Image: Contra los periodistas y otros contras

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Ensayo

Contra los periodistas y otros contras

Karl Kraus

12 abril, 2019 02:00

Karl Kraus

Traducción de Jesús Aguirre. Taurus. Barcelona, 2018. 155 páginas. 14,90 €. Ebook: 7,99 €

Al vitriólico Karl Kraus (1874-1936) la vida austriaca le parecía un "bello cadáver". En Berlín comen ostras, decía, pero en Viena se contentan con ver comer ostras a los demás. Había nacido en el seno de una familia judía acomodada, pero un insobornable espíritu de contradicción le impedía valorar el discreto encanto de la burguesía, cuyos vicios -en especial la mezquindad de imaginación y la cursilería- fustigó sin piedad. Cargó lo mismo contra la decadencia imperial austrohúngara que contra el pangermanismo nacionalista con valentía y lucidez proféticas, y sin privarse ni por un instante de paladear la más refinada oferta cultural de Europa, que bullía en la Viena primisecular. Pocos nombres como el suyo están tan asociados a la cultura vienesa, a la literatura de café -ese género netamente vienés del folletón que tanto recuerda a nuestro columnismo costumbrista-, a la emergencia de las vanguardias en todos los órdenes del arte y el pensamiento: del dodecafonismo al psicoanálisis, del expresionismo a la Bauhaus.

Y sin embargo se erigió al mismo tiempo en un icono de la sátira, del pesimismo y de la misantropía: era un liberal que escribía con el tono ácido del reaccionario. A su imagen temible contribuyó en buena medida su actividad periodística al frente de la revista Die Fackel (La antorcha), que editó y redactó casi en solitario durante 37 años. Cada una de sus entregas, que no dejaban títere con cabeza, era esperada con avidez por genios tan dispares como Wittgenstein, Musil, Schönberg o Canetti.

Kraus tenía el ingenio como don y como condena. Desgranando este rosario de cuentas precisas de su pensamiento uno maldice su capacidad de síntesis

Podría decirse que Kraus fue el reverso satírico de Stefan Zweig: la misma exquisita sensibilidad tamizada por una expresividad corrosiva. Pero lo segundo no debe ocultar lo primero. Cuando posa ante el gran pintor expresionista Oskar Kokoschka, Kraus escribe al ver el resultado que sus amigos no le reconocerán pero quienes no son sus amigos podrán conocerle. Y cuando escucha una sinfonía de Bruckner, entiende que todo artista debe hacer concesiones a su público y que por eso Bruckner le ha dedicado una obra a Dios. Desmoraliza a Kraus el burgués que desprecia cuanto ignora, y de este desengaño schopenhaueriano extrae conclusiones taxativas según las cuales el progreso celebra una victoria pírrica sobre la naturaleza y el diagnóstico no es más que una enfermedad muy extendida. "Ser hombre es un error", sentencia. "La vida es un esfuerzo digno de mejor causa", añade tendiendo un puente mental entre la agudeza de Lichtenberg y el nihilismo de Sartre.

Kraus escribía así, diamantino y conciso, porque poseía un gran talento para la dramaturgia y estaba enamorado del efecto dramático que produce una contundente línea de diálogo. "Quien sea capaz de escribir aforismos no debiera desparramarse en artículos", declaró. Los aforismos de variable extensión reunidos en este volumen se dirigen contra los periodistas lo mismo que contra políticos, artistas, psicólogos, pedagogos, estetas, vieneses, naciones, mujeres, varones y niños. "No estoy a favor de las mujeres, sino en contra de los hombres". Y era verdad, pero solo a medias, porque alienta en cada una de sus refulgentes diatribas un inocultable afán moralizante. Kraus era un esteta pero también un moralista. Su misantropía era una forma extrema de clarividencia, a menudo matizada por el humor, pero cuando avizora futuros pogromos contra judíos se nos hiela en los labios la sonrisa. Porque su presentimiento trágico estaba acertando. Anuncia la inminencia del Diluvio pero él presume de vivir en el arca de Noé. Y en eso se equivocaba: pronto llegaría la catástrofe, sí, pero resultó que para los nazis todos los judíos eran animales. Y no hubo arca donde ponerlos a salvo.

Kraus tenía el ingenio como don y como condena. Desgranando este rosario de cuentas preciosas y precisas de su pensamiento -escogidas, traducidas y prologadas por Jesús Aguirre-, uno a menudo maldice su endiablada capacidad de síntesis y se queda con ganas de más palabras. De desarrollos ensayísticos de mayor longitud, ya que mayor hondura es difícil. Pero entonces no habría sido Karl Kraus. Mientras otros escritores necesitan acumular vivencias grandiosas, él libraba "luchas titánicas con las comas". Y comprendemos de nuevo que el estilo es el hombre, y que como esculpió ese otro aforista inmortal que fue Nicolás Gómez Dávila, "quien no tortura sus frases acaba torturando al lector".

@JorgeBustos1