Image: Viejos amigos, grandes figuras

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Ensayo

Viejos amigos, grandes figuras

Julio Caro Baroja

22 mayo, 2015 02:00

Julio Caro Baroja, de pie, junto a su tío Pío Baroja

Caro Reggio, 2015. 420 páginas, 24€

Cuando acaba de cumplirse el centenario del nacimiento del antropólogo, historiador y ensayista Julio Caro Baroja (1914-1995), se publica una versión ampliada y revisada de sus Semblanzas ideales, recopilación de artículos que vio la luz en el mismo año que Los Baroja, en 1972, cuando se cumplía el centenario del nacimiento de Pío Baroja, tío del autor. Entre centenarios anda el juego, lo que no deja de tener su miga en el caso de este notable escritor que, por parentesco y formación, se consideró siempre una especie de superviviente de un tiempo anterior y empleó sus notables dotes de memorialista en evocar a las personas -"viejos amigos, grandes figuras", como reza el título de esta nueva compilación- que trató o que le influyeron en esos vertiginosos años.

"Entre el Madrid de 1925 y el de 1875 había más afinidad que entre el de 1925 y el de 1975", afirma el autor en "Una vida en tres actos", la semblanza autobiográfica que abre esta edición y que publicó originariamente en la revista Triunfo en 1981, cuando la Transición a la democracia daba sus primeros pasos entre ruido de sables y atentados terroristas y el melancólico memorialista se permitía afirmar que "las cosas que ocurren en España y concretamente en tierra vasca, me exasperan e irritan". Es esa identidad esencial entre el Madrid de su infancia y primera juventud y el que previamente conocieron sus tíos y los intelectuales, artistas y escritores con los que éstos trataron, lo que permite a Caro Baroja referirse a esa "edad de plata" de las letras y las ciencias españolas como si él mismo hubiera sido testigo de ella desde sus comienzos. Lo fue indirectamente, como receptor de los recuerdos y confidencias de sus parientes mayores; y lo fue también en sentido estricto, en cuanto que alcanzó a conocer en persona a muchos de los asiduos e interlocutores de esa notable familia.

Desde esa doble condición de testigo directo e indirecto, aborda Julio Caro las semblanzas de sus tíos Pío y Ricardo, que se cuentan entre las páginas más personales de este libro. Destacan las dedicadas a la vejez, enfermedad y muerte del novelista, sobreviviente él también de otro tiempo, y empeñado en mantener hasta el final la ficción de que debía escribir para sobrevivir, a pesar de que, en sus últimos meses de vida, ya era físicamente incapaz de hacerlo, y que los últimos libros que publicó testimonian un declive cuyo comienzo su sobrino sitúa, lúcidamente, en los años treinta; aunque quizá sea un poco exagerado afirmar que entre Las noches del Buen Retiro, publicada en 1933, y El cura de Monleón, de 1936, "hay un abismo".

Un poco más convencional es la semblanza que hace de su otro tío, el pintor Ricardo Baroja; pero en ella, de nuevo, encontramos a Julio Caro enfocando su asunto desde la perspectiva de quien afirma que "la primera parte de esta vida mía me parece sueño", y que las "gentes de personalidad poderosísima" que poblaron ese sueño "casi todas se han convertido en fantasmas". Algo de desfiles de fantasmas tiene el resto del libro: algunos, obvios, como Ciro Bayo o "Azorín"; otros, inesperados, como el folletinista Manuel Fernández y González o el humorista Luis Taboada. Sutilmente, va pasando el autor de los prohombres coetáneos de sus tíos a otros que sirven de puente entre la España anterior y posterior a la guerra civil, tales como Marañón o Carande, que, como el propio Julio Caro, encontraron en los predios académicos del franquismo un discreto refugio desde el que favorecer una cierta continuidad de las tradiciones intelectuales de las que procedían. Es significativo que estas semblanzas estén escritas ya en los años ochenta, cuando empezaba a espesarse el silencio en torno a estas trayectorias posibilistas. Ya en el libro de 1972 el autor había hecho lo propio con otros olvidados de distinto signo: los prohombres de la Institución Libre de Enseñanza, a quienes dedica una emotiva serie de retratos, al igual que a los "maestros vascos" -Aranzadi, Barandiarán, Azkúe- que influyeron en su dedicación a los estudios etnográficos.

Pocos autores se han retratado tan bien a sí mismos en su modo de mirar a los demás. Postulándose a sí mismo como habitante de un mundo moral que empezó casi medio siglo antes de su nacimiento, los "tres actos" en que Caro Baroja divide su vida son los de la tragedia española. Por este libro vemos pasear algunos de sus protagonistas y no pocos figurantes.