expedición antártica británica de 1904 bajo las órdenes del capitán Robert Scott y que había liderado en 1907 una nueva expedición antártica que le había dejado a tan solo 180 kilómetros de polo Sur- publicó en el Times un anuncio ya célebre en la historia de los grandes viajes al Polo: "Se buscan hombres para un viaje peligroso. Se ofrece: sueldo exiguo, frío intenso y se garantizan horas en absoluta oscuridad. Un regreso incierto. Honores y reconocimientos en el caso de finalizar el viaje con éxito".

Preparaba por entonces -y tras el viaje de Amundsen, que se le había adelantado en la conquista del polo sur- un nuevo viaje incluso más audaz que el del noruego: atravesar por tierra el continente antártico de oeste a este. El plan original era adentrarse en el mar de Weddell y desembarcar con seis hombres, setenta perros y varios trineos cerca de la bahía de Vahsel a 78° sur y 36° oeste. Un segundo barco atracaría al mismo tiempo en el canal de McMurdo en el mar de Ross, al oto lado del continente para esperarles. Un viaje con un regreso algo más que incierto, cabría añadir, para el que se presentaron la asombrosa suma de 5.000 candidatos, el viaje que se relata en esta fantástica narración de Alfred Lansing, uno de los máximos responsables de que el nombre de Shackleton haya pasado a posteridad.

La crónica de Lansing (publicada originalmente en 1959, cuando el nombre de Shackleton había caído casi en el olvido) tiene entre muchas virtudes la de haber sido escrita utilizando como material los diarios de los 27 ocupantes del Endurance, y en un momento en que aún pudo entrevistar a algunos de sus protagonistas supervivientes.

Lansing no desea hacer un relato frío de la odisea de Shackleton, ni sencillamente cronístico. Se ve desde la primera línea la herencia de los grandes narradores del mar, como Conrad o Stevenson. El libro se abre con los episodios sucedidos el 27 de octubre de 1915, el momento en que Shackleton, acompañado de toda la tripulación abandona el Endurance atrapado por una banquisa a la deriva. La lenta agonía del barco entre las placas de hielo, una agonía casi orgánica, como el lento resoplido de un animal jadeante es de una belleza tan fantástica como terrible. A diferencia de otros cronistas de los héroes de los polos, Lansing centra su relato no sólo en las aventuras a las que se ve sometida la tripulación (la azarosa llegada a la isla Elefante y la supervivencia en ella, la escapada de Shackleton para pedir ayuda y las dificultades para rescatar a sus hombres) sino más bien, y sobre todo, en el retrato de Sir Ernest Shackleton.

"Para la dirección científica dadme un Scott, para un viaje rápido y eficaz a un Amundsen, pero cuando estés en una situación desesperada, cuando parezca que no existe salida alguna, ponte de rodillas y reza para que aparezca un Shackleton". La frase se convirtió casi en un cliché entre los relatores de las odiseas a los polos, y no sin motivo, porque lo cierto es que si bien Shackleton no culminó absolutamente ninguna de sus expediciones con éxito su paso a la historia se dio por una vía tan tortuosa como la de sus viajes: fue, de todos los exploradores, el más tenaz, pero también el más humano, el más audaz, pero también el que demostró una inteligencia emocional más desarrollada para dirigir a un grupo de personas ante la situación más límite que pueda imaginarse.

El relato de Lansing no sólo demuestra una gran inteligencia narrativa para integrar los textos reales de los diarios y una gran fidelidad a los hechos sino que centra toda su energía en hacer un bosquejo del espíritu de su protagonista. El resultado es un texto de una lectura casi espídica, pero sutil y diagonal a la hora de representar a un héroe cuyas motivaciones no siempre estaban tan claras. Como todos los grandes líderes, el Shackleton relatado por Lansing parece estar escondiendo permanentemente un as en la manga, el que le permite, precisamente, salvar la vida.