Huir de Palermo
José Ovejero
12 diciembre, 1999 01:00Pero no es en este marco externo donde hay que situar el sentido último de Huir de Palermo. No estamos ante una obra de denuncia social, ni tampoco frente a una novela de intriga cuyo interés radica en saber si Luigi Sinagria, convertido en otra persona y dueño de un bar en Madrid, conseguirá eludir la búsqueda de sus perseguidores o será finalmente víctima de una venganza inexorable que deje a salvo el honor de la "familia" traicionada. Lo decisivo son los aspectos psicológicos de la historia, la incertidumbre acerca de las posibilidades de construir una vida que sea "nueva", sin recuerdos, sin anclajes sentimentales, sin fotografías ni recuerdos visibles de la vida anterior. Las relaciones del personaje con Marta se hallan oscurecidas por la inquietud y la sospecha que ella siente desde que visita su vivienda. Ya en el juicio habría dirigido Don Alessandro a Luigi unas advertencias premonitorias: "Sin historia, las personas no son más que una pasta de sangre y excremento que se esfuerza por cobrar vida mediante proyectos que luego jamás se cumplen; el pasado es lo único cierto [...]; sin historia, Luigi, ¿adónde vas a ir? ¿Dónde vas a esconderte de ti mismo?" (Pág. 149). ésta es la cuestión. El cambio de identidad, de lugar de residencia, de nombre y de hábitos no logra anular la existencia de un pasado que gravita sobre el personaje, aunque se hayan borrado todas sus huellas materiales, y lo amputa como persona. Por eso el falso Bruno sólo podrá recobrar la tranquilidad y la vida plena cuando vuelva a ser Luigi y confiese a Marta, asumiéndolo, todo su pasado. Un breve capítulo inicial, que cumple más bien una función de prólogo, narra el nacimiento de Bruno Ferro -el nuevo nombre de Luigi Sinagria tras la operación-, mientras que el último se centra en la confesión a Marta, lo que equivale a la muerte definitiva de Bruno Ferro. Entre ambos momentos, estratégicamente situados en los extremos de la novela, se sitúan las acciones, no narradas linealmente, sino con algunos saltos y elipsis. De modo aproximado, el primer tercio de la novela está dedicado a contar con un ritmo velocísimo la infancia y la adolescencia de Luigi; en el segundo alternan las que podemos llamar historias de Luigi y del Bruno en que se convierte, mientras que en el tramo final es de nuevo Luigi, una vez más en manos de la Mafia, el que lleva el peso de las acciones. De esta manera, la personalidad y la historia de Luigi Sinagria dominan el conjunto -cubren la primera parte y la última de la novela-, mientras que su etapa como Bruno queda encerrada en medio, como algo pasajero, que forma parte de la vida de Luigi -y se aloja en el interior de la novela-, pero no logra usurparla ni desplazarla. Cumpliendo sin saberlo el vaticinio de Don Alessandro, Bruno no ha podido esconderse de sí mismo y ha terminado por ser de nuevo quien era por su historia. La habilidosa construcción narrativa de Huir de Palermo es un mérito innegable del autor, y también su capacidad sugeridora. Todo ello, unido a un uso irreprochable del lenguaje, aminora algunas flaquezas de la historia: cierta insuficiencia en el diseño psicológico; el carácter excesivamente literario de Don Alessandro; el hecho de que, en la época de la epidural, un sietemesino recién nacido sea paseado impunemente por el hospital como si se tratase de un rollizo bebé; el discutible desenlace de la escena entre el moribundo Don Alessandro y Luigi, así como la fuga increíblemente sencilla de éste. Hay pequeños detalles así que requerirían una soldadura algo más precisa, pero que no empañan apenas los méritos de una novela que alcanza sobradamente el nivel de dignidad literaria exigible.