Image: Gaya. Cartas a sus amigos

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Ensayo

Gaya. Cartas a sus amigos

Ramón Gaya

8 julio, 2016 02:00

Detalle de Autorretrato con geranio, 1982

Prólogo de Andrés Trapiello. Edición de Isabel Verdejo y Nigel Dennis. Pre-Textos. Valencia, 2016. 275 páginas, 35€

"Tengo algo de novelista imposible y sin esperanza", confiesa Ramón Gaya (1910-2005) en una carta del 9 de octubre de 1959 al músico Salvador Moreno a propósito de un retrato que el pintor andaba entonces haciendo a Victoria de los Ángeles. Vivía Gaya en Roma y palpaba ya la posibilidad de pisar de nuevo suelo español después de veinte años de exilio. El viaje tuvo lugar finalmente, y no sin alguna vacilación previa por parte del pintor, unos meses después, so pretexto de una exposición que cosechó la esperada incomprensión de la crítica española. Como dejó dicho Gaya a su amigo Juan Bonafé (3/10/1960), no esperaba otra cosa. La novela que azarosamente iba dejando escrita en la abundante correspondencia que mantuvo siempre con sus amigos incluía la construcción de una conciencia artística y una entereza de ánimo inmunes al saldo de decepciones inevitablemente aparejado al roce mundano. Lo suyo era "la soledad difícil", como había dejado dicho años antes en otra carta (4/3/1953) al poeta Tomás Segovia.

Podrían espigarse en estas "cartas a sus amigos", hoy por primera vez compiladas, muchos otros diagnósticos certeros sobre el modo de estar en el mundo de un pintor que todavía no había cumplido los veinte años cuando fue capaz de enviar a su confidente y mentor de entonces Juan Guerrero Ruiz una asombrosa carta-reportaje (21/5/1928) sobre un primer viaje a París en la que, junto a la sensación natural de deslumbramiento, se desgranaba un lúcido y precoz sentimiento de desapego respecto al rumbo que iba tomando la muy celebrada "modernidad" que tenía su centro en la capital francesa. Guerrero entendió que aquella carta era algo más que la simple rendición de cuentas de un pintor imberbe y la publicó en su revista Verso y Prosa, inaugurando prácticamente el otro cauce por el que había de transcurrir la creatividad de su joven amigo: la prosa ensayística, escrita con naturalidad cervantina y preferentemente dedicada a la puesta en claro de una originalísima filosofía del Arte, destinada a desenmascarar las imposturas de la modernidad y poner de manifiesto la verdad perenne de los creadores que se desentendieron del mero juego de artificios "artísticos" para ponerse humildemente al servicio de un don superior.

Pocos autores han sido capaces de unir tan inextricablemente pensamiento y emoción como Gaya

El carácter "publicable" que Juan Guerrero discernió en aquella carta juvenil apuntaba a una característica esencial del Gaya epistolar: sus cartas, aún aquellas que incluyen referencias a detalles de intendencia o cuestiones puramente personales, discurren muy cerca de su prosa destinada a la publicación; y, de hecho, constituyen casi una reescritura paralela de esa obra publicada. Las dirigidas a sus amigos mexicanos durante su primer viaje a Europa en 1952-1953, por ejemplo, trazan un relato paralelo de los hechos, impresiones e ideas recogidos en su Diario de un pintor, redactado en esas fechas aunque no publicado como tal hasta 1984, y en su ensayo El sentimiento de la pintura (1960). Sería absurdo comparar unos textos con otros, dado el distinto contexto que les da sentido; pero lo que resulta indudable es que, si el discurso del pintor en torno a la creación artística resulta siempre cercano y convincente cuando se expresa en sus personalísimos ensayos, la vehemencia y el aparente carácter improvisado de las cartas añaden a ese discurso interiorizado una sorprendente textura de razón vital. Así, cuando se pregunta: "¿Es que ya no es posible hacer vida natural de poeta, de pintor, de músico, sino que hay que estar enredado en alguna acción estéril, típica de nuestro tiempo estérilmente activo?" (carta a Salvador Moreno, octubre de 1955), la cuestión, central en el pensamiento del Gaya ensayista, salta a la conciencia del lector de estas cartas con la urgencia de un problema personal digno de ser confiado a un amigo íntimo.

Pocos escritores han sido capaces de unir tan inextricablemente pensamiento y emoción. Evidentemente, hay en estas cartas otros motivos de interés humano: por ejemplo, los sentimientos del pintor al reencontrarse con su hija Alicia, 13 años después de que la guerra y el exilio lo separaran de ella. El drama -sin retórica- del exilio es también parte de la emoción que transmite el doble viaje de extrañamiento y regreso que narran estas cartas: esa novela "imposible y sin esperanza" que le estaba reservada al pintor-escritor.