Ensayo

Los ingleses vistos por nuestros abuelos

Edición De Eduardo Riestra

30 noviembre, 2018 01:00

Vista típica del Londres de finales del siglo XIX

Ediciones del Viento. La Coruña, 2018. 280 páginas. 19 €

Buena parte de la sociedad europea observó como extraño el llamado Brexit, tras el cual se habló mucho del egoísmo y la incapacidad de integración británicas. Esto no es nada nuevo. Multitud de tópicos se han vertido durante siglos sobre los hijos de la Gran Bretaña. Un elitismo racista y una prepotencia a prueba de bombas, una puntualidad impenitente y obsesiva, y la sobria y en muchos casos inverosímil comida inglesa, ingerida como un deber, no un placer, son parte de esa mitología forjada a través de generaciones. En ella nos adentramos de la mano de cuatro figuras de excepción, escritores y periodistas que por diversos motivos vivieron una época en Inglaterra y contaron lo que vieron con un denominador común: la mirada aguda del observador y el igualmente agudo sentido del humor.

El primero es el dramaturgo Leandro Fernández de Moratín que a finales del siglo XVIII llega desde Madrid becado por Godoy y describe un Londres todavía pueblerino y algo zafio, donde destaca el gusto por la bebida "El Príncipe de Gales se emborracha todas las noches: la borrachera en Inglaterra no es gran defecto"; y uno de los pecados más recurrentes de los ingleses, su sensación de superioridad. "El pecado mortal de los ingleses, el que cubre toda la nación y hace fastidiosos a sus individuos, es el orgullo; pero tan necio, tan incorregible, que no se les puede tolerar".

Un siglo después, en 1874, el cónsul portugués José Maria Eça de Queirós, tras pasar por La Habana y por París, es destinado a Newcastle primero y después a Bristol. Su Inglaterra ya es sofisticada, culta y elegante. Con la nueva centuria, el joven periodista gallego Julio Camba, que ya había estado en Turquía y París como periodista, llega a Londres como corresponsal de El Mundo en 1910. Sus crónicas tienen ya todo el ingenio que lo haría famoso. Camba, que como buen discípulo de Lúculo arremete contra la comida. "En realidad la cocina inglesa no existe. Aquí cogen la carne y la cuecen o la asan, hierven las verduras y ya está. Nada de sal ni pimienta, ni especias de ninguna clase". Pero la sobriedad y tozudez también alcanzan a las costumbres morales además de a las de la mesa. Ya saben, de lo que se come… "El inglés es por naturaleza un hombre serio, veraz y metódico", explica un comerciante de la City, "Somos completamente incapaces de emoción e imaginación. El peligro está fuera. Por fortuna, el mar nos aísla de la poesía". A lo que Camba inquiere si ha leído a Platón. "¿Quién es Platón? ¿Algún poeta? No lo he leído ni lo leeré jamás".

Con este panorama, a camba no le queda más remedio que admitir que "Un inglés es un inglés y jamás podría ser otra cosa. Aunque viva medio siglo en el extranjero seguirá siendo ingles. Si tiene hijos fuera de Inglaterra, éstos serán tan ingleses como él. El inglés es un producto admirablemente irreductible".

Quien cierra el cuarteto de narradores es el periodista Augusto Assía, que llega en 1933 expulsado de la Alemania nazi y que acabaría viviendo la Segunda Guerra Mundial en Londres. Se cubren así dos siglos, desde finales del siglo XVII hasta mediados del XX, en los que los cuatro cronistas mantienen un denominador común: la pluma certera y el sentido del humor. Y la niebla, claro, que como apunta Assía, "es la única fuerza ciega que existe en la lucidez de estas islas. La única fuerza de la naturaleza en el sentido que le damos a esta locución en España. Solo la niebla es más fuerte que la voluntad de los ingleses, y no digo que la tradición, pues la misma niebla es tradición".