Novela

El fantasma

Danielle Steel

4 julio, 1999 02:00

Traducción de M. Fernández de Villavicencio. Plaza & Janés. Barcelona, 1999. 285 páginas, 2.750 pesetas

L a fama de Danielle Steel, auténtica superventas de novela rosa en todo el mundo, es tan impresionante -doscientos millones de libros vendidos- como su desconocimiento fuera del ámbito masivo de los lectores de novelas de "amor y lujo". Opuesta, por esa misma finura, a la vertiente más escabrosa de la novela de pasiones desatadas en clave de "dinero y poder" que encarna Jackie Collins. Romances repletos de erotismo lindante con la pornografía entre yupis ambiciosos, ejecutivas agresivas y actrices desalmadas con el trasfondo del mundo de las altas finanzas y el negocio del espectáculo hollywoodiense. La lujosa Steel sólo pretende recrear con personajes de hoy la típica novela romántica con regusto goticista. Así lo hace en El fantasma, al presentar dos narraciones paralelas, que se inician con la ruptura amorosa de un arquitecto y el sufrimiento que impone la herida narcisista de la traición y el abandono de su mujer por un hombre mayor. Ya se sabe que el sufrimiento amoroso enaltece a sus protagonistas.
Ni que decir tiene que sus héroes son ejecutivos tipificados por los símbolos de estatus, esos que visten ropas Burberry y cuyas casas están ambientadas estilo revista de decoración "Town & Country". El protagonista vive en Londres, es arquitecto moderno, en la línea marcada por el émulo de Frank Lloyd Wright de El manantial de Ayn Rand, y sus rasgos distintivos vienen marcados de forma sintética como un hombre de negocios atractivo de 42 años, pelo moreno y ojos cálidos, que esquía en Saint Moritz y parece vivir felizmente casado con una hermosa mujer alta y delgada, de piernas perfectas y un cuerpo esculpido en mármol blanco; de risa melodiosa y voz de las que hacen estremecer.
Para redondear el retrato sublime del estereotipo de la triunfadora, ella es una abogado internacional. Educada en Suiza y con conocimientos de francés y alemán, y cuyas aficiones son ir a bailar al "Annabel’s", recorrer anticuarios y descubrir clubes nocturnos pequeños y apartados. Es un mundo recortado cuyo turismo amoroso se inicia con luna de miel en un palacio de Marruecos, prosigue en París y Londres y finaliza con una expiatoria peregrinación del deseo por medio mundo hasta que el amor reaparece en el lugar más insospechado para cauterizar una herida afectiva insufrible que sólo otro amor sublime puede lograr.
Y es aquí donde aparece el fantasma. Metáfora inconsciente del velo de Maya donde se proyecta la ilusión cautivadora del amor. El fantas-
ma del título no es un poltergeist agresivo que ha ocupado la tradicional casa encantada, sino el ectoplasma de una mujer del siglo XVIII que ronda mágicamente al protagonista para exhortarlo a sobreponerse al desgarro del mal de amores, contraponiéndolo a los muchos padecimientos de esta heroína del pasado superados con la entereza de las almas nobles. La aparición de los diarios de la fantasmal Sarah Ferguson (sic) y la lectura e identificación de Charlie, hechizado por este personaje excepcional, operará el milagro de amor como recompensa por el dolor sufrido.
Se cierran así, en bucle, las tres historias cuyo itinerario sentimental se complementan hasta el punto de funcionar como elementos unitarios del melodrama, en donde sólo triunfará de nuevo la sublimidad de la pasión amorosa si en el transcurso del relato irrumpe la "hamartia" en forma de desgracia irreparable: la muerte del amado, y consagra así el modelo patético de un amor más grande que la vida.
Steel escribe de forma directa, con las florituras necesarias para la transmisión de la sentimentalidad romanticoide que buscan sus lectores. Proyectarse imaginariamente en un cuento de hadas donde los detalles son todo lo perfectos y "trendy" que puede imaginar del Gran Mundo una pintoresca sensibilidad europeizante: encantador y delicado como una vajilla de Wedgwood. Todo es, pues, adorable y hasta el silencio es exquisito en medio de la tragedia y el padecimiento amoroso. Steel escribe de forma adecuada a los efectos emocionales que quiere provocar en el lector, ansioso por vivir de forma vicaria la eterna historia de amor, lujo y sufrimiento con el consuelo final de la bondad triunfante. Inigualable a la hora de pormenorizar los sufrimientos sin cuento de la traición y el desamor hasta extremos de un sadomasoquismo que en nada tiene que envidiar a "Todo sobre mi madre" de Almodóvar, excepto en la voluntad posmoderna de resultar "arty" apelando a transgresiones tan ingenuas como plenamente asimiladas por las masas semicultas. El registro es el mismo: puro "kitsch". Ninguno de los dos engaña a nadie: ambos son prisioneros de un género en el que la narración ni puede ir contra las expectativas costumbristas del lector ni contra los valores dominantes de cada receptor. Estamos en el reino del ensueño fascinador de la sentimentalidad, pues junto a los protagonistas contemporáneos se alternan los dieciochescos y los fantasmas amorosos en el mismo registro imaginario, narrado con prosa poética idealizante y empalagosa hasta extremos de un delirio elegantemente controlado. Bien mirado, al placer de lo reconocible pudiera añadirse otro más perverso: la lectura distanciada que procura la ironía camp. No otra cosa es la "cultura basura": el efecto fascinador de lo abyecto.