Ensayo

Postdata. Curiosa historia de la correspondencia

Simon Garfield

27 marzo, 2015 01:00

Traducción de Miguel Marqués. Taurus, 2015. 520 páginas. 19'95 €. Ebook: 9'99 €.

Qué emocionante era recibir una carta escrita a mano, de un hijo, un amigo, un amor... ¿Cómo es posible que semejante prodigio se haya esfumado de la noche al día sustituido por el instantáneo y mucho más prosaico correo electrónico sin protesta alguna? ¿Cuál es la historia de este arte extinto? Simon Garfield (Londres, 1960 ha escrito ya una desenfadada historia de la tipografía y una crónica vibrante de la cartografía desde los mapas primitivos hasta Google Maps. Ahora se sumerge en dos mil años de correspondencia, la de los grandes nombres como Napoleón, Cicerón o Emily Dickinson, pero también las cartas más informales e íntimas de gente desconocida, y repasa además la historia del correo postal jalonada por un puñado de impagables anécdotas.

La carta más antigua que se conoce, citada en un pasaje de La Iliada, estuvo nada menos que a punto de provocar la muerte de su portador, Anteia, a manos de Belerofonte. Aquellas primitivas misivas de griegos y romanos escritas en madera, arcilla y papiro inauguraron las fórmulas de saludo y despedida que hoy nos son tan comunes. Con ellas firmaría el grafómano Ciceron más de 900 cartas, la mayoría a su amigo Ático, de una variedad y jovialidad increíblemente actuales. Por el contrario, Séneca se mostraría un siglo más tarde seco e instructivo en su correspondencia. Y Plinio el Joven, que completa el gran tridente espistolar romano, rescataría al género de la pomposidad y fijaría su forma actual. Garfield prosigue a continuación su viaje por la Edad Media, el Renacimiento y la época moderna. Leemos las cartas de papas, reyes, y emperadores como Napoleon, que reprocha con tristeza a Josefina su falta de respuesta mientras a sus espaldas resuena el fragor de la batalla.

Especial encanto tienen las palabras que cruzan escritores y poetas. Las apasionadas de Anais Nin y Henry Miller. Y las insaciables de Ted Hughes cuya correspondencia se lee como la historia de su vida. En 1956 conoció a una mujer en una fiesta y poco después escribía a su amigo Luke: "Si ves a Sylvia Plath, pregúntale si va a venir a Londres y dale mi dirección. Encuéntrala como sea".

¿Cuál es entonces tu extraño poder, incomparable Josefina?

Recogemos a continuación dos cartas incluidas en Postdata que muestran la variedad del libro. La primera la escribe un atribulado Napoleón semanas antes de embarcarse en la conquista de Europa e ilustra el poderoso control que Josefina ejercía sobre su amante. La segunda es, para el compilador, lo más parecido a una carta perfecta: la que el poeta Ted Hughes escribe a su hija Frieda, interna en el colegio Bedales.

De Napoleón a Josefina.

[No consigna fecha aunque sí la hora: las nueve de la mañana. Simon Garfield la data "entre los albores de la relación amorosa, que se inició en diciembre de 1795, y el casamiento, celebrado el 9 de marzo de 1796".]

¿Cuál es entonces tu extraño poder, incomparable Josefina? Tu pensamiento me está envenenando la vida, partiéndose el alma. Sé bien que si discutimos, habré de decir no a mí corazón y mi conciencia. Vos la habéis seducido. Serán siempre vuestras.

Me fui dormir muy enojado. ¿Pensabas pues que no te quería por ti misma? ¿Por quién entonces? Ah señora, ¿os habéis detenido a reflexionar sobre ello seriamente? ¿Cómo puede un alma tan pura como la vuestra concebir idea tal? Sigo asombrado, aunque mi asombro que el sentimiento que, desde que desperté hoy, me ha empujado sin esfuerzo a caer rendido a vuestros pies, sin un ápice de rencor.

Te mando tres besos: uno para tu corazón, otro para tu boca y otro para tus ojos.

NB


De Ted Hughes a Frieda Hughes

Querida Frieda:

¿Qué tal los exámenes? ¿Cogiste buena carrerilla?

La lluvia llegó justo cuando estábamos terminando de cargar las balas de heno; tuvimos que darnos mucha prisa para meterlas dentro, había heno en el Land Rover, en la camioneta de Jean e Ian, en la carreta, y nosotros teníamos heno en los oídos, en la nuca, en las botas, dentro de las camisetas. Volvimos a casa bamboleándonos, nos levantábamos y nos entraban cosquillas, trastabillábamos y nos caíamos otra vez… Justo delante de nosotros avanzaba otro tractor a paso de tortuga tirando de un remolque con una carga el doble de alta que la nuestra, como un rascacielos. Por todo el campo se veían tractores desesperados arrastrándose de vuelta a casa, aplastados por las últimas cargas imposibles de transportar, bajo una lluvia verde intenso.

La lluvia está haciendo que todo vuelva a crecer. Incluida tus fresas salvajes, que están exquisitas (las que no se comen los pájaros, claro). Desde que segamos la jungla de malas hierbas que crecía por encima de la pista de tenis y la parte de arriba del huerto se han instalado varias bandadas de mirlos y tordos que cazan por allí. Y palomas. Diente de León Naranja también caza, ha descubierto una gran metrópoli de ratones allá arriba, que estaba antes fuera de su alcance. Ese gato es flor anaranjada, hermosa e inquieta.

Jueves por la tarde y sigue lloviendo.

Bueno, aquí estamos ya, todos doloridos (las articulaciones nos chirrían como una vieja verja rota), después de recoger las balas de heno.

También han llegado los veraneantes, sentados en sus coches-sauna bajo el aguacero, atascados como en un túnel de lavado, mirando fijamente al mar, con sus transistores encendidos y el helado chorreándoles por el brazo hasta el codo. Hasta muy pronto.

Te quiere,

Papá.