Image: Los derechos del hombre de Thomas Paine

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Ensayo

Los derechos del hombre de Thomas Paine

Christopher Hitchens

26 febrero, 2016 01:00

Christopher Hitchens

Traducción de Mercedes García Garmilla. Debate. Barcelona, 2016. 256 páginas, 16,90€

A principios de año, Atlantic Monthly Press empezó a publicar una serie de obras sobre "libros que cambiaron el mundo". Ahora le toca el turno a Los derechos del hombre de Thomas Paine, un análisis a cargo del periodista y polemista Christopher Hitchens (Portsmouth, 1949-Houston, 2011).

Paine no hizo grandes cosas antes de dejar su Inglaterra natal en 1774, a la edad de 37 años, para dirigirse a Filadelfia. Un nuevo mundo con sus afanes políticos liberaron su genio para el periodismo. El sentido común reclamaba la independencia seis meses antes de la Declaración. La primera entrega de la serie de ensayos La crisis americana tiene la mejor introducción de la historia: "Estos son tiempos que ponen a prueba las almas de los hombres". La caída de la Bastilla en 1789 cogió a Paine por sorpresa (estaba en Europa viajando entre Inglaterra y Francia en busca de patrocinadores para un puente de hierro que había diseñado), pero él interpretó que esta revolución era una gloriosa consecuencia de la estadounidense.

La Revolución francesa alarmó a los conservadores europeos, que pronto contaron con un potente defensor. Edmund Burke, un miembro del Parlamento del partido Whig, antiguo nombre del Partido Liberal de Reino Unido, había sido un defensor de los más desfavorecidos, entre los que se incluían los estadounidenses, los irlandeses católicos y los esclavos, pero en 1790 publicó Reflexiones sobre la revolución en Francia, un feroz análisis de los acontecimientos franceses y una defensa de las instituciones tradicionales como fuerzas humanizadoras. Paine respondió con Los derechos del hombre, publicado entre 1791 y 1792. Supuestamente avisado por William Blake de que el Gobierno inglés estaba a punto de detenerlo por sedición, Paine huyó a Francia, donde fue elegido para la asamblea legislativa revolucionaria.

La disquisición que hace Hitchens del libro de Paine en realidad analiza dos libros: el de Paine y el de Burke. "Este clásico intercambio entre dos maestros de la polémica", asevera el autor, "se considera con justicia el antecedente de todas las polémicas modernas entre tories y radicales". Hitchens está en el rincón de Paine, pero, como buen entrenador, conoce los puntos fuertes del otro luchador. Burke entendió que el contrato social era complicado. "El Estado", escribía, es "una asociación... entre los vivos, los que han muerto y los que están por nacer". En estos argumentos Paine solo veía mistificación y alegatos falaces. A él le preocupaban los problemas del día a día: "Es a los vivos, y no a los muertos, a los que hay que atender". Burke desconfiaba de las fórmulas abstractas y desdeñaba la Declaración de los Derechos del Hombre promulgada por Francia calificándola de "hojas de papel insignificantes y confusas". Paine elogiaba las constituciones escritas "como una ley de control al gobierno". Burke se mofaba del estilo declamatorio de los radicales y los comparaba con insectos: "Media docena de saltamontes debajo de un helecho hacen resonar el campo con su molesto chirrido". Los aristócratas europeos hacían pensar a Paine en otros insectos diferentes: "Los zánganos, que ni recogen la miel ni construyen la colmena, sino que existen solo para el disfrute ocioso".

Burke fue mejor profeta a corto plazo al predecir que la primera oleada de revolucionarios franceses serían gobernantes incompetentes, y que un general los sustituiría. La trayectoria francesa de Paine confirmó sus predicciones: después de que lo encarcelasen y estuviese a punto de ser guillotinado, conoció a Napoleón, el victorioso general. Después volvió a Estados Unidos, donde murió en 1809.

¿Qué ocurre hoy en día con el gran debate? Hitchens dedica su libro a Yalal Talabani, presidente de Irak hasta 2014, al que llama "líder de una revolución nacional y de un Ejército popular". El autor pone a Paine en el rincón de Talabani. En cambio, algunos radicales modernos del multiculturalismo consideran a los mulás y a los terroristas la vanguardia revolucionaria de Oriente Próximo. A ellos se les unen, en una siniestra perversión de Burke, los "realistas", que sostienen que la tradición cultural es tan poderosa y maligna que hay que dejar a la región a su suerte. Paine y Burke son agudos, elocuentes, y, por desgracia, están pasados de moda.

© NEW YORK TIMES BOOK REVIEW