Novela

Nuestra señora de...

Marcela Serrano

16 enero, 2000 01:00

Alfaguara. Madrid, 1999. 255 páginas, 2.400 pesetas

Bien escrita y estructurada, naturalmente feminista, entretenida, mantiene el ritmo trepidante y el suspense adecuado. Su falta de trascendentalismo la hace recomendable

La obra de Marcela Serrano no es desconocida por el público español, ya que la misma editorial que lanza esta obra publicó Nosotras que nos queremos tanto (1996, aunque editada previamente en 1991); Para que no me olvides (1993); Antigua vida mía (1995) y El albergue de las mujeres tristes (1998). Nuestra Señora de la Soledad refleja la capacidad fabuladora y la experiencia de la autora. No se sirve de una trama muy original, lindante a la novela de género policíaco, aunque se sitúa en un grado de calidad, por el cuidado de la expresión y por la perspicacia indagatoria y psicológica, que nos obliga a replantearnos el cuestionado valor literario de la novela de género o subgénero.

El planteamiento de Marcela Serrano consiste en ir definiendo progresivamente las personalidades de dos mujeres muy distintas. Una de ellas es la que actúa como detective de una agencia, pese a su condición de abogada. Cuenta una edad difícil -54 años- y sus autoánalisis nos llevan a caracterizarla e ir desvelando la otra figura: una escritora de éxito, casada con el Rector de una universidad, que, tras un viaje a Florida, ha desaparecido y de la que, pese a los esfuerzos de la policía, nada se sabe, ni siquiera si sigue viva o no.

La mayor originalidad de Nuestra Señora reside en que los escenarios son latinoamericanos y no se perciben como exóticos o ajenos; en que la investigadora es chilena, que tuvo que huir a México durante la dictadura a causa de las actividades de su marido, del que se encuentra separada y con quien tuvo dos hijos. Y la escritora en cuestión, de origen medio chileno, forma parte de aquella promoción de los hijos del 68. Sus padres recorrieron el mundo en busca de su felicidad y la encontraron.

En su primera juventud, la escritora vivió las experiencias del nomadismo, a la búsqueda de sí misma o de lo que podría calificarse de camino vital. En realidad, no sé si de forma consciente, la autora ha derivado su novela hacia un cierto determinismo, porque, en su desenlace, pese a la velada crítica que se realiza contra sus padres, a quienes debe su "abandono", reproducirá sus esquemas. Sin embargo, otro paralelismo, buscado y evidente, es el trazado con Jim Thomson. También el suyo fue un caso de desaparición sin rastros. La novelista Ana María Rojas ha creado un personaje femenino para sus novelas policíacas, Pamela Hawthorne. Y de ahí podemos deducir otro paralelo más con la novela, cuya acción parece reflejada, como un eco borgeano, en una serie de espejos tras los que se descubre la voz de una autora real. Por consiguiente, no han de faltar unas pocas líneas dedicadas a preguntarse sobre la relación entre ficción y autobiografía: "¿cuánto es autobiográfico en la ficción que nosotros, los comunes lectores, leemos?". Reflexiones de alguien que intenta adivinar el comportamiento de una mujer que ha alcanzado el éxito, pero de quien iremos adivinando íntimos problemas. Los informadores orales serán su propio esposo, esclavo de su situación social y también la mujer de servicio o su amiga íntima (que nunca llega a decir todo lo que sabe). La otra fuente habrán de ser sus propios textos y a través de ellos y de su viaje a México, concretamente a Oaxaca, descubrirá el lector la clave de una situación que, como apuntábamos, replica un cierto comportamiento familiar. Lo mejor de esta novela es su capacidad para captar ambientes, para adentrarnos con naturalidad en la vida cotidiana de países como Chile, México o Guatemala (éste lo visitó con su secretaria), y fue donde se produjo una alteración substancial en su vida. Cambiaron los pasajes del avión que debía trasladarlas y este se estrelló. Ambas se salvaron, por azar, de la muerte y aquello servirá como desencadenante de la futura desaparición de Carmen ávila. Sin embargo, hay un exceso de casualidades en la novela, un deseo de encajar todas las piezas hasta el punto de que Rosa Alvallay, la detective, acabará alterando su informe para salvar la intimidad de Carmen ávila, la escritora. Todo o casi todo, incluida la relación con el supuesto guerrillero colombiano, o la tópica figura del escritor mexicano, parece previsible y hasta conocido. Bien escrita y estructurada, naturalmente feminista, entretenida, mantiene el ritmo trepidante y el suspense adecuado. Su falta de trascendentalismo la hace recomendable y puede entenderse como un síntoma de que en el ámbito latinoamericano la novela de tipo medio ha alcanzado ya una dignidad que le permite competir con éxito con otros productos literarios europeos del mismo signo.