Novela

Las dos amantes

Alfred de Musset

5 abril, 2000 02:00

Traducción de Luis Fernández-Ardavín. Ediciones del Bronce. 91 páginas, 1.600 ptas.

El encanto del relato no está tanto en la trama cuanto en las razones que el protagonista se da para justificar que un hombre pueda amar a dos mujeres a la par sin engañar a ninguna

Quizá Las dos amantes (cuya acción se sitúa en el París de 1825) no fuera sino una agradable nouvelle, bien redondeada, si no tuviera tres motivos además que para mí la elevan por encima de ese evidente agrado. Es el primero que nos permite recordar a un olvidado, aunque muy famoso a rachas, Alfred de Musset (1810-1857), paradigma en Francia del poeta romántico. Aventurero, caprichoso, voluptuoso, inconstante, vividor del momento, Musset fue famoso -antes de acabar, destruido, con sólo 47 años- gracias, tanto a su hermosa poesía, como a algunas obras de teatro, Lorenzaccio entre ellas, o la novela La confesión de un hijo del siglo, donde narraba su tormentosa relación de amor con George Sand, y su desenlace en Venecia.

Cuando Musset muere, Stendhal dijo de él: "Un alma demasiado ardiente para contentarse con la vida real". De algún modo tal sería el meollo de Las dos amantes, homenaje modesto pero eficaz a las sutilezas amatorias de Las amistades peligrosas de Choderlos de Laclos, uno de cuyos personajes -Valmont- es citado aquí por Musset. Un joven frívolo, algo dandy y poeta, Valentín (en el que podría verse un alter ego de Musset) se enamora, o cree enamorarse a la par, en su juventud parisién, de dos apuestas señoras, ambas bellas y de cierto parecido físico: La marquesa de Parnes y la viudita madame Delaunay, más humilde, que sobrevive bordando.

Valentín se enamora de ambas (o eso cree) y es correspondido por las dos, aunque hasta el fin del relato procura ocultar a una de la otra rival. El encanto del relato no está tanto en la trama (en el aroma de un mundo pasado) cuanto en las razones que Valentín se da, por boca del narrador, para justificar que un hombre pueda amar a dos mujeres a la par, sin engañar a ninguna, porque su pluralidad psicológica le hace ser distinto cuando ama a la sofisticada y rica marquesa, que cuando se contenta con la viudita de clase media, sometida a las penalidades de lo cotidiano.

Aunque la editorial nada dice al respecto (una mala costumbre no informar al lector de estas cosas) tengo yo la sensación -por el pulido y algo arcaizante lenguaje de la traducción, muy bella- que estamos ante la reedición de algún texto hoy inencontrable. El traductor, Luis Fernández-Ardavín, supongo que es el dramaturgo que fue hermano de un famoso director de cine, Eusebio Fernández-Ardavín. Creo que cuando un editor rescata una antigua y buena traducción de un nombre que algo dice, es su obligación dejar constancia.

Y ya que estamos en racha de razonados reproches (nada que ver con el buen textito de Musset y la cuidada traducción) cumplámosla del todo. La cubierta de nuestra edición reproduce un bello cuadro postimpresionista de Frank W.Benson, de alrededor de 1911. Dos bellas damitas mirando al mar a comienzos de siglo. Pero si hay que seducir al lector hacia el texto ¿no hubiesen hallado, también, dos damitas, cuando menos, de 1850? Y si la relación portada-texto es prescindible o da igual, ¿por qué no poner un Picasso cubista? Las damitas de la portada sugieren romanticismo, aunque muy otro del que narra Musset, apasionado y vitalista, en otro tiempo distinto.