Image: Constantinopla

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Ensayo

Constantinopla

Julio Camba

2 octubre, 2015 02:00

Julio Camba

Edición de J. M. González. Renacimiento. Sevilla, 2015. 384 páginas, 18€

Después de leer estas piezas breves de Julio Camba es casi imposible que no surja la misma pregunta que al leer los aguafuertes de Roberto Arlt, o el Londres de Henry James. ¿Estamos condenados a viajar con una mentalidad local? ¿Es el sino necesario y doloroso de toda literatura de viaje describir desde la distancia el paisaje extranjero a los hombres de la propia tribu? Cuando uno deja de pensar en ese lector familiar y lejano al que se relata lo exótico, ¿se acaba también la misma energía que nos había impulsado a escribir? Uno se siente tentado de pensar que el número de páginas que los autores escriben sobre los lugares que visitan es inversamente proporcional a los años que pasan en ellos: si el autor visita un país un año escribe un libro, si está tres, un artículo y si está veinte, ni una línea. La razón no es tanto que sea capaz de comunicar cada vez menos esa realidad ajena como que cada vez se extingue más como interlocutor ese otro "familiar" y lejano al que tiene gracia (y sentido) comunicarle lo exótico.

Julio Camba, uno de los referentes por antonomasia de nuestra crónica periodística de principios de siglo XX, resume en este libro esa paradoja. Entre 1908 y 1909 estuvo escribiendo para La correspondencia de España crónicas desde una Turquía convulsa tras la revolución de los jóvenes turcos. En clave cómica -y a veces no tan cómica- el por entonces joven periodista relata desde su llegada a la ciudad coincidiendo con la de la troupe de Sarah Bernhardt hasta su acomodo definitivo. Los artículos recogen el abanico completo de ese viajero que relata a la lejana tribu el mundo exótico que se despliega frente a su mirada. Camba se ríe de esa particular sensación (tan española por otra parte) de que el país al que se viaja no esté nunca a la altura de sus expectativas: de que Alemania no sea nunca lo bastante alemana, ni Grecia lo bastante griega para ese viajero ultramontano español.

El estilo de Julio Camba siempre está al borde del costumbrismo cómico y siempre lo sobrepasa con un toque de "vuelo" que marca la diferencia. Eso hace que este libro (que es la primera recopilación de todos estos artículos desde que fueron titulados en La correspondencia de España) se lea todavía hoy con verdadero placer. Eso y la más bien inquietante sensación de que prácticamente todos los asuntos que tenían en jaque tanto a Turquía como a la Europa balcánica en la época de Camba (las diferencias sociales, la más que cuestionable democracia de algunos países islámicos, la desigualdad de género, etc) sigan tan activas y presentes como en nuestros días.

"Viajar es el más triste de los placeres", dice un taciturno Camba citando la célebre sentencia de Madame de Staël para contestar a un amigo que le escribe suspirando por llevar su vida de intrépido reportero en el extranjero. La imagen es de una eficacia fantástica: Camba le confiesa que para ver Estambul en todo su esplendor es necesario coger un barco y alejarse un par de millas para ver cómo se alzan todas esas cúpulas y minaretes. "Tal vez -concluye el semiserio, semicómico Camba- para saborear el encanto de Constantinopla, no haya nada mejor que quedarse en Madrid".