Novela

Amor y guerra

Ramón Saizarbitoria

6 junio, 1999 02:00

Espasa. Madrid, 1999. 238 páginas, 2.300 pesetas

Valía la pena traducir esta novela. La lectura de Amor y guerra es un oasis en medio de este desierto de frivolidades mercantiles que nos aflige

La frecuencia un tanto irregular y espaciada con que Ramón Saizarbitoria (San Sebastián, 1944) ha ido dando a conocer su obra narrativa -cinco novelas en treinta años- no debe ocultar el hecho de que se trata de un autor considerable en el panorama de la actual literatura vasca. Amor y guerra, compuesta originariamente en vascuence y aparecida hace tres años, ha sido ahora oportunamente traducida, como en 1998 lo fue su obra anterior, Los pasos incontables. Hay que confiar en que esta versión -excelente, por otra parte- contribuya a un conocimiento más cabal del autor guipuzcoano.
Amor y guerra es, antes de nada, un discurso narrativo de rigurosa construcción. Una anécdota mínima -que podría resumirse sin esfuerzo en apenas una línea- se alarga, se extiende en círculos, se desarrolla mezclando el tiempo de la historia con prolepsis, reiteraciones deliberadas y variaciones sobre unos cuantos motivos básicos. El desenlace de la intriga, que constituye, desde el punto de vista argumental, el meollo de la escueta historia narrada, es casi lo de menos, entre otras razones porque se encuentra ya anticipado en las primeras líneas de la novela y luego, a lo largo de ella, en muchos otros momentos, mediante la adición sutilmente dosificada de informaciones cada vez más explícitas. Lo esencial es seguir el largo e ininterrumpido monólogo del narrador -no segmentado en capítulos ni secuencias- que cuenta, sin abandonar jamás su limitado punto de vista, el encadenamiento de hechos que lo conducen al crimen. Este discurso en primera persona -digamos, para quienes echan de menos los tecnicismos, que se trata de un relato homodiegético- incorpora elementos diversos, como las tertulias en el bar Hambre, los recuerdos de la guerra civil, la relación entre Flora y el acordeonista, las recetas culinarias o la aparición de Violeta, convertida en inesperado vínculo del narrador con su propio pasado. Pero, por encima de todo ello, la novela de Saizarbitoria es la historia de un desamor, o, para decirlo con más propiedad, de la degradación paulatina de una relación amorosa, convertida en una guerra permanente con brevísimas treguas.
No es Amor y guerra la novela de un escritor imaginativo, sino de un analista minucioso e implacable, que va perfilando línea tras línea los rasgos psicológicos de un personaje escalofriante, que, como cabía suponer, no se plantea en ningún momento dudas acerca de su catadura moral.
En la diferencia -que corresponde al lector establecer- entre el tono y la perspectiva del narrador, por un lado, y los hechos narrados, por otro, radica la dimensión verdadera del monstruoso personaje, capaz de albergar un frío asesino bajo la apariencia de un individuo normal. La cuidadosa y pormenorizada regulación de rasgos caracterizadores que el novelista acumula sobre este vendedor de enciclopedias ayuda a delinear progresivamente una mentalidad que en nada se asemeja a la de su mujer y que explica las frecuentes e insalvables desavenencias que erosionan la vida en común. Flora, sensible profesora de piano, está atada a un sujeto inactivo -con no poca violencia encubierta y algunos ribetes de xenofobia, además-, cuyas preocupaciones no rebasan el nivel del estómago. Porque, aunque se confiesa "racionalista adicto al cientifismo" (sic, pág. 29), parece aplicar todo su vigor racional a rebatir "las supercherías que perviven en torno a la cocina" (id.), o bien a mantener agrias discusiones con su mujer "con motivo de esta teoría mía sobre cómo freír huevos" (pág. 30).
Es, sin embargo, un sujeto perspicaz, capaz de advertir -aunque sea "a posteriori"- que la rotura de objetos en cada discusión violenta es "la metáfora de algo irrecuperable que perdíamos en nuestro corazón con cada enfado" (pág. 34), o de percibir cómo el cambio en los sentimientos de una persona puede llegar a modificar su olor (pág. 126). Con esto quiero decir que no nos encontramos ante un personaje de una pieza -por primitivo y elemental que resulte su comportamiento-, sino en presencia de un ser complejo, en ciertos aspectos contradictorio, como sucede en toda buena novela psicológica, y que, por esta misma razón, puede resultar fácilmente verosímil al lector.
Este individuo ensimismado, poco amigo de asomarse al exterior ("Yo nunca he tenido grandes deseos de viajar, no me divierte nada andar de un lado para otro", pág. 19) y cuyo conocimiento del mundo debe menos a la experiencia propia que a informaciones convencionales -es significativo que se dedique a vender enciclopedias y que sus únicas salidas desemboquen siempre en una tertulia muy cerrada donde sólo se mira hacia el pasado- es, en efecto, un tipo novelesco lleno de sugerencias y matices al que más de un lector le atribuirá sin demasiadas vacilaciones una función representativa y hasta simbólica, porque lo cierto es que resulta muy difícil sustraerse a la tentación, y Saizarbitoria tiene capacidad suficiente para intentar lo más difícil. Esto no hace más que probar que nos hallamos ante una sólida creación literaria, aunque para lograrla haya tenido el autor que acudir al expediente -más cómodo, sin duda, en estos casos- del relato en primera persona, apto para seleccionar informaciones que de otro modo serían de más problemática inserción. En suma: valía la pena traducir esta novela, densa y construida con la precisión de un mecanismo, que ofrece mucho más de lo que su envoltura aparente promete. La lectura de Amor y guerra es un oasis en medio de este desierto de frivolidades mercantiles que nos aflige.