Novela

Nocturno

Dean R. Koontz

21 febrero, 1999 01:00

Trad. Elena de Grau. Grijalbo. Barcelona, 1998. 349 págs., 2.700 ptas.

Koontz encuentra a sus seguidores más fieles entre aquellos que exigen a la novela de horror una intriga plausible y el juego inteligente de las sorpresas sabiamente dosificadas en capítulos

La literatura de terror no es, ciertamente, uno de los géneros preferidos por los consumidores estándares de best-sellers. No confundamos el batiburrillo de fantasmas ectoplasmáticos, psicoquileres y tommynockers de los Stephen King de turno. Sí encuentra una cierta recepción entre el público fiel de los jóvenes treckys, esa pléyade de quinceañeros y treintañeros alienada con las trading cards, los juegos de rol y el merchandising del cine de culto más trashy; la tebeística de los héroes nocturnos como Batman, The Crow y Spawn, y, sobre todo, con ese delirio coleccionista hecho a base de devoción sacralizante por los blisters vírgenes, las maquetas y todos esos fetiches de esa nueva mitología apocalíptica de superhéroes reconvertidos en reliquias iconográficas Pop. Todo ello fraguado en los últimos años a partir de la nueva ciencia ficción, de las novelas de terror del peor Lovecraft y la petarda de Anne Rice, mezclado con la fascinación por el gore, el esplater, el trash y la basura psicotrónica.
Decir que Koontz no sea un viejo conocido de estos consumidores enfebrecidos por el coleccionismo de tintes parapsicológicos sería faltar a la verdad, pero lo cierto es que D. R. Koontz encuentra a sus seguidores más fieles entre aquellos que exigen a la novela de horror una intriga plausible, un tempo narrativo adecuado a las exigencias de una lectura episódica y el juego inteligente de las sorpresas sabiamente dosificadas en capítulos.
Sí, además, la bien urdida trama recoge los ecos ni lejanos ni obvios, de una novela gótica fundadora como Drácula de Bram Stoker, puesta inteligentemente al día por Koontz en Víctimas, y Dan Simmons en la excelente Los vampiros de la mente, el lector sólo puede sentirse recompensado con el goce de la tradición renovada. Aquí, el "monstruo", elemento esencial de todo relato inquietante, lo es por culpa de una "enfermedad" genética llamada "XP": "Xeroderma Pigmentosum", que le impide vivir a Ia luz del día, por ser vulnerable al cáncer de piel, lo cual lo asemeja, humanizado de forma positiva, con el vampiro nocturno, prisionero de la infección de una sangre "contaminada" por el mal, al precio de una eternidad desgarradora.
Pero aún hay más. Los monstruos acechantes de toda novela de horror emergen sutilmente como hijos nocturnos de lo que la sociedad rechaza a los bordes de lo admisible; en el caso de Nocturno, víctimas ignorantes de la ingeniería genética, cuyo precedente indiscutible es esa maravillosa película de terror que es "Atracción diabólica" de George A. Romero, en donde un impedido total es ayudado por un mono inteligente educado para cuidar de los minusválidos, hasta que se percata de la maldad e inteligencia del primate. Añadamos, para que las referencias sean completas, la mano "ominosa, viscosa y desasosegante" de H. P. Lovecraft, citada en frases, como dejadas caer con descuido, para inducir al lector a naufragar en el juego intertextual de un escrito tan sumamente inteligente como el que realiza Dean Koontz en Nocturno: "Ese ambiente viscoso"; "tumba de frías humedades"; "monstruo de las profundidades". Suficiente para saber que, en la contemporánea novela de horror, no pueden ni deben faltar los referentes a todos aquellos que han convertido la anticuada novela gótica en un género de "intriga, misterio y terror" tan modélico como lo hace Koontz, Dan Simmons y Abel Ferrara en el filme "The Adiction", absolutamente hipermoderno.
Nada mejor para concluir este elogio de esta inquietante novela, que no debiera perderse entre el marasmo de best-sellers y "fast-books", hacerlo con esta brillante descripción de Koontz: "Seguí la dirección de su mirada negra como el carbón y vi a un hombre alto de hombros anchos caminar entre las lápidas. Hasta en aquellas suaves sombras, era una colección de ángulos y bordes recortados, un esqueleto con traje negro, como si uno de los vecinos de Noah hubiera saltado de su ataúd para ir de visita."