De Dios y Ciencia. La evolución de Francisco J. Ayala
Susana Pinar García
1 abril, 2016 02:00Francisco J. Ayala. Foto: UCI
De fraile dominico a campeón del neodarwinismo, la trayectoria de Francisco José Ayala (Madrid, 1934) no puede ser más sorprendente. Súmese su casamiento con la heredera de la cadena Sheraton, su asesoramiento al presidente Bill Clinton, su lucha contra el creacionismo, su defensa de los derechos humanos en Somalia y sus viñedos californianos, y tendremos a un científico fuera de serie. Que el relato de ese itinerario se titule De Dios y Ciencia no puede estar más justificado, pues la vida reseñada va y viene entre esos dos polos. E igual de justificado está el subtítulo, pues en él se detalla la evolución del evolucionista.De por qué a un niño bien madrileño le dio por hacerse novicio en la dura posguerra, esta biografía no ofrece muchos detalles, como sí lo hace de su flechazo en el seminario con la teoría de la evolución de la mano de Teilhard de Chardin, el jesuita que tanto hizo por acercar el darwinismo a los creyentes. La fascinación le hizo simultanear la teología con el estudio de la ciencia en la Universidad de Salamanca y luego, mediante recomendación del biólogo Antonio de Zulueta, incorporarse al laboratorio de Theodosius Dobzhansky, genetista de talla mundial, en la Universidad de Columbia.
En orden cronológico seguimos al veinteañero padre Ayala en su aterrizaje en Nueva York, en 1961, sin saber casi inglés, y en el inicio de una meteórica carrera académica bajo el padrinazgo de Dobzhansky. Y le acompañamos en sus decisiones de quedarse en Estados Unidos, colgar los hábitos, casarse y naturalizarse estadounidense, así como en una sucesión de logros, como el reloj molecular (técnica para datar la divergencia entre dos especies), la identificación del origen de la malaria y de la genética del mal de Chagas, entre un sinfín de hitos premiados internacionalmente.
La autora, una divulgadora con sólida formación en biología, cuenta con conocimientos para valorar las aportaciones del biografiado. Sabe enmarcar los jalones de su carrera en los contextos del franquismo, la Guerra Fría, el soft power de la Administración Clinton y el fundamentalismo del gobierno Bush Jr. Y demuestra especial habilidad para recrear la atmósfera de los distintos ambientes en los que se movió Ayala, trufándola con vívidos bosquejos de los personajes que desfilan por sus páginas.
Particularmente logrado es su resumen de las relaciones de la religión con el evolucionismo; relaciones en las que Ayala se implicó doblemente, tanto en los esfuerzos de Roma por reconciliarse con el legado de Darwin, como en el proceso judicial contra la introducción en las escuelas americanas del "diseño inteligente", una hábil reformulación del creacionismo dirigida a darle una pátina científica. En ambos casos, el investigador español, pese a la calculada ambigüedad de su credo personal, intervino a favor de la teoría evolutiva y la separación de ciencia y fe.
Entre las hagiografías que hacen del científico un santo laico y las sesudas biografías para especialistas, Pinar García ha elegido la vía del medio: la confección de un retrato amable que alterna los avances de la genética evolutiva con facetas privadas tales como su éxito en los negocios y su filantropía patente en la donación de más de diez millones de dólares a la Universidad de California-Irvine. Eso sí, su lectura no deja de inspirar reflexiones melancólicas: si Ayala llegó tan lejos es porque marchó a un lugar dotado de medios con los que desarrollar su talento. ¿Cuántos futuros ‘ayalas' está produciendo ahora España que, de no cambiar las cosas, sólo alcanzarán su potencial en la emigración?