Image: Osterhammel sobrevuela la globalización

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Ensayo

Osterhammel sobrevuela la globalización

11 enero, 2019 01:00

Tischbein: Goethe en la campiña romana, 1787

El historiador alemán Jürgen Osterhammel habla con El Cultural aprovechando la publicación en España de El vuelo del águila (Crítica), en donde analiza el mundo actual desde una perspectiva histórica y revisa el significado de globalización.

Cuando en 2014 Angela Merkel lo invitó a su 60° cumpleaños para que pronunciara el discurso principal, muchos de los invitados escucharon su nombre por primera vez. Jürgen Osterhammel (Wipperfürth, 1952) era ya entonces uno de los historiadores más prestigiosos de Alemania y había ganado los premios más importantes a que un académico como él podía aspirar, entre ellos el Leibniz-Preis, dotado con 2,5 millones de euros. Pero, pasado ya el tiempo en que los intelectuales ocupaban las portadas de los periódicos germanos, Osterhammel seguía siendo un desconocido para el público. Die Zeit llegó a publicar un artículo preguntándose quién era aquel historiador gris que había sustituido en el atril de oradores a los acostumbrados políticos e, ironizando sobre la ignorancia de sus lectores de la sección de política, lo presentó como "el Meryl Streep de las humanidades".

Anécdotas aparte, Osterhammel es el responsable de algunos de los libros de historia global más importantes de los últimos años. Ya pudimos leer en español La transformación del mundo (Crítica, 2015), una historia del siglo XIX de 1.600 páginas. Su especialidad no es precisamente popular en la historiografía alemana, mucho más propensa a investigar la historia de su nación en el contexto europeo. A él le gusta definirse como historiador global, lo cual le distingue de muchos de sus colegas. Alguna vez ha declarado que el nazismo, y todo lo que le rodea, le resulta menos interesante que la historia del comercio en China.

Su último libro, El vuelo del águila. El mundo actual desde una perspectiva histórica, da prueba de ello. Osterhammel revisa el significado de "globalización", que para él, tal y como se entiende ahora, ya nos dice más bien poco. Comenzó a darle vueltas en 2003, después de publicar junto a Niels P. Peterson una historia de la globalización en la que el tema ya se abordaba desde una generosa variedad de enfoques. Osterhammel habla de "globalizaciones" en plural. "Los procesos de integración global -cuenta a El Cultural- se desarrollan de modo muy diferente desde un punto de vista económico, político o mental, por ejemplo. Hay contradicciones, movimientos enfrentados, desglobalizaciones. Y no es cierto que podamos ver las globalizaciones como un destino inamovible o como procesos inevitables, ya que son dirigidas por actores en función de distintos intereses".

Una Europa independiente

En su opinión, lo que entendemos por globalización, en singular, no pasa de ser un tópico o una fórmula retórica vacía. Y lo seguirá siendo, asegura, "mientras el término se limite a sugerir que cuanto existe en el mundo está interconectado con una densidad siempre creciente y experimenta interacciones mutuas cada vez más intensas". A su juicio, lo interesante ahora es descubrir cómo funcionan esas interacciones y en qué condiciones surgen.

Europa ha de mantenerse independiente: en lo militar de Estados Unidos, en lo económico de China, en lo energético-político de Rusia..."

En su historia del siglo XIX se centró en Europa, entonces "un poder global, pero no dominante". Pero, ¿qué papel ha jugado Europa en la creación del mundo interconectado en que vivimos? "En el siglo XIX Europa alcanzó en relativamente poco tiempo su mayor cota de poder global -explica-. Pero aquellos imperios y estados militarizados se hicieron añicos, abalanzándose en 1914 unos sobre otros. Fueron países europeos individuales (cronológicamente: España, Países Bajos, Gran Bretaña, más tarde Alemania) los que crearon las estructuras de la moderna economía mundial. Muchas tecnologías de la comunicación importantes fueron inventadas en Europa, pero no por Europa, sino por individuos europeos conectados estrechamente con Estados Unidos. Y nada fue más global antes de 1950 que las dos guerras mundiales, ambas empezadas por europeos, y la segunda en solitario por Alemania".

"Europa -añade- tiene que contribuir a dar forma al actual mundo global, pero al mismo tiempo ha de mantenerse independiente: en lo militar de Estados Unidos, en lo económico de China, en lo energético-político de Rusia y de los exportadores árabes de petróleo. Sólo una Europa que actúe unida puede contar en el mundo. El nuevo culto a la soberanía de muchos pequeños estados es fatal. ¿Cómo pueden afirmar querer ser soberanos países con diez millones de habitantes frente a potencias como Estados Unidos o China?".

Osterhammel no cree que el fenómeno de los populismos se deba a una especie de contagio global que va de Trump a Bolsonaro. Según él, hay ciertos efectos de "imitación consciente", pero tienen poco que ver con la globalización. "No se necesita internet para copiar a Trump", afirma tajante. En su opinión, "el llamado populismo es tan solo una calculada instrumentalización del retroceso económico, del que se trata de responsabilizar a unas supuestas élites globales. No hay más que observar la campaña de odio contra George Soros en Hungría y en Estados Unidos, en donde ha revivido esa horrible propaganda contra el ‘capitalismo internacional judío".

Viajar antes de la aldea global

Se podría decir que Osterhammel es optimista con matices. Reconoce que determinadas campañas en favor de los derechos humanos, o contra la destrucción del medio ambiente, no habrían podido tener lugar ya no antes de internet, sino de la televisión, que ha contribuido a propagar sugestivas imágenes sobre lo que ocurre en cada rincón del mundo. También cree que sucesos como la caída de la URSS no se habrían dado sin una condena previa por parte de la opinión pública internacional. "Pero internet también fragmenta lo público -opina-. Políticos como Trump o Putin temen menos a la opinión internacional que a sus predecesores, ya que son capaces de manipular a sus seguidores a través de canales de comunicación cerrados. No puede haber espacio público mundial sin medios de comunicación independientes".

El vuelo del águila es también una historia de alemanes viajeros, y de cómo veían el mundo cuando éste se vivía menos de lo que se imaginaba; es decir, antes de la llamada Aldea Global. En la época, por ejemplo, de Hölderlin o de Goethe. Asistimos así al momento en que Herder fue de Riga a Nantes, en 1769; a los viajes italianos de Goethe, entre 1786 y 1788; a la travesía del estudiante Heinrich Heine por el macizo del Harz, en 1824. Hay una palabra alemana, Fernweh, que designa algo así una nostalgia inversa, una nostalgia del viaje, de la lejanía, de marcharse de casa. Dice Osterhammel, sin embargo, que los alemanes no han sido especialmente viajeros. "No ha habido entre ellos marineros, poseyeron durante poco tiempo colonias de escasa importancia y nunca un imperio en ultramar. Sólo un alemán fue un famoso viajero, Alexander von Humboldt. Ni siquiera Goethe pisó París, Londres o Viena".

El libro, compuesto de ensayos más o menos breves, hace honor a la fama que tiene Osterhammel de prosista ameno y sorprendente, capaz de repasar, como hace en la última pieza, la historia del tigre como creador de significaciones políticas. Ahí aprovecha Osterhammel para quejarse de que raramente escribe sobre los dos temas que en realidad le apasionan: la música y los animales. Seguro que su historia puede también ser revisada.

@albertogordom