Qué nos ha pasado, España. De la ilusión al desencanto
Fernando Ónega
28 julio, 2017 02:00La portada del libro induce a un cierto equívoco: ¿un nuevo retrato nostálgico de la transición?
Tanto el título como el subtítulo del nuevo libro de Fernando Ónega (Mosteiro, Lugo, 1947) pueden inducir a un cierto equívoco, potenciado por la foto en blanco y negro que domina la parte superior de la portada: Adolfo Suárez, con el pitillo en la boca, ofrece fuego al otro lado de la mesa a un jovencísimo y casi melenudo Felipe González. Un nuevo retrato nostálgico de la transición, puede pensarse con esas apariencias. ¿Un ayer idealizado desde la consciencia de que el áspero presente apenas deja resquicio a la ilusión y sí amplio campo a la incertidumbre y al desencanto?Quien siga la trayectoria del famoso periodista gallego -cosa harto fácil, dada su persistente presencia como analista político en los más variados medios durante más de cuatro décadas- sabe que Ónega no se limitaría a ese ejercicio de añoranza inútil. Sí que es verdad que hoy en día para muchos su dibujo de la transición parecerá como mínimo edulcorado y su aprecio por los protagonistas de la misma, excesivo o impostado. Pero es que Ónega fue hombre muy de su tiempo en aquella coyuntura histórica e intenta serlo en esta otra que vivimos. Por ello mismo, su propósito es simplemente recrear un pasado que juzga admirable desde la atalaya actual. Para decirlo en términos reconocibles por el lector que haya seguido sus últimos libros, aquí se volverá a encontrar el tono y el tipo de observación que desplegó en volúmenes tan exitosos como Puedo prometer y prometo (centrado en Adolfo Suárez) y Juan Carlos I, el hombre que pudo reinar.
Si despojamos la pregunta del título de sus ribetes pesarosos, podríamos responder -y con ello sintetizar el pensamiento del autor- que a España le ha pasado algo tan sencillo de decir como intrincado de ponderar: que ha cambiado mucho, muchísimo, hasta el punto de que los españoles hoy vivimos en una sociedad que en múltiples aspectos -económico, laboral, mentalidades- poco o casi nada tiene que ver con aquellos tiempos de la transición.
Ónega quiere subrayar este proceso de transformación hasta el punto de que dedica una de las partes de las tres que componen el libro a este "cambio social" (cuatro capítulos que desgranan la "revolución" producida en las formas de vida, costumbres y diversiones, transportes y comunicaciones, en la sanidad, la tecnología, el papel de la mujer...).
Ahora bien, ese énfasis en la mutación del país a todos los niveles no se entendería o puede quedar cojo si no atendemos a la madre de todos los cambios, que no es otro (en opinión del autor) que el éxito arrollador que conllevó el paso de un régimen político dictatorial, centralista a ultranza y aislado del mundo moderno a un sistema democrático, descentralizado e inserto en la Europa más avanzada y desarrollada. Por eso Ónega dedica los nueve primeros capítulos -la primera parte- a cómo se hizo la transición ("La construcción de la democracia"). El hecho de que hubiera "puntos negros" -título de la segunda parte: corrupción, crisis y pulsiones secesionistas- no empequeñece, siempre según él, un deslumbrante balance que debe ser motivo de satisfacción y orgullo.