Espionaje: memoria de las guerras silenciosas
Protagonistas de algunas de las mejores ficciones del siglo, un puñado de espías reales se ha despojado de sus disfraces para contarlo todo en ensayos y biografías
15 julio, 2019 02:59En una ocasión le preguntaron a John Le Carré por qué las historias de espías interesaban tanto a los lectores. No, no era el suspense, aseguró, ni las tramas rocambolescas ni tampoco las vidas dobles, secretas de los agentes. Le Carré vino a decir que los espías hacen lo mismo que el resto, pero con algo más de peligro; que los espías se formulan, dijo, las mismas preguntas básicas que los lectores, pero poniendo algo más en juego: cómo consigo que te hagas mi amigo e inspirarte confianza, hasta dónde puedo llegar o cómo puedo satisfacer tus necesidades.
Quizás ahí está la clave de un interés que no decae, visible últimamente en las librerías gracias a un buen número de novedades en torno al espionaje. Predomina, a diferencia de en los libros de Le Carré, la no ficción. Es el caso de Un capítulo de mi vida (Errata Naturae), de Barbara Honigmann (Berlín, 1949). Honigmann es autora de algunas de las páginas más inteligentes que se han escrito sobre la RDA y sobre los restos de vida judía en la Alemania de la postguerra, aunque, sorprendentemente, permanecía inédita en español. Según Ibon Zubiaur, su traductor, Un capítulo de mi vida es "quizás su obra más importante". Protagonizado por Litzy Friedmann, escurridiza madre de la autora (una elegante dama vienesa, culta y políglota, comunista y judía en Berlín oriental, segunda mujer de Kim Philby y probablemente espía soviética a tiempo completo), el libro se ocupa más bien de lo que la escritora no sabe de su madre y se niega a preguntar. Y juega con la idea de que Litzy fuese quien captara en Viena, para los rusos, al que es considerado el mayor espía del siglo XX. Su mérito lo resume así Zubiaur: "Frente al afán inquisitivo de nuestro tiempo, en que hasta el más pedestre reportaje periodístico nos promete 'todas las claves', Un capítulo de mi vida reniega de esa pretensión inverosímil y voraz; en su decoro está el secreto de su logro, tanto literario como moral".
Del KGB al maquis francés
Otro ensayo interesante es Espía y traidor (Crítica), en donde el columnista de The Times Ben Macintyre (Oxford, 1963) cuenta, tomando las armas del thriller, la historia de Oleg Gordievski, una suerte de Kim Philby al revés. Gordievski fue un talentosísimo y reputado coronel del KGB que bien pronto se desencantó del comunismo. La inteligencia soviética lo envió a Copenhague para coordinar la red de infiltrados del KGB y allí Gordievski probó las mieles del capital y trató con "sonrientes nórdicos de dentadura perfecta". La ciudad danesa, explica Macintyre, "era hermosa, limpia, moderna, rica y, para una pareja recién salida de la anodina opresión de la vida soviética, increíblemente seductora". Fue el primer paso de la transformación ideológica del agente, que terminaría pasando información al MI6 británico durante más de una década y que, a mediados de los ochenta, tuvo una importancia insospechada en la prevención de una guerra nuclear.
Conocida como el "ratón blanco", Wake recorrió media Europa en bicicleta y adiestró a los guerrilleros del maquis francés
Más atrás, durante los años de la Segunda Guerra Mundial, operó en Europa otro personaje fascinante: la australiana Nancy Wake, cuya biografía, La espía más buscada de la Segunda Guerra mundial, del periodista Peter FitzSimons (Wahroonga, Australia, 1961), publica Machado Libros. Wake, miembro de los servicios secretos británicos, fue lanzada en paracaídas a la Francia ocupada, en donde se convirtió en una verdadera pesadilla para los nazis, quienes la conocían como el "Ratón blanco". Ya en suelo continental, organizó la Resistencia, recorrió media Europa en bicicleta y adiestró ella misma a los guerrilleros del maquis francés. Según FitzSimons, que mantuvo una amistad con Wake hasta que la mujer murió en 2011, Nancy, ya anciana, era "un encanto de persona", pero también "salvaje, mala y peligrosa". Todo un carácter.
Espías españoles
Sobre espionaje español, dos novedades. Pilar Cernuda publica en La Esfera de los Libros No sabes nada de mí. Quiénes son las espías españolas, en donde reivindica a las mujeres que trabajan para el CNI: alrededor de un cincuenta por ciento del total. Cuenta Cernuda que es un error común creer que todo el que trabaja en Inteligencia responde al patrón hollywoodiense de hombre –o mujer, en este caso– de las mil caras que espera a su contacto, encadenando un cigarro tras otro, en el lobby de un hotel caro pero anodino. Muchos y muchas espías, al contrario, trabajan en "ciberseguridad y análisis", explica la periodista, y lo hacen desarrollando importantes tareas por ejemplo en la lucha contra el terrorismo. Las mujeres, por cierto, entraron antes en el CNI que en el Ejército.
Cernuda traza, entre otros, el perfil de María Dolores Vilanova, la primera mujer en ocupar la secretaría general del Centro. Aun hoy es imposible encontrar una foto suya en internet. Cernuda la describe como una mujer tremendamente discreta, "sus vecinos no saben cuál es su dedicación, aunque siempre ha vivido en la misma casa". Siendo opositora entró a trabajar en el CESID y poco después la enviaron en misión a Melilla, en donde, bajo una identidad falsa, se infiltró en comunidades musulmanas. Ese trabajo le valió su primer ascenso. Vilanova fue además una pionera, pues, desde su nombramiento, el segundo puesto más importante del CNI siempre ha estado ocupado por mujeres. Cabe mencionar aquí que la última secretaria general, Paz Esteban, pasó el viernes pasado a dirigir interinamente el CNI, ya que su antecesor, Félix Sanz Roldán, ha cesado tras cumplir diez años en el cargo, máximo tiempo que establecen los estatutos.
Cernuda traza el perfil de Dolores Vilanova, la primera mujer en ocupar la secretaría del Centro Nacional de Inteligencia
Se publican también estos días unas memorias envueltas en el misterio (las firma un exagente del CNI anónimo): El agente oscuro, en Galaxia Gutenberg. Prologadas por Ignacio Cembrero, demuestran que los espías españoles realizan misiones no muy distintas a las que llevan a cabo la CIA o el Mosad. El agente oscuro, que hoy regenta un negocio de importación en una innombrada ciudad española, narra cómo se infiltró en comunidades musulmanas en busca de imames radicales y en el servicio de inteligencia marroquí. "Donde el autor aporta mayor número de datos inéditos es en el día a día de los servicios de inteligencia españoles en Marruecos", cuenta Cembrero. El autor oculta y falsea algunos nombres y omite las fechas de las operaciones, pues es aún pronto para revelar toda la verdad, dice. Cembrero, sin embargo, duda de que sus exjefes no vayan a identificarlo y cree que el exagente es "muy benévolo" con sus antiguos empleadores.