Image: Morir joven, a los 140

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Ensayo

Morir joven, a los 140

María A. Blasco y Mónica G. Salomone

2 septiembre, 2016 02:00

Foto: Chris Marchant

Paidós. Barcelona, 2016. 256 páginas, 17'95€, Ebook: 12'99€

El envejecimiento está de moda. No pasa un mes sin que se anuncie un descubrimiento sobre sus causas o las maneras de retrasarlo. Cada hallazgo añade una pieza a un puzzle complejísimo, mas falta una visión general, actualizada y seria del fenómeno. Tal es el hueco que viene a llenar el libro de Maria Blasco y Mónica Salomone.

La primera es de sobra conocida: su fulgurante carrera en biología molecular la ha convertido en una de las científicas españolas de mayor renombre, relevancia acrecentada desde que asumió la dirección del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO). La segunda es una veterana periodistas de ciencia. Ambas se fijaron una labor ímproba: explicar de forma sintética y comprensible el fenómeno del envejecimiento a la luz de la investigación puntera. El volumen está narrado en primera persona por Salomone, que explica cómo Blasco, invitada a escribir un libro sobre el envejecimiento, sugirió hacerlo con ella. Y la forma que le dieron es la de una investigación periodística llevada a cabo por la divulgadora, trufada de diálogos con la jefa del CNIO y entrevistas conjuntas a otros especialistas.

Los hallazgos de Blasco sobre los telómeros y la enzima que determina su longitud, la telomerasa, ocupan en el texto un lugar destacado. El acortamiento de esas regiones del ADN se liga al envejecimiento y al cáncer. De su estudio se espera obtener un marcador fiable de nuestra edad biológica, aparte de posibles terapias para el alzheimer y otras afecciones degenerativas. Pero las autoras no se encierran en ese tema, y con buen criterio ceden la palabra a otros conocedores de la materia: paleantropólogos, geriatras, neurólogos, incluidos, por supuesto, los genetistas más activos en biología del envejecimiento desde que el descubrimiento de los gusanos superlongevos en 1993 propinó a ese campo el empujón decisivo.

Con sus puntos de vista han buscado responder tres cuestiones cruciales: ¿es el envejecimiento un mandato biológico o una disfunción? ¿Puede considerárselo una patología susceptible de cura? ¿Vale la pena el esfuerzo por seguir soplando velitas pasado el siglo o convendría dedicar las energías a garantizar una vejez de mayor calidad?

Para cada pregunta hay respuestas variadas. Los genetistas aseguran que no hay genes del envejecimiento, sino genes que nos conservan jóvenes y por diversas causas dejan de funcionar, lo que abre la puerta a su regulación. Algunos bioeticistas defienden que una existencia de 80 años es suficiente; otros, que no se debe medicalizar una etapa vital y hay quien afirma que la vida humana parece no tener límites. Blasco, por su parte, juzga que las antinomias son aparentes: retrasar la vejez, sostiene, implica postergar o curar las enfermedades y el deterioro que amargan esos últimos años.

Las autoras no esquivan los puntos controvertidos: el afán de lucro de la industria del anti-aging; la dudosa eficacia de los tratamientos rejuvenecedores; o la demografía del envejecimiento, que coloca a estas disquisiciones contra el sombrío telón de fondo de sociedades que no saben qué hacer con sus mayores ni cómo garantizar su bienestar.

El libro, cuyo recorrido abarca casi un año de pesquisas, acaba con un vaticinio: "En el futuro moriremos jóvenes, a los 140. O quizás más". Una predicción que hace oportuna la reflexión de la filóloga Rosa Navarro Durán: puede que la ciencia nos equipare a Matusalén, pero nos quedará "por conseguir lo que alcanzaron los Hiperbóreos: ser felices".