Image: La dulce ciencia

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Ensayo

La dulce ciencia

A.J. Liebling

18 mayo, 2018 02:00

Joe Louis tras dejar K.O. al experimentado Lee Ramage en 1935

Traducción de Enrique Maldonado. Capitán Swing. Madrid, 2018. 376 páginas, 20 €

El boxeo ha dado casi tantos grandes escritores como boxeadores mismos. Ningún deporte se le puede comparar en potencia de inspiración, quizá porque el boxeo, como sentenció nuestro Manuel Alcántara, es el único deporte que no es un juego. De todos esos escritores una vez me advirtió José Luis Garci que el mejor había sido Abbott Joseph Liebling (1904-1963). Ahora he leído las crónicas que él mismo seleccionó a mediados del siglo XX -la edad dorada del boxeo, aunque él ya pensaba que la verdadera edad dorada fueron los años 20- en un volumen titulado La dulce ciencia, nombrado por Sport Illustrated el mejor libro de deportes de todos los tiempos. Ninguno exageraba. Es mejor que Norman Mailer, mejor que W. C. Heinz.

En la estirpe del pugilato literario que arranca en Pierce Egan -el Polibio de los cuadriláteros londinenses del siglo XIX-, pasa por Jack London y llega hasta Hemingway (entre nosotros el más grande ha sido Alcántara, cuyas crónicas ha editado Libros del KO), Liebling acaso marque la cota más elevada. Nadie como él es capaz de mezclar la sabiduría dramática de Budd Schulberg y la gracia estilística de Raymond Chandler. Leyendo sus piezas, el lector se zambulle en el blanco y negro bogartiano del cine clásico de posguerra, cuando el cuadrilátero ofrecía a los chicos de los bajos fondos neoyorquinos una oportunidad de redención. En cada una de sus largas piezas de reporterismo para The New Yorker, Liebling pone en juego la formación de un historiador, el rigor de un científico y la prosa de un novelista, todo ello sazonado con la ironía deliciosa y la insobornable honestidad de los grandes columnistas. Su dominio de la analogía original es absoluto: "Su cabeza parecía un viejo balón medicinal asimétrico al que alguien le hubiera pintado rasgos humanos". Empleaba la primera persona, pero no sabía que estaba inventando una categoría del oficio que más tarde recibiría el cacareado marchamo de Nuevo Periodismo. Sencillamente amaba el boxeo, se sumergía en el peculiar mundillo de las cuerdas y aplicaba todo su entusiasmo informativo al antes, al durante y al después de las peleas.

En sus insuperables crónicas, A. J. Liebling aplica todo su entusiasmo informativo al antes, al durante y al después de las peleas

Cada crónica es un híbrido personal de ensayo y cuento que reproduce una estructura similar: ofrece una introducción y expone los antecedentes, presentando al lector los púgiles que soportarán el protagonismo del relato; se entrevista con ellos y sus entrenadores en el gimnasio donde se preparan para el combate, derrochando detalles de ambientes y caracteres; coteja sus opiniones con las de colegas analistas y apostadores profesionales; el día de la pelea se traslada al Madison Square Garden, o adonde quiera que se celebre la "molienda", y una vez allí pinta la atmósfera y da paso al relato trepidante de los asaltos, preocupándose de ir ensartando los hechos en un hilo causal, de modo que el conjunto adquiera pleno sentido narrativo; y por último se entrega a la reflexión a modo de epílogo en el bar, a menudo junto a otros cronistas y gentes del boxeo, cuando no desde el vestuario de los propios púgiles victoriosos o derrotados. Por estas páginas desfilan algunos de los mayores genios en el noble arte de demoler hombres: del pionero Jack Dempsey al legendario Joe Louis; del imbatible Rocky Marciano al olímpico Sugar Ray Robinson; del caballeroso Archie Moore a un jovencito arrogante y lenguaraz llamado Cassius Clay. Pero los personajes, con ser grandes, son lo de menos: cuando la historia la cuenta Homero, le escucharemos con la misma atención tanto si habla de Aquiles como de Áyax o Diomedes.

Liebling ya se quejaba de que la televisión mataría el deporte reduciéndolo a espectáculo maniqueo (ya adivinaba lo que pasaría con la política en nuestras tertulias televisivas). También deploraba a mediados de los 50 que los necios confundieran la Dulce Ciencia y su minuciosa codificación técnica con la mera brutalidad. Combatía estos tópicos mostrando en sus textos la potencia metafórica del ring, genuina lección de vida. Liebling sabe por ejemplo que en la decadencia física de un boxeador se esconde una metáfora concentrada del eterno miedo humano a nuestra propia caducidad. Su penetración psicológica le permite apuntar que "de un hombre gordo se deduce al menos una forma de imprudencia: se deja llevar cuando come. Un tipo corpulento, por el contrario, es alguien a quien le gustaría estar gordo y se contiene: una persona calculadora". Su brillantez verbal le habilita para regalar descripciones como esta: "Riachuelos de sudor fluían por la cuenca de su cráneo y su rostro aparecía detrás de una cortina de agua pulverizada, como un tritón de bronce en una fuente".

Leerle invita en fin a la arrasadora nostalgia de un tiempo en que el periodista era un intelectual, el plazo para entregar una pieza se contaba por días y no por minutos, el sueldo permitía convidar a los deportistas a opíparas cenas -y no al revés- y al mismo tiempo a nadie se le caían los anillos por codearse con la peor calaña social y patearse los barrios más desaconsejables. Pero las crónicas de Liebling también nos traen el consuelo de una verdad perenne: cambiará la tecnología, pero nunca las premisas del buen periodismo: la mirada, el estilo y el rostro humano -quizá machacado a base de jabs y crochets- de una buena historia.

@JorgeBustos1

Directos al lector

Más dura será la caída, de Budd Schulberg (Alba). Considerada por Arthur Miller "la novela más fidedigna sobre boxeo", es un verdadero clásico del género.

El profesional, de W. C. Heinz (Gallo Nero). Hemingway admiraba esta obra sobre un púgil a punto de disputar el combate de su vida.

La edad de oro del boxeo, de Manuel Alcántara (Libros del ko). Se trata de la recopilación de las mejores crónicas del periodista andaluz. Imprescindible.

El combate, de Norman Mailer (Contra). Fue el combate del siglo: Muhammad Ali y Foremann frente al mundo entero dirimieron algo más que un título.

Knock out. Tres historias de boxeo, de Jack London (Libros del Zorro Rojo). Tres espléndidos relatos directos a la mente y al corazón del lector.