Eloy Fernández Porta: "La sociedad interconectada es una opción, no una obligación"
Eloy Fernández Porta en la exposición Sixxa Inggentium de Daniel Canogar. Foto: Marta Angulo
Tras diez años de trabajo, Eloy Fernández Porta (Barcelona, 1974) lanza la semana que viene En la confidencia, aunque el origen del libro se remonta a su infancia, cuando su madre le regalaba libros de mitología. Allí descubrió fascinado la historia de Ra, el dios primordial que fue derrotado por revelar a Isis “su nombre secreto”. Eso, unido al hecho de recibir “desde siempre confesiones no solicitadas de desconocidos”, impulsó esta obra, que ha visto cómo durante su escritura su relación con el habla confidencial ha ido cambiando “tras perder la empatía”.
Pregunta.- De Ra al ciberpunk, ¿qué le debe este libro a Ulises Carrión y al Museo del Chisme de Cozarinsky?
Respuesta.- Son dos inflexiones en las letras latinoamericanas que aparecen en tramos importantes. Del Museo del Chisme aprendí que cada confidencia contiene otra implícita. Mi propia lectura me hizo ver que el texto, en apariencia liviano, trata en realidad del antisemitismo, de las situaciones en que ser judío ha sido un secreto infamante. El Proyecto del Chisme de Carrión, en cambio, lo descubrí en la exposición del Reina Sofía, en la última fase de redacción, me dio una clave para extender la última capa de pintura y me atrapó por la manera en que trama literatura y arte, una conexión en la que trabajo y vivo.
P.- ¿Y a Truman Capote y Blade Runner?
R.- De Blade Runner propongo una visión mitocrítica, un poco en la línea de Argullol, de quien fui alumno. Veo en la película una leyenda de dioses, semidioses (los replicantes) y ángeles caídos que se añade, con tecnología y neones, a aquellos relatos Originarios en que la verdad musitada permite fundar lo Humano. En cuanto a Capote, su praxis de la confidencia fue rigurosamente inmoral pero, qué diablos, alguien tiene que hacer el trabajo sucio...
El valor de la confidencia
P.- Si, como explica al comienzo del libro, “no hay nada superior a la capacidad humana para la insidia”, si el verdadero enigma no es el Origen sino el comadreo, ¿qué hace posible la convivencia en plena era de internet?
R.- Me temo, nos tememos, que hay en la red más conllevancia, no siempre bien llevada, que convivio, convivencia o simplemente vida -que siempre está en otra parte.
P.- ¿Quien tiene el secreto tiene el poder, esto es, el tesoro? ¿qué hace imposible dejar de convertirlo en capital?
R.- Sí, un tesoro; al sacarlo del cofre se convierte en capital, y como tal puede devaluarse: cuanto más intercambiado, menos valioso. A la vez, quienes traficamos con él podemos, si nuestros negocios no son limpios, devaluarnos en lo moral. Por si esto sonara poco optimista añadiré que no soy lo que Escohotado denomina “un enemigo del comercio”: creo que los progresos ocurren en el mercado, por lo general en sus márgenes. La confidencia es valiosa, y el valor engendra economía, intercambio y relación. Eso no es, de por sí, una mala noticia... a no ser que seas un dios primordial o un mal lector de Marx.
P.- Más allá de las denuncias justificadas y necesarias, ¿cuánto tiene el movimiento #MeToo de moda y cuánto de censor, de caza de brujas y qué revela de nosotros como individuos y como sociedad?
R.- A mí el feminismo también me lo “regaló” mi madre y, al tratar de compartir con otras personas ese obsequio, lo concibo como un conjunto de saberes y, solo en segunda instancia, como una articulación política de los mismos. Una de las cosas que aprendí de él es que ningún discurso puede dar cuenta de todos los cuerpos. Ni siquiera el discurso feminista, que no es uno solo: se despliega en inflexiones y prácticas que entran en debate y se tranforman de una promoción a la siguiente. El movimiento #MeToo le parecerá restrictivo a aquel sector del pensamiento sobre el género que, desde Paglia hasta Millet, concibe la sexualidad como un circo sin reglas y la feminidad como fortaleza instituyente. Hay quienes no se reconocen en la figura de la víctima, y eso hay que consignarlo, pero -y es un gran pero- también las hay, y en mi libro hablo de algunas que he conocido, que, al ser violadas, no pudieron contar, ni siquiera en un medio universitario, con la solidaridad de sus compañeras, y que sin duda habrían agradecido ser reconocidas como víctimas de una agresión.
La objetividad, rehabilitada
P.- Parafraseando el libro, ¿cómo (y por qué) perdimos la confianza en la confidencia científica y lo apostamos todo al la revelación sobre la intimidad?
R.- Por la misma razón por la que la película sobre Steve Jobs -una colección de habladurías sobre los pocos momentos en que un genio no se comportaba como tal- ha concitado más interés que sus inventos, siempre presentados de manera Prometeica: “yo os traigo el fuego de los dioses” (el iPad divino).
P.- ¿A qué llamamos objetividad? ¿Existe o es imposible escapar de nuestras subjetividades?
R.- La noción de objetividad, que no es la favorita de nadie, la rehabilito para designar procesos que, como la arquitectura del género, también el masculino,no dependen del cristal con que los mires porque forjan presupuestos compartidos y condiciones manifiestas. En esos dispositivos el individuo buscará, y suele encontrarlas, variaciones o diferencias en relación con reglas objetivamente establecidas. Si éstas son, por lo general, aceptadas, no es porque lo diga una máquina sino porque existe, y ahí nos duele, un consenso mayoritario al respecto. La subjetividad no la concibo como una energía singular contrapuesta a una Norma, sino como la diferencia que brota, emerge, cuando entrechocan la Norma y la excepción. Como a cualquiera, me gustan más las excepciones que las reglas; a diferencia de otros, me parece que lo normativo no solo restringe la subjetividad; también la la constituye y la estimula. .
Las redes, marañas sociopáticas
P.- Niega la existencia de las redes sociales, que son en realidad, escribe, “marañas sociópatas, hilaturas de ansiedad, dispositivos obligatorios de sobresocialización compulsiva”... ¿Qué las hace tan atractivas para las personas “entre la sociofilia y la sociopatia”?
R.- Esa seccion, titulada “Quien busca a la Humanidad hallará la muchedumbre”, la recito en el booktrailer, que ha realizado Carles Congost. Como en todos mis libros hay un momento esteticista en que digo algo, en parte porque lo pienso y en otra por incordiar, y ese tramo es un punto de intensidad, polemista, que contrasta con el tono más argumental y matizado de otras secciones. En cuanto a la sociabilidad y sus grados, se habla mucho sobre la hipersexualización -¿para quién es eso un problema? ¿Requiere, acaso, de una reunión del Congreso de Estado?- y poco de la sobresocialización, que es una orden que nos damos a diario los unos a los otros. Son muchos quienes no se han detenido a considerar si el populoso mundo relacional que vienen armando, y que no deja de aumentar, lo pueden gestionar o soportar siquiera sin acabar en el diván, o sin montar el Armagedón en Twitter por un quítame allá esas pajas. Más aún: los hay que no se han parado a pensar que habitar en sociedad es una opción, no una obligación.
"He comprobado que para muchos la chismografía sobre un autor es más relevante que la lectura de su obra"
P.-¿Qué consecuencia tiene para un creador su dependencia, su obsesión incluso, por las redes? ¿Cuál sería su caso concreto, cómo se lleva con ellas?
R.- El asunto de la dependencia de las redes aparece en artistas nacidos en la Era Analógica, o tempora -Cory Arcangel es uno de mis favoritos-; en cambio, lo veo menos en los millenials, para quienes esa dependencia no parece ser muy distinta de necesitar agua. Para mí, que soy más bien catalógico y pasé años enfrascado en una tesis sobre narrativa innovadora, los metamedios son procedimientos de orden imaginativo. Me interesa más la racionalidad que hacen posible que la relacionalidad que suscitan. En mi perfil de Spotify tengo hechas unas ochenta listas; algunas son “subjetivas”, pero por lo general las desarrollo como extensión de un libro, no mostrando la música que escuchaba al escribir, sino analizando cómo las culturas musicales presuponen o implican, vinculándose, las ideas que propongo. Crear una lista de Spotify a partir de contrastes, concomitancias y alternancias entre texto y sonido es una modalidad de crítica cultural. A partir de En la confidencia he preparado dos; la primera, centrada en el tema del Secreto; la otra, dedicada al pop electrónico cantado por mujeres, que me evoca ese contraste entre automatismo y afecto del que surge la subjetividad.
Deportividad ante la crítica
P.-¿Cuál sería su diagnóstico sobre el pensamiento español más actual? ¿Es clarividente acerca de sí mismo, acaso hipersensible, o lo bastante susceptible? ¿Con qué consecuencias?
R.-Cuando leo a Ernesto Castro, a Remedios Zafra, a Jorge Fernández Gonzalo, o, en el sector sénior, a Nerea Aresti, a Iván de la Nuez o a Marta Segarra, me autodiagnostico un conocimiento insuficiente de temas que otros han tratado con rigor y con estilo -literario y vital. En cuanto a mí mismo -o a “mí pispo” como diría Millán Salcedo-, nada clarividente: se me da mejor imaginar puntos de vista ajenos y entender las razones de los demás que examinar las mías. El autoexamen augustiniano lo cateo, y la reválida también. He sido, en otra vida, susceptible y picajoso y vi muy claro que el Mundo me debía algo; luego el Mundo me explicó pacientemente que no me debe ni cinco chavos, y los procesos de reescritura de En la confidencia, a lo largo de los años, me han ido liberando, al poner orden en ese melodrama, de la carga de ser susceptible. Ante las críticas, deportividad británica... y furia española, claro.
P.-El capítulo VII plantea una pregunta que acosa al lector español: ¿cuándo se volvieron todos diaristas, cuándo y por qué la autoficción parece haber sustituido en nuestras letras a la imaginación?
R.- Pues este asunto no lo percibo como distintivamente español -a no ser que las redes sociales sean en verdad un Invento del TBO, que bien pudiera ser. Las escrituras del yo han ganado importancia hasta ocupar parte del espacio de la novelística “de narrador omnisciente”, sí. Porque cuanto más claro está que habitamos el puto Matrix más importantes nos parecen los signos de subjetividad, así sean solo trazas, huellas o inidicios de un yo concebido, como en Matrix, como “error de sistema”. Un segundo factor es la ruptura con el edadismo. Traicionalmente el diario se consideraba un género noble solo cuando lo practicaba un Autor de edad provecta; los dietarios de adolescencia se consideraban acné redactado. Pero aquí se ha alterado la política de la experiencia, se ha revalorizado el registro cotidiano de la vivencia juvenil, como puede comprobarse,en los espacios expositivos, en la creciente presencia de dietarios escritos por chicas teen, como documento de un yo en construcción -o de la destrucción del yo adulto, que por mí casi mejor.
P.- Explica cómo la ausencia de secreto es ahora “el resultado de la curiosidad del ciudadano y de su esfuerzo por liberarse de los mediadores..." ¿También (o sobre todo) en lo cultural? ¿Estamos ante la crisis definitiva de la crítica literaria, artística, cinematográfica? ¿Es irreversible el proceso?
R.- Pues a veces lo parece, sí, pero más bien diría que la crítica se ha vuelto más difusa y omnipresente. Los medios especializados no están ya en posición de arrogarse la primacía de la crítica, y menos aún quienes trabajamos en la universidad. Odiamos y amamos la crítica, la requerimos y, cuando surge, nos damos a todos los diablos. Es una tensión instituyente en la arquitectura del sujeto -sujeto a las objeciones, recriminaciones y habladurías de otros, del Gran Otro. El metamedio que mejor representó esa tensión fue Formspring, que venía a ser como someterse motu proprio a un tercer grado con algún poli bueno y un batallón de tenientes corruptos. Si Formspring dejó de existir no es porque su modelo fracasara sino, como suele suceder con los metamedios, porque murió de éxito. Reclamar críticas y responderlas, en alta voz, es un procedimiento demasiado relevante como para quedar restringido a un único medio, de modo que, tras el fin de Formspring, los formatos digitales se han formspringeado, es decir, privilegian las situaciones en que el internauta se pone en posición de ser interpelado de manera inquisitiva o aun desdeñosa. Porque siente que en esos ataques se constituye como individuo, a partir de preguntas capciosas o malintencionadas que brotan, anónimas, de todas partes. “¡Cuestióname, Gran Otro!” es el santo y seña de la red.
Verduléitor, el Aleph de las habladurías
P.- ¿Cómo descubrió el Verduléitor, el Aleph de las habladurías (impagable el video de YouTube en el que lo presenta con Fernández Mallo)?
R.- Lo intuí al descubrir, en entrevistas y leyendo entre líneas, que Borges tenía una visión más guasona de sus cuentos que el común de sus lectores, lo que me llevó a redactar esa parodia de La Biblioteca de Babel. Lo refrendé al comprobar que, para muchos, la chismografía sobre una autora es más relevante que la lectura de su obra, y que, con frecuencia alarmante, un libro puede ser descrito como una nota al pie de un chisme. Ese texto lo desarrollé en spoken word, en una sesión titulada Personificación que hicimos con Agustín y presentamos en una gira norteamericana. La vertiente oral, elocutiva y dramatúrgica de la escritura, otra de mis pasiones, la he desarrollado asimismo en proyectos como Mainstream (también un dúo, con el músico José Roselló). Al preparar la presentación escénica de En la confidencia he optado por un monólogo teatral recitado con un trasfondo de pinturas en que me desdoblo en varios personajes como el diplomático exasperado, el oyente hipersensible o el predicador majareta, así en el vídeo filmado por Congost, para quien el año pasado escribí el guión de su obra Wonders.