Image: El chico al que criaron como perro

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Ensayo

El chico al que criaron como perro

Bruce Perry y Maia Szalavitz

25 noviembre, 2016 01:00

Las huellas del maltrato infantil permanecen ocultas. Foto: cic.mx

Traducción de Lucía Barahona. Capitán Swing. Madrid, 2016. 311 páginas, 21'90€

Quién diría que a finales del siglo XX el presunto culto al diablo podría ser objeto de persecución pública. Así ocurrió en Estados Unidos, y en la lucha contra las sectas satánicas las confesiones de algunos niños sirvieron de pruebas condenatorias. Estas se obtuvieron mediante la polémica "terapia de los recuerdos reprimidos",que inducían a los pequeños a contar lo que los investigadores querían oír, con resultados nefastos para los adultos injustamente acusados y para los propios niños.

Este es uno de los casos de menores traumatizados expuestos por el psiquiatra pediátrico Bruce Perry en este libro escrito con Maia Szalavitz, periodista y divulgadora científica. De su bagaje de veinticinco años de trabajo con el maltrato infantil en Estados Unidos, Perry seleccionó, además de la historia del niño al que criaron como a un perro, la de los hijos de los davidianos que se inmolaron en la masacre de Waco (Texas) en 1993, la del adolescente sociópata abusado en su infancia, la de la pequeña de tres años testigo del asesinato de su madre, y la de una niña violada de siete cuya primera aproximación al terapeuta fue abrirle la bragueta.

Una idea base articula los relatos: el cerebro, en sus primeros años, es un órgano sumamente plástico y en rápida evolución. Que su desarrollo se malogre o no dependerá de la interacción con el exterior. La ausencia de estímulos pautados y repetitivos puede bloquear el desarrollo secuencial de las conexiones neuronales. Por otro parte, el estrés ocasionado por un hecho traumático tiene un impacto considerable en la arquitectura y la química cerebral, tanto más si el estrés se torna crónico, con efectos nocivos en la mente y el estado físico a largo plazo.

Pero un niño no es solo un cerebro dinámico; es también un ser inmerso en un universo social. Una dieta rica en alimentos y líquidos puede proporcionarle los nutrientes necesarios, y sin embargo resultar insuficiente si no va acompañada de una "dieta" de afecto y contacto físico. Perry lo comprendió gracias al crucial descubrimiento de que una cuidadora cariñosa y atenta puede lograr mejores resultados que una legión de especialistas.

El libro cuestiona la difundida creencia en la capacidad infantil para superar los pasados traumáticos. Sus autores advierten que las presuntas recuperaciones tienen mucho de aparente, ya que las huellas indelebles del daño permanecen ocultas en los pliegues cerebrales. La buena noticia es que hay esperanzas. El subtítulo original, "Lo que los niños traumatizados pueden enseñarnos sobre pérdida, amor y curación", alude a la comprobación de que el cerebro devastado puede ser remodelado en un sentido beneficioso. Para ello resultan útiles las clases de música y movilidad; la psicoterapia en los más crecidos; el empoderamiento y, sobre todo, el amor.

Perry y Szalavitz han procurado elegir situaciones dramáticas con desenlaces felices, lo cual ayuda a que las durísimas vivencias de quienes nacieron en hogares disfuncionales o sin hogar resulten una lectura menos deprimente. Mediante la exposición de cada historia clínica y las aplicaciones del "tratamiento neurosecuencial", ofrecen una demostración fascinante de cómo las sinergias entre los avances en neurociencia y la psicología consiguen mejorías sorprendentes en pacientes considerados casos perdidos. Educadores, asistentes sociales, psicólogos y futuros padres sacarán provecho de la lección impartida en estas páginas, y también los interesados en saber más del cerebro humano, de su maleabilidad y su vulnerabilidad.