Novela

Los años con Laura Díaz

Carlos Fuentes

9 mayo, 1999 02:00

Alfaguara. Madrid, 1999. 470 páginas, 2.800 pesetas

Apunta en la página final de la novela Carlos Fuentes que "las mejores novelistas del mundo son nuestras abuelas y a ellas, en primer lugar, les debo la memoria en que se funda esta novela". A sus 71 años, el novelista emprende una de sus más ambiciosas propuestas narrativas por su extensión y su cronología, ya que trata de ofrecer una síntesis del último siglo de la historia de México a través de una mirada femenina, la de Laura Díaz. Pero el país no ha permanecido al margen de la Historia y además de sus conflictos internos (sindicalismo, PRI,...) se integran en ella la guerra civil española, el nazismo, la emigración intelectual española, con notas sobre Cernuda, la interdependencia del Sur de los EE. UU. y México y el papel de Los ángeles como nueva Babel. Todo ello se expone a través de los múltiples personajes que desfilan ante los ojos de Laura Díaz, fruto de una familia emigrada de Alemania a finales del XIX. La mujer será entendida, como lo fue en Cien años de soledad, como "fundadora"; de ahí que, al margen de la presentación de Laura, surgida de uno de los frescos que Diego Rivera pintó en los EE.UU., el primer símbolo que iniciará la dinastía será el asalto que sufre Cósima Kelsen en 1870 por el bandido y antiguo oficial del ejercito de Maximiliano, "el guapo de Papantla", éste le cortará los dedos de un machetazo. La anécdota se inspira, según el escritor, en lo que le ocurrió a su abuela Clotilde. Sin embargo, el personaje de ficción no guardará rencor al bandido.
La familia que formará Cósima en Veracruz, casada con Felipe, cuya madre era francesa, estará formada también por otras tres mujeres: Hilda, Virginia y Leticia, la madre de Laura. Los años iniciales que corresponden a la etapa anterior a 1930 son, a mi juicio, los mejor resueltos. Influirá en ello el exotismo tropical, la hacienda familiar de los Kelsen, "La peregrina", que tras su decadencia será restaurada en secreto por uno de los hijos de Laura, un inmisericorde hombre de negocios a quien sus progenitores dieron el nombre de Dantón (otro signo). Con el objetivo de alcanzar la "totalidad", Fuentes es capaz de integrar en el relato hasta las figuras de Marx y Lasalle, con sus significativas diferencias, junto a escenas que cabría considerar próximas al realismo mágico.
En este ambiente poscolonial se funden fórmulas y estilos. Tras el fusilamiento de su hermano Santiago (otro símbolo más que irá repitiéndose, incluso en el nombre), éste será enterrado en el mar. Y Fuentes no tiene empacho en utilizar el monólogo interior del muerto mientras se hunde en las aguas. Cada capítulo viene introducido por un año y una población, pese a que la acción no se desarrolla puntualmente y los períodos acotados varíen por lo general de los cinco a los dos años. El fluir de la historia, a partir del matrimonio de Laura con el sindicalista López Greene, se centrará en la ciudad de México, tras haber pasado por San Cayetano y Xalapa (recordaremos la belleza de la prosa dedicada a su cocina, pág. 63), porque todo cabe en este magma novelesco. Lateralmente surgirán algunos de los nombres de los escritores de la revolución, como Mariano Azuela, pero principalmente los del grupo de "Los Contemporáneos", al tiempo que aparecerán las figuras de los muralistas mexicanos. Laura, una vez separada de su marido, se sentirá muy próxima a Frida Kahlo. Antes, sin embargo, conocerá a Orlando Ximénez y entablará amistad con Laura Riviére que habrá de ser la amante de Artemio Cruz, protagonista de la novela de Fuentes, de 1962, que le catapultó a la fama. La estructura de novela histórica ha de permitirle ofrecer crónicas de la sociedad mexicana en cortes sincrónicos con el objetivo de incrementar su valor documental. La visita con Orlando a un barrio marginal y su repertorio de seres deformes nos recordará a Donoso. Hay múltiples guiños literarios. La relación entre Frida, Diego Rivera y Laura constituye uno de los ejes narrativos de esta segunda parte. El aborto de la pintora mexicana, sus delicadezas espirituales, sus problemas físicos a consecuencia de un accidente son tratados con potencia narrativa. El gobierno de Lázaro Cárdenas coincide con su relación con un diplomático republicano español, Jorge Maura (poco que ver con Jorge Semprún, salvo algún que otro guiño), enamorado de la judía católica alemana Raquel, exterminada en el campo de Buchenwald. La guerra española ha de permitirle también relatar el episodio del fusilamiento de la nacionalista Pilar Méndez (que no será tal). La visión de la guerra de España resultará tópica, aunque permitirá a su autor desarrollar su idea sobre la relación entre ambos países con su moderación característica. Más inverosímil ha de resultar la posterior visita de Laura Díaz a Lanzarote, donde Jorge Maura vive como cenobita, junto a un convento. Las reflexiones religiosas resul-
tan, desde aquí, en ocasiones tan oscuras como ambiguas. Si los episodios de la muerte de Juan Francisco o la de su hijo, en páginas magistrales, dejan a Laura en soledad, ahora se refugia en la fotografía, tras otro amor de senectud con el norteamericano Jarry Jaffe, víctima de la caza de brujas, lo que le permite trazar un cuadro de los refugiados yanquis en Cuernavaca. Son páginas prescindibles, mientras que la novela recobra aliento épico ante la revuelta de Tlaltelolco y el asesinato de los estudiantes, entre ellos el nieto de Laura, el hijo de Dantón, otro Santiago, que vive con su abuela, aunque su hijo recién nacido hará brotar otra esperanza. Será en parte la de Los ángeles, en el año 2000, ya tras la muerte de Laura, que visitó por última vez "La Peregrina", descubriendo allí su ansiada muñeca china. Con ella descubrimos un mundo en crisis constante y un México ecológica y socialmente desbordado.