Image: El caparazón. Diario de un mirón en las cárceles de El-Asad

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Ensayo

El caparazón. Diario de un mirón en las cárceles de El-Asad

Mustafá Khalifa

13 octubre, 2017 02:00

Vista aérea de la prisión de Tadmur.

Traducción de Ignacio Gutiérrez Terán y Naomí Ramírez Díaz. Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. Barcelona, 2017. 352 pp., 18€

Hay libros que son el producto de toda una vida. Otros son una inquietud temporal, una racha de talento, o fruto del motor creativo que da sentido a la existencia del autor. Y hay obras tan necesarias como indeseables, que nunca deberían haber sido escritas, resultado de la experiencia impuesta al protagonista que, cuando sobrevive -contra todo pronóstico- a la prueba, opta por la escritura para exorcizar los demonios que amenazan con perseguirle hasta el final de sus días.

El caparazón pertenece a esta última categoría y precisamente su condición de desahogo -seguramente necesario para su autor, Mustafa Khalifa (1948)- hace aún más difícil una lectura tan apasionante como desgarradora. No es el lector quién puede osar a quejarse, habida cuenta del minucioso relato de la bajada a los infiernos que padece Khalifa de una forma totalmente fortuita, como buena parte de los centenares de miles de presos políticos que desaparecieron en el inframundo creado en las prisiones de la dinastía Assad.

Como buena parte de ellos, Khalifa no cometió ningún delito, más que creerse invulnerable. Su crimen fue creer que tenía derecho a la normalidad. El mismo día en que abandonó su cómoda rutina en París, su novia, sus amistades y sus hábitos europeos tras seis años de estudios en Francia para volar a Damasco -con la esperanza de buscar su lugar en su país y dejar de sentirse inmigrante- fue devorado por la maquinaria de la Seguridad y sometido a una aterradora experiencia que le permitió conocer lo peor del ser humano.

Khalifa pasó de agujero en agujero, de tortura en tortura, de humillación en humillación hasta terminar en el penal de Tadmur, uno de los más infames de la dictadura siria, donde unos 10.000 presos eran reducidos a la condición de animales de unos captores que gozaban ensañándose con sus semejantes hasta la más abyecta deshumanización. Le acusaron de islamismo. A él, un intelectual de origen cristiano que se declaraba orgullosamente ateo, en un ejemplo más del surrealismo que rodeaba a aquellos agentes de la mujabarat (Seguridad interna) desesperados por desactivar potenciales amenazas contra el liderazgo y, por extensión, contra la parcela de poder de la que tanto disfrutaban. Y esa acusación le ganó una doble condena: la impuesta por el régimen y la decretada por los islamistas con quienes compartía barracón, que le trataban como un apestado, un infiel, una piltrafa sin derecho a conversación o a humanidad. Como si quedara rastro de humanidad entre los barracones de Tadmur. De ahí que Khalifa se recluyera en un doble caparazón, para que el odio de unos y otros no terminara destruyéndolo.

Este es el relato de trece años de prisión en las circunstancias más sobrecogedoras, que no fueron escritos sino memorizados, porque como recuerda Khalifa "en esa cárcel, que acogía un elevado número de licenciados universitarios, los presos no vieron -y eso que algunos estuvieron más de veinte años allí- un solo folio o bolígrafo". Recurrió el autor a la escritura mental, la misma que habían desarrollado los islamistas pero no esperen un estilo personalista ni desgarrado, sino una descripción minuciosa, analítica, casi quirúrgica de los hechos. Memorizar se convierte en mecanismo de defensa ante una vida despojada de lo más básico. Khalifa se alimenta de recuerdos, de un fortuito agujero que encuentra en el muro desde donde espiar a los captores -confirmándole en su condición de obligado mirón, que no de protagonista-, y eventualmente de una amistad. Esos son los únicos asideros de normalidad a los que se aferra el autor para evitar perder la razón entre los muros de Tadmur.

El libro, escrito en 2008, fue prohibido por el régimen en Siria, pero la arabista Naomí Ramírez (una de las traductoras y co-autora del postfacio junto a Ignacio Gutiérrez de Terán) tuvo la sobrecogedora suerte de encontrarlo, de forma clandestina, en Damasco, cuando perfeccionaba sus estudios de árabe. Ni siquiera se atrevió a abrir el ejemplar hasta regresar a Madrid, para adentrarse en una realidad que ni siquiera los propios sirios conocían.

Sí, el libro es una bajada a los infiernos de las prisiones sirias, árabes, dictatoriales, pero sobre todo es un viaje a los tinieblas de la condición humana, a todo aquello en lo que nos podemos convertir en las circunstancias desafortunadas. Mustafa Khalifa regresó para contarlo, y su relato encuentra un sentido especial en el actual contexto sirio.