Image: La ira de México. Siete voces contra la impunidad

Image: La ira de México. Siete voces contra la impunidad

Ensayo

La ira de México. Siete voces contra la impunidad

Lydia Cacho, Juan Villoro, Diego E. Osorno, Sergio G. Rodríguez, A. Hernández, E. Ruiz Parra y M. Turati

9 septiembre, 2016 02:00

Protesta por la desaparición de los 43 alumnos de Ayotzinapa. Foto: AP

Prólogo de Elena Poniatowska. Debate, 2016. 305 páginas, 18'90€. Ebook: 9'99€

La "guerra" contra el narcotráfico decretada por Felipe Calderón situó a México en el radar de la violencia internacional. La saña de los cárteles de la droga hizo fortuna y las imágenes de la crueldad dieron la vuelta al mundo. Recientemente, la desaparición de 43 estudiantes normalistas en Iguala (estado de Guerrero), recordó las vinculaciones públicas con la violencia, la profunda relación entre ciertos funcionarios corruptos y la delincuencia organizada, y los profundos lazos entre delito, corrupción e impunidad.

La impunidad es el hilo conductor de este libro basado en escritos y testimonios de seis periodistas asentados en México. Una impunidad teóricamente favorecida por los poderes públicos y presente en todos los órdenes de la realidad. Ahora bien, el deseo, casi obsesivo, de demostrar la complicidad del Estado con cualquier forma de delincuencia organizada convierte a sus diversos capítulos en piezas heterogéneas, escasamente conectadas unas con otras, no sólo temática sino también cronológicamente. Lo único que logra dar cierta unidad al conjunto es la denuncia, la denuncia del Estado federal, encarnado por sus más altas autoridades, y también la denuncia del PRI. De este modo, el Estado y el PRI son los malos de la película y los máximos responsables de todos los problemas del país.

Obviamente, la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa (el nombre de la escuela normal a la que pertenecían) está presente (se le dedica dos capítulos), pero también hay escritos sobre un accidente en una plataforma petrolera en el Golfo de México, la trata de blancas, la desaparición de mujeres en Ciudad Juárez, las dificultades de los campesinos comuneros para garantizar sus derechos de propiedad sobre la tierra o los niños de la calle. Todo esto mezclado con declaraciones en torno al "periodismo infrarrealista", una suerte de periodismo combativo o militante, que intenta convertir a los profesionales de la información en los máximos protagonistas de las denuncias contra la impunidad.

Ofrece una visión en blanco y negro, monocorde, lo que puede convertir algunas de las denuncias en poco creíbles

La existencia de un estado dentro del Estado o las complicidades de funcionarios, políticos, policías, militares y jueces corruptos con los delincuentes no es ninguna novedad en el mundo actual, ni siquiera en América Latina en general o en México en particular. Por eso sería conveniente preguntarse acerca de cuál es la especificidad mexicana o qué hace de México algo tan especial, como intentan presentarlo los autores y la prologuista del libro.

Esa pregunta, precisamente, queda sin responder, dada la premura obsesiva por denunciar al Estado y al PRI. El grito de "Fue el Estado" entonado por quienes protestaban por la desaparición de los normalistas, cobra pleno vigor en uno de los dos capítulos de Anabel Hernández, a tal punto que se pone en cuestión el protagonismo del alcalde Iguala y del gobernador de Guerrero en los sucesos para magnificar la responsabilidad del Estado federal. Incluso los delincuentes, comenzando por los narcotraficantes, suelen quedar relegados a un segundo plano en los pasajes que se van escalonando a lo largo del libro.

A veces parece que ellos no son los principales responsables de la barbarie sino los políticos que los protegen. Igualmente se llega a justificar la lucha armada como forma legítima de expresar la protesta al presentar a sus actores como héroes románticos. Dice Elena Poniatowska, en su Prólogo que "el maestro Lucio Cabañas, al ver que las autoridades jamás respondían a la necesidad de los jóvenes, escogió el fusil y se remontó a la sierra con unos cuantos campesinos de Guerrero que decidieron jugarse la vida". También se admite como algo normal el robo de autobuses por parte de los normalistas movilizados.

En lo que casi es una constante en muchos mexicanos, los autores de este volumen tienden a sobrerrepresentar al Estado y su responsabilidad. Se presenta así un paisaje donde la sociedad civil aparece difuminada y las responsabilidades individuales, la ciudadanía, no existe. Una vez más esa imagen de los "ciudadanos imaginarios" de la que hablaba Fernando Escalante. Es de lamentar que estas voces contra la impunidad fueran incapaces de mostrarnos un México contradictorio, lleno de luces y sombras, luchando para encontrar la senda del desarrollo. Por el contrario, su visión en blanco y negro es totalmente monocorde, terrible por la crudeza de algunas de sus denuncias, pero monocorde al fin. Y esa falta de cromatismo, paradójicamente, puede convertir algunas de las denuncias en poco creíbles.