Image: Nuestras calles

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Ensayo

Nuestras calles

Alessandra Lavagnino

27 noviembre, 2015 01:00

Alessandra Lavagnino

Traducción de M. López-Vega. Errata Naturae. Barcelona, 2015. 164 páginas 15'50€

Las memorias de la infancia son uno de los terrenos en los que resulta más fácil caer en la cursilería, la autocomplacencia y el revanchismo. Más difícil aún resulta retratar la ciudad en la que ha transcurrido esa infancia, a pesar de que existen libros tan bien resueltos como este Nuestras calles de Alessandra Lavagnino (Nápoles, 1927), una autora cuya única noticia en castellano se la debemos a los dos libros que ha rescatado de ella Errata Naturae y que tan fielmente ha traducido Martín López-Vega.

A Lavagnino se la relaciona en la contraportada con Natalia Ginzburg, pero tal vez este hermoso retrato de la Roma de los años 30 y 40 tenga más que ver con el primer cine de Scola (La familia. Una jornada particular), la Roma del Pasolini de Mamma Roma, o la de Visconti en Bellisima. El mismo personaje de la madre de la protagonista, una profesional liberal joven y viuda que consigue sacar adelante un bufete de abogados en la Italia machista de los años 40 en su decidida lucha contra el fascismo, tiene mucho de esa época dorada del cine italiano. Otra referencia directa de este texto podría ser también esa joya de Pavese, Entre mujeres solas. Pero si hay algo que confirma este libro es que tras esa generación de grandes escritores hombres (Moravia, Pavese, Pasolini, y luego Calvino, Sciascia, Bufalino, etc), hay una generación de compañeras de letras a las que no hacen sombra: Elsa Morante, Ginzburg, Lalla Romano, Dacia Maraini y, last but not least, esta "nueva" Alessandra Lavagnino.

Lavagnino procede de la tradición "limpia", esquemática y poco histriónica de Pavese. Con la naturalidad de los grandes escritores que no necesitan epatar a cada instante con un ripio, la protagonista de Nuestras Calles, Marzia, va relatando con una sencillez lírica sus dificultades para hablar, la siempre compleja elección de los estudios, sus paseos por Roma, la relación con su prima, su gusto por la lectura. También este, como el ya comentado libro de Pavese, es un libro de mujeres solas, de mujeres sin hombres, y es a ellas a las que pertenece esa Roma fantasmal. Por eso también el retrato de la ciudad es, sobre todo, "intramuros", un retrato de interiores, el lugar en el que se produce verdaderamente la vida.

Alessandra Lavignino es capaz de contrastar la rígida monumentalidad de Roma sin esquivar la fascinación de su historia y el peso específico que supone en la mente de cualquier lector, con la liviandad, la confusión y la inquietud propias de la infancia y la adolescencia. Ese medido contraste es quizá el mejor acierto del libro y su virtud más rara. La "humildad" de la Roma elegida por la autora casa bien con esa aparente "humildad" de estilo por la que se decanta, y acaba consiguiendo la cuadratura del círculo: la figura de una adolescente disolviéndose en un paisaje urbano.