Image: La eternidad de un día. Clásicos del periodismo literario alemán (1823-1934)

Image: La eternidad de un día. Clásicos del periodismo literario alemán (1823-1934)

Ensayo

La eternidad de un día. Clásicos del periodismo literario alemán (1823-1934)

Varios autores

29 julio, 2016 02:00

En el libro cabe hasta la sátira de balneario de Karl Kraus

Edición de Francisco Uzcanga Meinecke. Acantilado. Barcelona, 2016. 408 páginas, 20€

Auguramos a este libro un exitoso recorrido por las bibliotecas de los periodistas patrios, algunos de los cuales ya han saludado su publicación como un pequeño acontecimiento editorial. No deja de tratarse de una antología de artículos de periódico, pero la nómina de los autores abruma por su categoría, y los nombres menos conocidos en absoluto desmerecen la compañía de los más canónicos. Hablamos de las plumas alemanas más conspicuas de finales del XIX y principios del XX: Heinrich Heine, Karl Kraus, Joseph Roth, Stefan Zweig, Thomas Mann, Hermann Hesse, Robert Musil, Alfred Döblin o Walter Benjamin. Pero también de Alfred Polgar, Peter Altenberg o Egon Erwin Kisch: escritores que elevaron el género del folletín a una condición plenamente literaria, reuniendo la filosofía con la amenidad, el costumbrismo con la denuncia, el yo con el nosotros. La eternidad y el día: deshacer en el folio cotidiano este bello oxímoron debería ser la tarea del articulista ideal.

El género francés del feuilleton ("hojita", "suplemento") lo inventa el Journal des Débats cuando el 19 de febrero de 1800 adjunta a su edición un cuadernillo con noticias ligeras y críticas de espectáculos. La buena acogida de los lectores acabó provocando que los contenidos del suplemento se incorporaran a la propia edición del periódico, bien que separados por una línea en portada que marcaba la diferencia tipográfica entre el rigor de la información y las licencias del entretenimiento (siglos después internet vendría a desbaratar para siempre esta noble distinción). Desde Francia el folletín se extendió por todo el periodismo europeo, recalando con especial éxito en Alemania y en la propia España. Aquí los llamamos columnistas, pero Larra no era más que un folletinista a la francesa, y la estirpe de opinadores con vocación de estilo que de él arranca resulta, a la vista de este volumen, menos endémica de lo que pensábamos.

Otro mito que viene a derribar esta antología es que el alemán sea una lengua más apropiada a la gravedad filosófica que a la frescura periodística. Es verdad que la inmensa mayoría de los articulistas aquí congregados son judíos vieneses, y que quizá el talante austriaco y bávaro se presta mejor al género folletinesco que el prusiano. Lo indiscutible es que las piezas reunidas en La eternidad de un día pulsan todos los recursos subjetivos que asociamos a la buena columna de periódico: la fina erudición, el humor bien modulado, la mordacidad, la protesta, el vuelo lírico, la confesión personal. La ley del género condiciona al autor más que los rasgos peculiares de su talento, de forma que el volumen adquiere una unidad de tono incuestionable, que es la cortesía del antólogo. No es el mismo Mann el que escribe Doktor Faustus que quien aquí diserta sobre el novedoso arte del cine; el folletín impone sus reglas: empezando por un estilo más coloquial -pero no menos brillante-, la búsqueda de la complicidad del lector o la libertad para divagar combinada con la necesidad del argumento.

Así, cabe desde una crítica de teatro a la sagacísima reseña en que Tucholsky se descubre ante El proceso de un tal Kafka; la estampa de café de Altenberg y la sátira de balneario de Kraus; la necrológica de Ibsen, que acaba de morir; la confidencia de Isadora Duncan; la lúgubre poesía en prosa del caminante Walser; el costumbrismo vívido de Stifter; la ambivalencia de Heine; la denuncia obrerista de Weerth o de Rosa Luxemburgo; la deliciosa brillantez de Polgar, que vendría a ser el Camba o el Ruano vienés; el alegato pacifista de Hesse; el afilado y conciso reporterismo de guerra de Kisch, de una vigencia total.

Muchos de los autores seleccionados acreditaban tendencias progresistas, cuando no militaban directamente en algún partido socialdemócrata o marxista; pero en ningún momento olvidaban que se estaban dirigiendo a un público burgués, clase de la que la mayoría de ellos mismos procedía. Concluida la lectura de estos magistrales ejercicios de estilo, que enseñan a abordar los asuntos serios de forma elegante, apetece poner la apostilla filológica: "reliqua desiderantur". Se echa de menos lo restante.

@JorgeBustos1