Image: Gastos, disgustos y tiempo perdido

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Ensayo

Gastos, disgustos y tiempo perdido

Rafael Sánchez Ferlosio

27 enero, 2017 01:00

José Aymá

Debate. Barcelona, 2016. 666 páginas. 34,90 €. Ebook: 12,99 €

La publicación de la obra ensayística completa de Rafael Sánchez Ferlosio enfila su recta final. A punto de aparecer Babel contra Babel y con Qwertyuiop -el volumen final- en el horizonte, este segundo tomo resulta especialmente interesante para el lector de hoy por el periodo que abarca: de la Transición, hoy tan debatida, al zapaterismo.

Continúa Debate publicando la obra ensayística de Ferlosio con este volumen, el segundo de los cuatro que integran el proyecto de Ignacio Echevarría. Aunque para algunos será siempre el autor de El Jarama, muchos críticos -y sospecho que él mismo- reivindican por encima del narrador al ensayista fino y enciclopédico, moderno como un posestructuralista y tradicional como un escolástico, sincrónico en prensa y diacrónico en historiografía, insobornable, severo y humorístico. Su entrañable odio a Ortega no le exime a él mismo de una prosa igualmente culta y barroca, tan prolija como la del filósofo oficial pero sin sus raptos de cursilería: los famosos "ortegajos". Ahora bien, Ferlosio es muy capaz de escribir "sinaítico" porque "veterotestamentario" le parezca manido.

Ferlosio compensa lo que le falta de sintético con la hondura del análisis y una mareante -¡más hipertáctica que hipotáctica!- capacidad de abstracción. Los artículos reunidos aquí abarcan desde la Transición hasta el zapaterismo, la mayoría publicados en El País, en un alarde continuo de libertad de opinión y de sintaxis que hoy, bajo la dictadura del buenismo político y el cretinismo expresivo, invita a la melancolía. Aunque los temas sonarán al lector -del café para todos de Suárez al GAL, del Prestige al Quinto Centenario del Descubrimiento-, su tratamiento no hace concesiones. Arremete por igual contra Suárez y contra Felipe, contra Rouco -sus diatribas eclesiásticas revelan una pasión de canonista- y contra Aznar, contra nacionalistas y monárquicos, contra los mandarines culturales y los policías de manga ancha, contra otros escritores con nombre y apellidos.

Izquierdista heterodoxo, por decir algo, se le define mejor por vía negativa, citando a sus enemigos más constantes: la noción de autoridad; la razón de Estado que, invocando el principio de eficacia, convierte la diferencia entre justo e injusto en una formalidad inútil; la "empachosa onfaloscopia" del español terruñero; el antagonismo que nutre toda identidad y que absolutiza la diferencia; el narcisismo folclórico capaz de esencializar el Rocío o de elevar la tauromaquia a misión histórica; el nacionalismo cateto y el militarismo de la OTAN; la hipocresía socialista; el neofalangismo del macizo de la raza; la "moral del pedo" que despide todo identitarismo y que solo complace al que se lo tira.

Los artículos son un alarde de libertad de opinión que hoy, bajo la dictadura del buenismo político, invitan a la melancolía

Ferlosio no es un autor normativo: le importa más desmontar tópicos de curso mediático que proponer alternativas, pues no encuentra maneras limpias de ser español más allá del siglo XVI. Sus temas favoritos -los que le indignan- se repiten, igual que la olímpica independencia con que los enfoca, pero a veces su ironía quirúrgica deja paso al arrebato intempestivo, como cuando asevera que Walt Disney es "un corruptor de menores nunca bastante execrado, el más mortífero cáncer cerebral del siglo XX". Ahí emerge el castizo interior contra el que Ferlosio luchó toda su vida. El resultado es una mezcla de Catón y Foucault con la levita de Larra: capaz de sutilezas de hermeneuta, alturas éticas de asceta y también dicterios caprichosos que lo devuelven una y otra vez a la fecunda escuela del tremendismo español.

Su ideal resulta inasumible de tan ceñudo cuando data la decadencia literaria de España a partir de Lope de Vega (¡incluido!), o cuando prefiere a Tomás de Aquino antes que a Popper, o cuando condena toda memoria de Hernán Cortés y compañía, anticipando ese indigenismo naif que hoy clama genocidio cada 12 de octubre. Su alergia al imperialismo -donde se atisba la revancha del escritor criado bajo el silencio franquista- le impide siquiera absolver a Roma: reduce al mismo César al rol de exterminador de galos.

Al margen de juicios excesivos, el magisterio de Ferlosio para articulistas se resume en la lucidez y la valentía. En tiempos en que el felipismo revestía todos los oropeles del progreso -y repartía las dádivas consiguientes para la intelectualidad afín-, él llamaba a Felipe "gatazo castrado y satisfecho". O advertía contra las "fascistadas" de la política cultural que vampiriza toda creatividad. Cuando muchos condescendían con la violencia revolucionaria como partera de la historia, él desarticulaba la causa sanguinaria de ETA. Si Ferraz evacuaba el spot del dóberman, él se ponía de parte del PP por puro rechazo del "populismo". Su ideología no es más que una desconfianza cerval hacia el poder, hacia "el furor de dominación" del Estado y hacia "el furor de lucro" del mercado, reservándose el heroico estandarte de una pureza humanista que quizá no sea de este mundo y mucho menos de este tiempo. Ni siquiera acepta el papel social del intelectual: "Los llamados intelectuales, teniendo precisamente por gaje del oficio el de no respetar nada ni nadie, no pueden sentir respeto alguno hacia sí mismos".

El mayor valor de Ferlosio es la finura de su radar lingüístico, que criba todos los tópicos en curso.
Quizá no estemos ante un columnista perfecto, como Camba o Ruano, sino más bien ante un ensayista campeón en varias distancias, incluyendo la más corta. La densidad de su escritura se resiste a envolver el pescado de mañana, y por eso mismo no puede ser un genuino escritor de periódicos. Ni creo que lo haya pretendido jamás. El mayor valor del Ferlosio abajofirmante es la finura de su radar lingüístico, que criba inexorablemente todos los tópicos en curso. Es maestro en la agudeza del enfoque para el tema elegido y en la irreductible disposición con que se sienta ante el folio. Así por ejemplo este (hoy irreproducible) alegato ¡de 1983! contra los delirios de grandeza autonómica que no han parado de empeorar desde que así los denunciara: "Con esta peste catastrófica de las autonomías, las identidades, las peculiaridades distintivas, las conciencias históricas y los patrimonios culturales, la inteligencia de los españoles va degradándose a ojos vista y se la ve ya acercarse peligrosamente a los mismos umbrales de la oligofrenia".

Ignoro las razones de que Ferlosio ya no escriba artículos como hace aún Arrabal, nuestro otro gran clásico vivo. Quizá sea sólo la edad. Pero en un tiempo en que el humanismo se descarta como pedantería, nos explicamos perfectamente que ya no encuentre alicientes para bajar de nuevo al barro de los medios.

@JorgeBustos1