Novela

Un mes con Montalbano

Andrea Camilleri

16 mayo, 1999 02:00

Traducción de Elena de Grau Aznar. Editorial Emecé. 1999. 397 páginas, 2.400 pesetas

En un mercado de masas, la literatura está sobreexpuesta al éxito multitudinario, borrando de un plumazo la pertinencia del propio nivel cultural. Poco importa si el éxito comercial lo obtiene un libro "midcult" destinado a una minoría receptora, convertida en extensa, que sólo consume con fruición literatura de probada calidad. Este es el caso de un autor siciliano que publicaba sus novelas policiacas en una pequeña editorial y que en pocos años ha pasado de ser un desconocido a héroe nacional. Cosas de la mercadotecnia mediática, que sintetiza en un solo ser la popularidad del personaje de ficción reforzado por la imagen proyectada del autor, al modo del viejo "star-system" hollywoodense, en donde vida privada aireada por la promoción y ficción literaria forman sistema. La mitología que engendra el éxito "boca a boca" hace que todo se precipite con el efecto "bola de nieve" y hasta quienes no leen acaben repitiendo, como un latiguillo, la fenomenología de una fama que se redobla repitiendo estos mismos lugares comunes. Ejemplo: en 1998, siete novelas de Camilleri aparecían en las listas de libros más vendidos de Italia, cuando su autor 73 años y una extensa carrera de guionista y director de teatro y televisión, amén de adaptador para la tele de las novelas del Maigret de Simenon, personaje que se trasluce en filigrana en estas novelas protagonizadas por otro de esos alter egos policiacos, miméticos, de la novela negra americana, el "pollar" francés y el "giallo" italiano.
El hoy archifamoso comisario Salvo Montalbano aparece por primera vez en 1994, en Un mes con Montalbano, un recuento de historias cortas que lo catapultan, cuatro años después, al primer puesto de los libros más vendidos. El nombre es un homenaje a Vázquez Montalbán y su primera característica sería su radical diferencia social y cultural con Carvalho. Su parentesco, desde el punto de vista del autor, está cercano a Maigret, por su sagacidad deductiva y conocimiento y comprensión de corte filosófico casero de las debilidades humanas; siendo Montalbano algo más que un escéptico en casi todos los órdenes, excepto en la búsqueda de la verdad y la práctica de la piedad con sus paisanos de la isla de Sicilia. Es aquí, en el relato de la novela corta de "enigma" policíaco-costumbrista, en la descripción de una galería de personajes típicos y en la voluntad de crear un microcosmos con pretensiones de un "universo literario propio" al modo de Faulkner, donde Camilleri expone su desiderata de superar la típica novela de intriga y detectives para trascenderla en forma de novela filosófica y moral.
Los "sures" geográficos se articulan desde unos tópicos comunes, lo que hace reconocibles los estilemas tragicómicos, protagonizados por seres anclados en una mentalidad semiurbana, ultracatólica, tan ingenua como perversa, enzarzados en historias de pasiones soterradas y odios eternos tan rocambolescas que atrapan al lector por su excentricidad. ¿Será que todas las mitologías sureñas, desde Williams a Capote, pasando por Camilleri beben de las mismas fuentes estereotipadas? Si le añadimos citas cultas, intertextualidad en forma de homenajes "al modo de Poe" y la transposición de la campiña inglesa al campo siciliano, el parecido con el padre Brown y con la señorita Marple se vislumbran en palimpsesto. Luego está el estilo de Camilleri, su capacidad para transmitir de forma minuciosa y con hábil retórica la lentitud de la idiosincrasia siciliana, repleta de circunloquios, no dichos, hipérboles brutales y ese desmayado hálito vital del comisario Montalbano y del resto de sus paisanos. A la postre, con todas sus diferencias ideológicas y estilísticas, no puede por menos que remitir a otro precedente popular: "Don Camilo", de Gua-reschi. También a Camilleri le guían parecidos sentimientos humorísticos y morales y un componente ideológico actualizado de la "Comedia a la italiana" posmoderna.
En estas microhistorias encontramos un mundo amable, filtrado por el tamiz de unas reflexiones del comisario, comprensivas con la mentalidad meridional de los personajes, casi como un confesor de pueblo. El pueblo inventado de Vigàta es un espacio vital repleto de fisgones, y, en medio, como un imán de las miserias humanas, el cronista oficial del municipio que da fe del grupo y media, como un patriarca, en las trifulcas, tragedias de medio pelo y traiciones desmesuradas, tratando de mediar en un orden social dominado por la Mafia y las pasiones más desatadas. El tratamiento de los "casos" policiacos, con estructura de apólogo didáctico moral, resulta tan exótico para el resto de Italia como la figura de este escritor de la izquierda sentimental, que narra de forma contenida casos tremendistas apenas deslizando la tragedia de forma humorística en una prosa distanciada y pulcra.