Novela

El peor hombre del mundo

Fernando Schwartz

13 junio, 1999 02:00

Planeta. Barcelona, 1999. 384 páginas. 2.400 pesetas

f ernando Schwartz (Ginebra, 1937) ejerció durante muchos años la profesión de diplomático, que abandonó en 1988 para dedicarse al periodismo y a la literatura. De su etapa como diplomático ha podido guardar historias que después iba a trasladar a sus novelas. Así ocurre, por ejemplo, en La conspiración del Golfo (1982), finalista del premio Planeta, que luego ganó en 1996 con El desencuentro, o en La reina de Serbia (1993). Y de sus últimos años en la carrera diplomática procede la historia de su última novela, El peor hombre del mundo, pues en su argumento, según declara el autor, recrea algunos sucesos conocidos cuando era embajador en Holanda y que, en parte, ya había contado en el relato El viajero ocasional (1989).
El peor hombre del mundo es una novela de intriga en la que se combinan los clásicos ingredientes del género destinado a la lectura de un público ávido de entretenimiento y no muy exigente. Digamos ante todo, por empezar por lo positivo, que la novela está bien construida y que se aprovecha de materiales que garantizan la suspensión y el interés para un amplio número de lectores. Pues, en tres partes divididas en trece capítulos, la trama se desarrolla en dos acciones convergentes que incluyen un secuestro, tráfico de drogas, operaciones financieras multimillonarias, investigaciones de la policía en Holanda y España y algunas relaciones amorosas que completan el condimento del relato pensado para el gran público. Las dos acciones se desarrollan en paralelo en las dos primeras partes. Primero en Holanda, donde se produce el secuestro de un poderoso industrial cuyo rescate hay que pagar en diamantes y en droga; después en Madrid, donde se cruzarán varios agentes del narcotráfico europeo y colombiano. De las altas esferas de la economía holandesa, con rescates cobrados con ayuda de alta tecnología, pasamos a los bajos fondos de Madrid en una novela urbana donde confluyen camellos y prostitutas de baja condición con gitanos, policías, empresarios metidos en un doble negocio con actividad legal y con tráfico de drogas y también banqueros entregados a lucrativas maniobras. Como se ve, todo contribuye al rápido desarrollo de la acción. Incluso el azar, que añade mayores riesgos por la inesperada aparición de unos drogatas en el momento más inoportuno en el lugar más peligroso. El dinamismo y la suspensión de la trama se enriquecen con planteamientos didácticos en la explicación del mercado de la droga, el blanqueo de dinero y su inmenso poder de corrupción. Todo lo cual se transforma en materia novelable con un realismo tradicional que deriva en costumbrismo en la visión del hampa madrileña. El humor y el sarcasmo final que deja a dos policías en deuda con el "peor hombre del mundo" por salvarles la vida contribuyen a hacer más agradable la lectura.
Pero, con ser esto así, la novela dista mucho de ser un texto bien rematado en todos sus niveles. Pues el narrador externo se excede en sus comentarios y en prolepsis que anticipan sucesos, mermando con ello la suspensión de la intriga. La sistemática anotación de las precisiones temporales en los epígrafes de los capítulos, sin integrarlas en el texto, resulta demasiado mecánica y favorece la yuxtaposición de fragmentos con escasas conexiones textuales. El cap. XI quiere ser una broma y se queda en muestra de escamoteo por vagancia. Los diálogos son ágiles y fluidos, con manifestaciones de naturalismo lingöístico en el arrabal madrileño; pero con frecuencia se cae en lo trivial y en lo superfluo (veáse pág. 127). Abundan los tópicos y los convencionalismos. Se han deslizado errores gramaticales ("desandaron", pág. 26). Y el estilo carece, en bastantes páginas, del nervio y la musculatura requeridos por una novela de intriga.