Novela

La hora de la brisa

José Antonio Sánchez Villasevil

25 julio, 1999 02:00

Debate. Madrid, 1999. 322 páginas, 2.800 pesetas

Esta novela ofrece una visión negativa de los últimos 30 años, mediante la revisión del pasado de unos personajes representativos
de nuestra sociedad

C on tres novelas en su haber J. A. Sánchez Villasevil (Los Navalmorales, Toledo, 1953) reclama una mayor atención crítica de la que hasta ahora se le ha dado. Porque sus novelas, publicadas con las pausas de una escritura sin prisas, no han transitado por caminos fáciles. Capanegra (1991), aludida al final de la tercera (pág. 317), explora, en forma de relato del aprendi-
zaje, con densidad y cierto hermetismo, el acceso del protagonista a la experiencia durante un curso escolar a principios de los ochenta. En la segunda, Donde yo no te viera (1994), el autor intensificó la disolución de la historia en una especie de laberinto en cuyas escasas conexiones se manifiesta la insistencia en la exploración de ambientes donde el pasado resulta fundamental para comprender el presente. Y una inquietud semejante inspira el mundo abordado, con parecida complejidad y hermetismo aunque mejor dosificados en su progresiva ordenación y esclarecimiento de interrogantes y cabos sueltos, en la tercera y última novela del escritor toledano, La hora de la brisa, cuyo título procede del primer libro de la Biblia, allí donde, a "la hora de la brisa", se oyen en el Paraíso los pasos de Dios que obligan a Adán y Eva a esconderse de las preguntas divinas después de haber probado el fruto que les estaba prohibido.
Esta novela ofrece una visión negativa de un tiempo turbio, que coincide con los últimos treinta años, mediante la revisión del pasado de unos personajes representativos de nuestra sociedad. El protagonista es un individuo que nació en un pueblo de Toledo, emigró a la ciudad, fue boxeador y acabó como guardaespaldas del delegado del Gobierno en una ciudad cercana a Madrid que puede ser Toledo. En su ardua lucha por la vida, para escapar del mal olor del estiércol de su infancia, Jaime Espada ha soportado la interesada versión de la muerte de su madre, cuando él vio su atropello por el coche conducido por un familiar del cacique, y sobrevivió a sus apuros familiares gracias al boxeo, que para él representa una metáfora de la vida en su exigencia de golpear y ser golpeado. Hasta que pudo seguir adelante como guardaespaldas del delegado del Gobierno, con alguna intervención en trabajos sucios relacionados con el terrorismo. Por su vida pasan múltiples personajes tratados en su adolescencia y en su época de boxeador. Y en la composición novelesca hay dos momentos que jalonan toda la historia. El primero abarca desde la derrota de Espada (Bendrers como boxeador) en 1974 hasta su estancia en 1985 en el hospital de una ciudad cercana a los Pirineos para acompañar a su hija aquejada de una grave enfermedad. Allí el protagonista se encuentra con personajes del pasado comprometidos en oscuros proyectos e implicados en secretas relaciones en varios triángulos amorosos.
El otro momento coincide con el presente narrativo y viene dado por la estancia de la hija, curada de su enfermedad, en el hospital donde su padre, en 1995, permanece rodeado de tubos a causa del disparo recibido en un atentado contra el delegado del Gobierno. Ambas situaciones son simétricas en la composición de la novela. Con la mirada puesta en las dos se genera el texto. Pues casi toda la novela está contada por un narrador omnisciente en tercera persona que relata, fragmentariamente y por asociación de ideas, la historia de Espada-Bendrers y sus amigos o conocidos implicados en diversos episodios de amoríos, traiciones, fracasos y frustraciones. Este narrador adopta con frecuencia la visión de los personajes principales, cuya experiencia se desvela mediante el estilo indirecto libre. En algunos capítulos se llega al monólogo interior en primera persona de la hija. Y gracias a la combinación de voces y visiones en un texto denso, anudado en su diversidad por la recurrencia de algunos motivos relevantes, se completa la recreación de una vida de perdedor en una época de engaños, de simulaciones y apariencias reflejadas en la duplicidad de nombres e incluso en la polionomasia de personajes con mucho que esconder.