Novela

Lectura y relectura de El segundo sexo

Simone de Beauvoir

21 febrero, 1999 01:00

La mujer no nace, se hace. Esta sencilla y revolucionaria declaración de principios, formulada por Simone de Beauvoir en El segundo sexo hace ya cincuenta años se convirtió en la declaración de independencia de las mujeres, a las que incitaba a recobrar su destino. Cincuenta años después, álvaro Pombo analiza los obstáculos y la incomprensión de gentes como el mismo Ortega y Gasset, que hubo de salvar el libro "de la espléndida, verdadera y feroz" Simone de Beauvoir que acaba de reeditar Cátedra

T an importante, tan verdadero y liberador fue este libro de Simone de Beauvoir hace cincuenta años, tan esencial sigue siendo para entender las relaciones entre hombres y mujeres, tan en la calle está hoy día, en las oficinas, en la boca de gente que no sabe ya ni de donde proceden las sensatas ideas que meditan, que casi resulta ocioso recomendar su lectura a nuestras generaciones más jóvenes.
Creo que la mejor manera de dar idea a los jóvenes del tipo de obstáculos que El segundo sexo tuvo que salvar para hacerse entender es comentar aquí la primera lectura que hizo de este libro nuestro más lúcido pensador anterior a Xavier Zubiri: José Ortega y Gasset.
La mujer, lo femenino, está presente en todo el sistema vital, teórico y práctico, de Ortega. Tanta importancia da al ser de la mujer, a su cuerpo, a su alma, que se sirve de ella para refutar la génesis del otro en las Meditaciones Cartesianas de Edmund Husserl.
Critica Ortega que para explicar la aparición del otro, se sirva Husserl de una transposición o proyección analógica. Al investigar los parecidos y las diferencias entre el otro y la otra, entiende Ortega que está mejorando la descripción genética husserliana. Pero dejemos de lado el juicio filosófico de esta tesis y centrémonos en la descripción de lo que Ortega llama: la feminidad esencial de la mujer. Tres caracteres primarios pertenecen esencialmente a la mujer: Primero: la confusión (por contraste con la intimidad varonil). Frente al varón, que es claro y sabe lo que quiere, la mujer -según Ortega- vive en perpetuo crepúsculo: por ello es constitutivamente secreta. Es un secreto, sobre todo, para sí misma. "Esto proporciona a la mujer la suavidad de formas que posee su alma y que es para nosotros lo típicamente femenino". Segundo: "Esa intimidad que en el cuerpo femenino descubrimos y que vamos a llamar mujer, se nos presenta desde luego como una forma de humanidad inferior a la varonil". Ortega es consciente de que esta declaración irritará en el año en que la escribe, 1957. Para contrarrestar dice: "No existe ningún otro ser que posea esta doble condición: ser humano y serlo menos que el varón. En esta dualidad estriba la simpar delicia que es para el hombre la mujer". Aquí es donde comienza Ortega el ataque frontal a El segundo sexo: A Simone de Beauvoir, dice Ortega, "le parece intolerable que se considere a la mujer -y ella misma se considere- como constitutivamente referida al varón, y por lo tanto no centrada en sí misma [...] Y la señora Beauvoir piensa que existir en referencia a otro es incompatible con la idea de persona, la cual radica la libertad hacia sí mismo". A diferencia de la mujer, entiende Simone de Beauvoir según Ortega que "el varón consiste de modo eminente en referencia a su profesión". Y añade Ortega que la profesionalidad es quizá el rasgo más masculino de todos, por lo que no tener profesión es vivido por el varón como afeminamiento. Concluye Ortega que, tras leer El segundo sexo, nos quedamos con la impresión de que la autora confunde las cosas, exhibiendo así, casi sin querer, la autenticidad de su ser femenino (la confusión). Tercero: el cuerpo femenino está dotado -según Ortega- de una sensibilidad interna más viva que la del hombre. En esto, Ortega ve "una de las raíces de donde emerge sugestivo, gentil y admirable, el espléndido espectáculo de la feminidad".

L as lectoras de este artículo sonreirán sin duda ante la deliciosa ingenuidad varonil de Ortega. O quizá no sonrían, quizá, leyendo esto, casi cincuenta años más tarde, comprendan cómo una inteligencia tan lúcida y atenta a la actualidad como la de Ortega, pudo confundirse tanto con respecto al ser de las mujeres. Me explico: lo grave de sus descripciones de la mujer, esparcidas por toda su obra, consiste en que, bajo su apariencia descriptiva, contienen, formuladas en ese emotivo lenguaje preciosista que Ortega adopta para la ocasión, un tono prescriptivista inconfundible: Ortega no describe a la mujer, sino que prescribe, como varón facultativo que es, una esencia para la mujer. Y nos preguntamos: ¿Cómo pudo confundirse tanto? Mi tesis es que, con respecto a la mujer, Ortega ni siquiera llega a confundirse, porque sus prescripciones no proceden de su yo inteligente, sino -por usar la expresión de J. A. Marina- de un yo ocurrente que en el fondo comulga en todo con las ideas convencionales que sobre la mujer tuvo Ortega, con el apoyo de dos milenios de tiranía clerical y moral. En cambio, en El segundo sexo, Simone de Beauvoir se limita a contar cómo es la mujer actual, y acierta en todo porque cuenta lo que ve, y no lo que imagina o desea prescribir para todas las mujeres en general. Convendría añadir lo siguiente: los lectores interesados en verificar mi idea de origen no-racional de las ideas de Ortega sobre la mujer, deben ver los textos de Ortega pertenecientes a ¿Qué es filosofía? Una vez más aquí la vibración estilística denota el origen emotivo de las ideas de Ortega sobre la mujer. Al comparar en la lección sexta la inteligencia con el instinto, dice que "la idea no puede luchar frente a frente con el instinto, tiene poco a poco que domesticarlo, encantarlo. La idea es [...] femenina, y usa la táctica inmortal de la feminidad, que no busca imponerse con derechura como el hombre sino pasivamente, atmosféricamente". Mis amigas ejecutivas, escritoras, ecologistas, de Barcelona y Madrid se reirán seguro con esto. Y comprenderán, sin duda, la importancia que tuvo, y tiene todavía, El segundo sexo de la espléndida, verdadera y feroz Simone de Beauvoir.