Image: Palmeras de la brisa rápida

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Ensayo

Palmeras de la brisa rápida

Juan Villoro

14 octubre, 2016 02:00

Juan Villoro

Altaïr. Barcelona, 2016. 192 páginas, 16€

En su célebre ensayo La risa Bergson se preguntaba por qué unas tipologías son más propicias a lo cómico que otras, por qué nos reímos con más facilidad de los gordos que de los flacos, de los enanos que de los altos o de los calvos que de los que no han perdido un solo pelo. Bergson reproduce una inquietud que en realidad está en el origen de ese mismo costumbrismo cómico del que Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) es sin duda uno de los referentes más incuestionables del panorama actual; la de si existe o no una tipología de lo risible. ¿Son los mexicanos más naturalmente cómicos que los suecos? La pregunta, podría pensarse, ofende. Pero no tanto. ¿Son los mexicanos naturalmente cómicos para los propios mexicanos? Eso es otra cuestión.

Para encontrar a un autor remotamente parecido (tanto por calidad como por eficacia) al tipo de escritor que representa en México un autor como Villoro, en España tendríamos que retrotraernos hasta Arniches o Gutiérrez Solana. Villoro consigue la cuadratura del círculo: que los propios mexicanos se miren a sí mismos con la perspectiva de lo extraño (o lo que es lo mismo, con la posibilidad abierta de tomar conciencia de lo cómico que hay en ellos sin que por eso les resulte ofensiva ni falsa esa mirada). Todos los grandes cómicos eligen como materia de burla aquello que aman y precisamente porque lo aman. La misma razón que provoca que en España los funcionarios de correos cuelguen chistes de Forges sobre funcionarios de correos en sus taquillas es la que hace que los yucatecos elijan esta fantástica crónica para reírse de sí mismos: sólo de alguien que nos quiere somos capaces de admitir un chiste mordaz.

En esta crónica se relatan las aventuras y desventuras del paso de Villoro por la península del Yucatán, con intención de conocer sus raíces (de padre español y madre yucateca). El periplo está lejos de resultar sencillo: bajo un calor aplastante al cronista le asaltan los mosquitos y las nostalgias, se ve obligado a ser el único cliente de hoteles nefastos, a subir decenas de pirámides, a comer platos indigeribles y a dialogar con extravagantes compañeros de viaje. En medio de esos contratiempos hay historias tan memorables como la del ajedrecista que desafió a Capablanca, los trovadores que renuevan el eterno arte de morir de amor o ese típico turista argentino que convierte todas las visitas guiadas a los templos mayas "en una mesa redonda".

Tal vez uno de los méritos más notables de la perspectiva desde la que decide narrar Villoro es su versatilidad: el narrador es, por encima de todo, nuestro igual. Ni un estilista recalcitrante, ni un historiador ofuscado, ni alguien que pretende revelar de un plumazo momentos para la gran Historia, Villoro tiene afilado el estilete del cómico: sabe encontrar, en la situación aparentemente banal y reconocible, el gesto, la frase, el matiz que lo convierte en fresco y nuevo.

Eso es tal vez lo que hace el imitador: repetir el gesto que todos conocíamos pero desde una perspectiva inédita. El único reproche que tal vez se le podría hacer a esta crónica, la de ser a ratos demasiado episódica, queda perfectamente subsanada por la fantástica calidad del texto y su fiel apego a la vida, la misma vida que es capaz de hacernos a la vez amables y ridículos.