Image: A fin de cuentas: Nuevo cuaderno de la vejez

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Ensayo

A fin de cuentas: Nuevo cuaderno de la vejez

Aurelio Arteta / Pedro Olalla / Martha C. Nussbaum y Saul Levmore

20 julio, 2018 02:00

Detalle de La vejez (1898), de Anna Golubnika. Casa museo de la artista en Moscú

A fin de cuentas: Nuevo cuaderno de la vejez. Taurus. Madrid, 2018. 272 páginas, 17,90 € / De senectute politica. Acantilado. Barcelona, 2018. 96 páginas, 12 € / Envejecer con sentido. Paidós, 2018

Llegan de forma casi simultánea a las librerías españolas tres libros que, nadando contra corriente, se aplican a examinar filosóficamente una cuestión que no parece estar muy de moda en nuestros tiempos, la de las virtudes y sinsabores de la vejez. Más aún: se diría que, desde hace ya bastantes décadas, el hombre contemporáneo no es capaz de pensar la edad última de su existencia si no es asociándola exclusivamente a la decrepitud. Con la modernidad, el progresismo se adueñó de una interesada ecuación según la cual los viejos representan el mal del inmovilismo y los jóvenes, la bondad del avance siempre a mejor.

Los grandes movimientos totalitarios de la primera mitad del siglo XX manipularon ideológicamente ese entusiasmo por la juventud, conectándolo con el culto romántico a la infancia para prometer, como antídoto contra la presunta decadencia del presente, el retorno a una era de pureza no contaminada por la civilización. Pero ha sido sobre todo en las sociedades tardomodernas, cada vez más entregadas al consumo de diversión y al cultivo hipernarcisista del yo, donde la voluntad de seguir siendo eternamente jóvenes, resistiéndose a madurar y envejecer, se ha convertido en obsesión: todo un síntoma de inmadurez colectiva, que muchos han diagnosticado como la verdadera enfermedad de nuestro tiempo.

En este contexto, es normal -como avisa el filósofo Aurelio Arteta (Sangüesa, Navarra, 1945) en el preámbulo de su nuevo y excelente cuaderno sobre el tema- que se presuponga que hablar de la senectud es tratar de un asunto morboso, que no conduce a nada, salvo a la amargura o la desesperación.

En cambio, el mundo clásico supo dedicar pensamientos perdurables a la vejez, estimándola una atalaya idónea desde la que contemplar la existencia. Consideró que el sentimiento de cercanía de la muerte, que tiende a ir agudizándose con los años, lejos de ser algo perturbador, podía servir para iluminar con mayor intensidad una meditación sobre aquello que hace a la vida digna de ser vivida. Fue Cicerón quien nos legó en De senectute uno de los textos más enriquecedores en ese sentido, y a él se remiten inequívocamente estos tres libros: de manera más anecdótica el que firman conjuntamente los dos académicos de la Universidad de Chicago, la filósofa Martha C. Nussbaum (Nueva York, 1947) y el profesor de Derecho Saul Levmore (1935); con mayor sustancia experiencial y desenredando prejuicios el de Arteta; en forma de una espléndida recreación del tono y carácter de la epístola ciceroniana el del escritor y profesor Pedro Olalla (Oviedo, 1966).

Olalla ya nos había deleitado con obras como Historia menor de Grecia o Grecia en el aire, en las que daba a conocer de modo sintético y penetrante los fundamentos de la cultura griega. En su nuevo libro, remitiéndose una vez más al marco clásico como a un espejo intempestivo donde confrontar nuestra imagen, nos acerca a un problema que no debería dejar indiferente a un mundo que se hace cada vez más viejo -sobre todo a una Europa que envejece aún más- y es el de si ésta es la razón por la que también nuestros ideales y convicciones, en particular los que atañen a la política, se encuentran envejecidos.

La vejez debería volver a ser una atalaya desde la que contemplar la vida, y no la representación del mal y el inmovilismo

Así, dilucidar la cuestión de cómo vivir la última etapa de la vida con plenas facultades, autoestima y respeto, participando en los asuntos ciudadanos, se presenta como un doble empeño, ético y político a un tiempo. Cambiar nuestra percepción dominante de la tercera edad no sólo resulta crucial para que un buen envejecer, entendido como prolongación de la madurez, propicie el buen vivir de cada uno, sino para combatir la desafección política, para comprender que si la democracia actual está envejecida, es porque ha dejado de ser fiel a su esencia, siendo el gran reto actual rejuvenecerla con una población también envejecida. Sólo así se recobra el ímpetu de los viejos principios que hicieron concebir la democracia como un sistema político que aspira a la igualdad y, para ello, lucha por corregir la desigualdad económica y social, limitando el poder de ricos y gobernantes para dárselo al pueblo. Se puede decir con más cita y ornato grecolatino, pero no de modo más rotundo.

En clave más liviana, el libro de Nussbaum y Levmore parece funcionar más como una guía práctica para la jubilación, con consejos y reflexiones sobre el modo de asegurar una vejez digna, garantizando un cuidado asistencial suficiente y dejando los asuntos económicos arreglados, que como una reflexión de corte filosófico sobre el sentido del envejecimiento. Pese a su título, la cosa va, en efecto, más de arrugas, y amores tardíos, cuando se trata de hablar de cuerpos que envejecen, o cuando se aborda la situación jurídica y económica de la tercera edad. Hay algunos apuntes sobre el problema social del envejecimiento de la población y sobre la política de la jubilación, pero se concentra excesivamente en temas puntuales, como el debate sobre la legislación estadounidense que prohíbe los contratos con jubilación obligatoria.

Como ha demostrado en otras ocasiones, donde mejor luce el talento intelectual de Martha Nussbaum es ahí donde combina una reflexión filosófico-moral con referencias literarias en las que ejemplifica los conflictos trágicos de la vida y sus intentos de resolución racional. Aquí apenas se exponen pinceladas de ese talento en sus lecturas de El rey Lear o de Largo viaje hacia la noche de Eugene O'Neill, demasiado constreñido como está el texto a la impostada fórmula de un diálogo que, en realidad, no llega a cuajar bajo el formato de ocho capítulos sobre cuestiones diversas.

Con el texto del catedrático de Filosofía Moral y Política, Aurelio Arteta, no sólo recuperamos una prosa más afinada, sino sobre todo una dimensión existencial de mayor calado en este conjunto de reflexiones filosóficas sobre la vejez. Arteta prolonga las consideraciones al respecto de su libro anterior, A pesar de los pesares. Cuaderno de la vejez (Taurus, 2015), matizándolas a veces y enriqueciéndolas con nuevas experiencias y comentarios. Y sobre todo acierta a transmitir al lector la sensación de no estar tratando problemas puramente intelectuales, sino vividos, apurados en el día a día de una existencia que se examina sin engaños, que reconoce las incertidumbres y desasosiegos concomitantes a la última etapa de la vida, pero que sabe encarar con entereza moral este ejercicio de apropiación reflexiva.

Nada más reprochable, nos dice el autor, que una vejez entregada al vacío de sentido. Mejor preocuparnos por cómo vivir la vida que por cuánto prolongarla. Para ello hay que tener en cuenta las medidas políticas que debe adoptar una sociedad para garantizar la debida atención pública a un colectivo que, sometido a la sola e implacable ley del mercado, amenaza ser excluido de una ciudadanía de primera so pretexto de improductividad.

En este punto decisivo, el texto de Arteta confluye con el de Olalla, componiendo dos espléndidas y complementarias meditaciones sobre el sentido ético y político de la vejez.