Novela

Primera Fuga

Valentí Puig

27 febrero, 2000 01:00

Alfaguara. Madrid, 2000 156 páginas, 1.800 pesetas

Valentí Puig (Palma de Mallorca, 1949) ha cultivado con igual competencia el artículo periodístico, el ensayo y la narración -muy en especial dentro del ámbito del relato breve-, y, con menor intensidad, la novela. Primera fuga tiene las características formales de lo que solemos englobar bajo el marbete de novela corta. La nota editorial señala que las páginas de Primera fuga son "el retrato de un adolescente en el verano de 1961". Esto no es del todo exacto, ya que, de los once capítulos que forman la narración, únicamente los dos últimos corresponden, en rigor, al período estival. Pero lo que importa destacar es que, en efecto, se trata del "retrato" de un adolescente, no de una secuencia biográfica. En consecuencia, lo que al lector se ofrece son escenas sueltas -como trazos, pinceladas o líneas a veces discontinuas, deliberadamente exentas de una precisa ordenación cronológica-, que son otros tantos fragmentos de vida recordada desde la perspectiva de la edad adulta, cuando lo que sobrevive de aquella lejana época son ya impresiones aisladas, personas o situaciones concretas que ahora se yerguen en la memoria como hitos en el momento de reconstruir una confusa etapa de formación.
En estas condiciones, lo que debe valorarse es la selección de las informaciones ofrecidas, el carácter representativo de las impresiones y su función en el proceso evolutivo de Tomás Bonet, el muchacho que va poco a poco descubriendo el mundo. La peor parte recae en los recuerdos de los años de colegio, dominados por la presencia de profesores incompetentes, crueles o grotescos; un mundo amargo en el que la creación de conciliábulos de damnificados y de ficticias sociedades secretas actúa como elemento compensador, como si la fantasía sirviera de hecho para mejorar la realidad. El resultado es desolador. "Eran nueve meses para enseñarles alguna cosa, pero no podríamos decir que aprendiesen a ser nada." (pág. 135). Junto a esto, la fascinación despertada en el adolescente por algunas personas de la familia -el tío Pau, la tía Paulina- y el sutil atractivo que siente emanar de la madre de David, o el turbio y lento descubrimiento personal de la sexualidad, son motivos tratados con gran finura. Y hay escenas de excelente factura, en las que nada parece sobrar ni faltar y todo se resuelve con un matizado equilibrio entre informaciones y sugerencias, entre hechos narrados y sucesos entrevistos, y donde se muestra lo mejor de Puig como escritor. Ocurre así, por ejemplo, con las páginas que relatan la primera y casual visita de Tomás a David, delicada prueba para cualquier narrador que pretenda traducir a palabras algo más que la superficie de las cosas. Y brotan en muchas ocasiones, eficazmente apuntados, otros motivos que ayudan a dotar a ciertas situaciones de un sentido profundo: la incomprensión paterna, la función menoscabada de la madre, la presión de ciertas convenciones sociales, el aislamiento afectivo del adolescente y el torpe enfoque o la nula atención prestada por los mayores a su educación sentimental: "Le decían que mentir era un pecado, pero no que buscar la verdad fuese un estímulo y un deber. Son características que convierten una generación en un friso de rostros sin horizonte moral" (pág. 107).
Primera fuga es, además, una obra bien escrita. Acaso convendría haber prestado atención a ciertos desajustes. Es poco probable que en 1961 unos niños de once o doce años dijeran espontáneamente "no seas capullo" (pág. 86) -que obedece a una moda posterior- o "las lesbianas mandaban mucho" (pág. 126). La prosa da entrada en algún momento a triviales fórmulas de moda ("los profesores tenían otras prioridades", pág. 135) o tópicas ("el sudor que le perlaba la frente", pág. 125), e incluso a alguna concordancia poco recomendable, aunque de uso creciente: "estaba en las antípodas de la barbarie" (pág. 125). Con todo, y considerada en el conjunto de la obra de Puig, Primera fuga es una exquisita obra menor.