Novela

Peregrino en invierno

Alfredo Conde

5 abril, 2000 02:00

Edhasa. Barcelona, 2000. 542 páginas, 2.800 pesetas

A pesar del coraje empeñado en su testimonio crítico de la actualidad política, económica y social gallega, Peregrino en invierno dista mucho de ser una buena novela

Hay en la historia de Galicia un asunto novelesco por excelencia en el mundo de la emigración. Algunos novelistas de estos últimos años se están ocupando de aquella aventura, épica para algunos, dramática para muchos más, de tantos emigrantes que se vieron obligados a rehacer sus vidas lejos de su tierra, primero en América, más tarde en Europa. De tan magna experiencia colectiva tratan en recientes novelas Xavier Alcalá en Latitude austral (1991), Alén da desventura (1998) y en Código Morse (1996, traducida al castellano en Valdemar, 1997) y Alfredo Conde (Allariz, Ourense, 1945), de quien estos días se recupera, también en Edhasa, la traducción castellana de El Griffón, novela por la cual recibió el Premio Nacional de Literatura en 1985, entre otros galardones españoles y extranjeros. Su trilogía de la emigración está compuesta, por el momento, por dos novelas de amplio tonelaje: Sempre me matan (1995) y O fácil que é matar (1998), traducida al castellano con el título de Peregrino en invierno.

Esta segunda parte continúa la historia de la anterior, con los mismos personajes principales que componen una tupida red de intereses económicos y afectivos cuyo centro es el matrimonio malavenido formado por el rico indiano Blas Carou y la ambiciosa Celia Pereira. Después de pasar unos años en Galicia y conseguir sacar adelante su gran hotel en Santiago, este emigrante nacido en una familia humilde y ahora encumbrado en el poder financiero de sus negocios vuelve a Venezuela, sesentón y melancólico, dejando al frente del hotel compostelano a su amante caraqueña y a su propia mujer. El título de la versión castellana me parece más acertado porque "Peregrino en invierno" es lo que se siente el maduro indiano en su melancolía y en su soledad, apenas remediadas por los efímeros amores que se van apagando sin otra huella que la del recuerdo. Por eso Peregrino en invierno es la novela del paso del tiempo en el alma de un emigrante enriquecido que entre Galicia y Venezuela se busca a sí mismo y se encuentra a solas con su agostamiento y su nostalgia. Pero también lleva a cabo una revisión crítica del panorama político y social de Galicia en los últimos tiempos. En este campo la novela aborda con valentía las intrigas y corrupciones desplegadas en los más altos cenáculos de la política gallega, desde el Presidente del Gobierno autonómico hasta los líderes nacionalistas, pasando por los encantos de una empresaria que sabe cómo conseguir favores del poder y por las grotescas maniobras de un grupo terrorista. Aquí se descubren las mejores cualidades de la novela por su visión deformante de la hoguera gallega de vanidades atizada por políticos e intelectuales bajo un enfoque caricaturesco y aun satírico sustentado en la parodia, la ironía y el humor.

Sin embargo, a pesar del esfuerzo empleado en una obra de grandes proporciones y del coraje empeñado en su testimonio crítico de la actualidad política, económica y social gallega, Peregrino en invierno dista mucho de ser una buena novela a causa de sus graves deficiencias formales. Pasemos por alto erratas, descuidos, grafías arcaizantes ya en desuso y hasta errores ortográficos que se han deslizado en el texto. No parece muy afortunada la comparación del estado de ánimo del protagonista con el de don Quijote a partir de la estancia de éste en la ínsula Barataria (págs. 276-277), pues don Quijote nunca estuvo en Barataria, donde gobernó Sancho Panza mientras su amo permanecía en el castillo de los duques. Y aún resulta más difícil de aceptar el abuso de tópicos y lugares comunes en una prosa lastrada por el exceso de información irrelevante pues ya se conoce. Haría falta una profunda depuración estilística para dar al texto la necesaria tensión a fuerza de liberarlo de hinchazones retóricas y frases y expresiones engoladas o de simple relleno que llegan a referirse a los bolsillos como "departamentos indumentarios" (pág. 486). Tal vez el autor se dejó arrastrar por el vértigo de escribir la novela más extensa de la literatura gallega, olvidando que la literatura no es una cuestión de tamaño.