Image: La madurez de Cervantes.  Una vida en la Corte

Image: La madurez de Cervantes. Una vida en la Corte

Ensayo

La madurez de Cervantes. Una vida en la Corte

José Manuel Lucía Megías

31 marzo, 2017 02:00

Edaf. Madrid, 2017. 400 páginas, 24€

No deja de resultar irónico que en esta biografía cervantina que se beneficia de los hallazgos documentales más recientes no falten los habituales lamentos por la relativa invisibilidad de la que sigue adoleciendo su protagonista. Esto no quiere decir que el profesor Lucía Megías (Ibiza, 1967), autor de estos "retazos de una biografía", adopte en sus detalladas discusiones de lo que realmente sabemos de Cervantes una perspectiva derrotista o quejumbrosa: de su trabajo, por el contrario, se desprende un fundado optimismo respecto a la posibilidad de que "se sigan encontrando nuevos testimonios en los próximos años", la mayoría procedentes del rastro documental que dejó la labor de Cervantes en Andalucía como comisario de bastimentos para la Armada Invencible.

Tal fue la modesta y más bien engorrosa "merced" que el escritor consiguió de la corona tras años de infructuosas gestiones en pos de un puesto lucrativo; a la que siguió un igualmente comprometido nombramiento como recaudador de impuestos atrasados. Cervantes, afirma el autor, posiblemente había sobrestimado sus posibilidades de conseguir, como pretendía, un puesto de responsabilidad en América, de los que solían asignarse a candidatos de posición social más elevada.

Tampoco fue -en ello insiste mucho su biógrafo- el dechado de virtudes hispánicas que han querido ver en él sus hagiógrafos. Puede darse por seguro, por ejemplo, que durante sus años de pretendiente en la corte se ganó la vida como "agente de negocios". Y será esta incesante y siempre precaria dedicación a las cuestiones pecuniarias lo que explicará sus idas y venidas y permitirá a su biógrafo desmentir el afán de otros investigadores por establecer en la trayectoria cervantina una serie de etapas más o menos estancas, que situarían al autor consecutivamente en Madrid, Esquivias -la villa natal de su mujer, Catalina de Palacios-, Toledo y Sevilla; lo que desharía, por ejemplo, el asentado "mito" que quiere hacer de su estancia en Esquivias un paréntesis de inactividad y aburrimiento, que podría haberle inspirado su creación más inmortal, la figura de un hidalgo ocioso entregado a sus fantasías librescas.

No hay apartado de esta biografía que no conduzca a conclusiones similares. La visión actual que tenemos de nuestro escritor universal, insiste Lucía Megías, es resultado de una "construcción", en parte debida a sus biógrafos, pero también en gran medida inducida por la propia pretensión cervantina de elevarse desde sus orígenes modestos a la posición de merecedor de una "merced" real, sin dejar de lado su propósito de hacerse un nombre en el mundo de las letras. No deja de ser paradójico, por ello, que este Cervantes un tanto maniobrero y ladino que describe Lucía Megía casi nunca supiera jugar adecuadamente sus cartas: que en su afán, por ejemplo, de valerse, para sus pretensiones, de alguna de las redes clientelares que operaban en la corte terminara siempre alineándose con la facción menos favorecida. Lo "quijotesco" termina siempre abriéndose camino en cualquier consideración que se quiera hacer de la trayectoria cervantina y acaba enturbiando incluso nuestra visión de otros "mitos" ya dilucidados. "¿Se engendró el Quijote durante la estancia de Cervantes en la Cárcel Real de Sevilla?" se pregunta el biógrafo al frente de uno de los subcapítulos en los que divide su texto.

Después de su detallada exposición de las condiciones de vida en las cárceles de la España de entonces, y del anticipo de su tesis de que la inmortal novela fue fruto de un encargo editorial, casi podríamos declararnos convencidos de que los hechos una vez más desmienten la leyenda, y de que la nítida afirmación cervantina de que su libro "se engendró en la cárcel", contenida en el Prólogo a la primera parte del Quijote, obedecía a una transparente metáfora de la condición humana. Es posible, por tanto, que esa "cárcel" no fuera más verdadera que la que algunos eruditos han querido situar en la Cueva de Medrano, en Argamasilla de Alba. Si confiamos en el deportivo optimismo que guía las investigaciones de Lucía Megías, pronto otros desmentidos terminarán por devolvernos la figura del Cervantes nítido y transparente que quisiéramos conocer. O a quien quizá ya conocemos, si nos atenemos a la profunda verdad humana que se desprende de su obra.