Novela

Todo un hombre

Tom Wolfe

3 octubre, 1999 02:00

Traducción de J. G. López Guix. Ediciones B, 1999. 764 páginas, 3.200 pesetas

Todo un hombre es una novela enorme, un "roman fleuve" finisecular y finimilenario, pero no es una gran novela. Contiene, sin embargo, algunos de los mejores capítulos -no hablo de páginas- descriptivos de la sociedad americana

Uno de los personajes más patéticos de esta novela, por la que pululan más de doscientos, es un catedrático jubilado de la Universidad de Emory que malvive, después de sufrir una embolia, en su casa de los suburbios de Atlanta. Lewis Gardner había enseñado literatura y ahora considera que es un incalculable lujo, como un postre del que han prescindido civilizaciones enteras sin que nadie la echara de menos: "Sólo más tarde, cuando hay una clase compuesta por zánganos lo bastante indolentes como para escribir y leer esas cosas, aparece la literatura" (pág. 665).

En la medida en que Tom Wolfe comparta estas ideas de su personaje le habrá afectado más o menos la sonada polémica que acompaño la aparición de A Man in Full el pasado otoño, cuando sus colegas Norman Mailer y John Updike la desacreditaron como una novela no literaria, como un best seller programado -mejor que concebido- para seducir a la inmensa mayoría de los lectores. Es de suponer que Wolfe haya sufrido poco en la escaramuza, pues el propio Norman Mailer le achaca un curioso criterio de calidad literaria: una novela la tiene en cuanto supera la venta de cien mil ejemplares.

Ni una cosa ni la otra. El éxito popular ni acredita ni desacredita la literariedad de una novela. Alguno de los grandes novelistas que en el mundo han sido hicieron de sus títulos más sonados auténticos best sellers, y muchos de ellos nunca tuvieron conciencia de que sus narraciones fuesen literarias (ni, incluso, novelas). Esos valores son, en buena medida, puramente pragmáticos, otorgados por convención en el marco de lo que Bourdieu denomina campo literario, siempre que la obra, creo yo, ostente un mínimo de cualidades compositivas y estilísticas, algunos indicios de una cierta poética narrativa. Que Tom Wolfe la tiene y la practica está fuera de toda duda. él mismo teorizó hace ya más de un cuarto de siglo acerca de The New Journalism, al que no es ajeno, por cierto, Norman Mailer. Se trata de una nueva versión del realismo, más en la línea de Balzac o de Zola que en la de Flaubert, por supuesto. Difícilmente se le podrá negar a Todo un hombre la condición de ejemplo muy significativo de una novela realista que pretende, y en gran medida, logra aquel programa de nuestro Galdós definido en un memorable discurso académico de 1897: "La sociedad presente como materia novelable".

Una vieja distinción de Wolfgang Kayser viene a cuento aquí. En contra de lo que pudiera parecer por su título y por su abigarrado universo humano, Todo un hombre no es una "novela de personaje", sino una arquetípica "novela de espacio". El propio Wolfe lo ha reconocido así cuando revelaba el abandono del escenario neoyorquino, que su texto empezó compartiendo con La hoguera de las vanidades, para trasladar su trama central a la ciudad de Atlanta, la nueva Meca sureña de Coca Cola, las Olimpiadas y la CNN. De ella acaba ofreciéndonos una visión literaria tan estructurada como la que John Dos Passos nos diera, en 1925, de Nueva York en Manhattan Transfer. La concepción es la misma: una tupida red de personajes que bien directa o indirectamente acaban conectándose los unos con los otros. La poética narrativa es, por el contrario, muy distinta. Dos Passos milita en la superación vanguardista del naturalismo. Wolfe, por su parte, regresa de nuevo a Zola: nada de monólogo interior; mucho de omnisciencia del narrador, atemperada gracias al estilo indirecto libre; descriptivismo extremo, a veces estomagante; caracterización de los personajes mediante rasgos anatómicos y fisiológicos; abundancia de diálogo, reproducido con un verismo heteroglósico que ha obligado al traductor Juan Gabriel López Guix a inventarse un código convencional en el que verter el "black english", la jerga carcelaria, el criollo hawaiano o el "cracker" del texto original.

Claro que los narradores de Zola o de Balzac no hubieran podido escribir nunca de uno de sus personajes que "lucía una cadena de oro tan maciza que habría servido para sacar una ranchera Isuzu atascada en el barro" (pág. 43), pero el objetivo de Tom Wolfe es coincidente, así como el planteamiento técnico en el que el capítulo desempeña un papel fundamental como unidad de tensión narrativa, autónoma y solidaria a la vez del conjunto novelístico. Todo un hombre es una novela enorme, un "roman fleuve" finisecular y finimilenario, pero no es una gran novela. Contiene, sin embargo, algunos de los mejores capítulos -no hablo de páginas- descriptivos de la sociedad norteamericana actual de acuerdo con la clásica fórmula de la carta de Engels a Margaret Harkness: "la representación exacta de los caracteres típicos en circunstancias típicas".

Por lo demás, es la historia de una quiebra financiera, de una violación dudosa, de unos comicios municipales, de la mala sombra que acompaña a un veinteañero, hijo de una pareja hippy, que quisiera ser burgués, y de su conversión junto al protagonista, Charlie Croker, a una religión cuya biblia es una antología académica de textos estoicos y cuyo profeta resulta ser un tal Epicteto, supuesto emisario del dios Zeus.