El hombre de los dos corazones
Ana Merino
Anaya. Madrid, 2009. 136 paginas. 14 €. A partir de 12 años
Para ahuyentar los temores que cada noche asaltan a una niña, su madre comienza a narrarle un cuento que inventa sobre la marcha. Con este anclaje firme de la palabra en los sentimientos comienza la historia que constituye la primera incursión en narrativa de Ana Merino, especialista en cómics y poeta con una reconocida trayectoria.
El cuento del hombre de los dos corazones -en desacuerdo tanto en el latir como en el sentir- que tiene la necesidad de encontrar al hermano al que le falta el corazón, se cuela en los sueños de madre e hija, y de este modo el argumento comienza a bifurcarse y a ganar en complejidad a medida que se adentra en el territorio de la ficción, un territorio que cobra relieve y color mediante intensas imágenes poéticas y en el que lo simbólico juega un papel relevante. El desarrollo del cuento que traspasa la frontera de lo real y lo imaginario da pie a reflexionar acerca de los mecanismos y la fuerza de la ficción dentro y fuera de la creación literaria.
No obstante, quizá el aspecto más digno de resaltarse sea que mientras la madre narradora embarca a sus personajes en una aventura incierta sobre la que no tiene control, en busca de respuestas a cuestiones de índole metafísica, para su hija lo que importa es que encuentren aquello concreto que han ido a buscar y regresen sanos y salvos. Y con la autoridad de quien aún tiene capacidad para vivir lo maravilloso, la niña toma las riendas de la ficción y corrige su rumbo. Percibimos entonces que en la conjunción de infancia e imaginación está la clave, de ahí que cuando la madre se lo juega todo tenga que emprender un viaje que la pone a prueba conectándola con su propia infancia, un recorrido por fantásticos paisajes que provienen de los cuentos (el pasadizo, el bosque, el cielo, lo profundo del océano) y están habitados por sus personajes, los amables, los inquietantes y los temibles.
Al llegar al redondo final de la historia, ficción y realidad encajan con naturalidad, complementándose como las dos cáscaras de una nuez. Una obra de este talante, con suficiente riqueza como para que cada cual haga sus propios hallazgos, requiere lectores avezados, pacientes, capaces de dejarse llevar por la intuición de que la recompensa está en el camino.